Conforme las personas envejecen, las enfermedades crónicas son más comunes, especialmente si no se han tenido buenos hábitos de vida. Pero incluso en las personas más saludables, el cuerpo comienza a ralentizar sus funciones, la fragilidad es mayor después de los 80 años, y los órganos no funcionan de la misma forma.
El envejecimiento es un proceso heterogéneo, y no todas las personas lo viven de la misma forma ni con la misma intensidad, pero es a partir de esta edad cuando los problemas, en términos generales, son mayores. La Organización Mundial de la Salud (OMS) categoriza estas etapas como vejez intermedia (hasta los 90 años) y vejez avanzada (después de los 90). Algunos académicos indica que a partir de los 80 años comienza la “cuarta edad”.
La Nación conversó con especialistas en geriatría e inmunología para saber qué le sucede al cuerpo a esta edad y por qué es trascendental el acompañamiento y servicios más adecuados a estas edades.
El geriatra paliativista José Ernesto Picado Ovares subrayó que la funcionalidad en el adulto mayor no depende tanto de la edad, sino de varios factores que incluyen el estilo de vida, el acceso a la salud y la genética. Sin embargo, con el tiempo sí se va perdiendo funcionalidad.
“La persona, por muchas razones, va perdiendo la reserva funcional. Una persona joven y una adulta mayor podrán caminar o correr, pero la adulta mayor se va a cansar antes. O si encierro a una persona joven en un cuarto y a una mayor en otro, la persona mayor se va a perder primero que la joven”, ejemplificó.

Hay diferentes impactos del envejecimiento sobre los sistemas del organismo.
Sistema inmunitario
Hay un proceso biológico inherente a todo ser humano que debilita el sistema inmunitario; se denomina inmunosenescencia. A medida que envejecemos, las defensas no responden igual ante ningún patógeno.
Esto hace que, por un lado, las personas se vuelvan más vulnerables a cualquier infección. Por otro, el sistema inmunitario no logra construir una respuesta tan robusta ante las vacunas en comparación con cuando se era más joven.
A los 80 años, este sistema es más débil que a los 60 o 65, por ejemplo.
“Por eso, en algunos adultos mayores puede sobrevenir una enfermedad, y se deterioran muy rápido”, puntualizó Picado.
La geriatra Yalile Muñoz Chacón lo resumió así: “La respuesta es más lenta y dura menos. Dura más en conseguirse y el tiempo que duran los anticuerpos es más corto”.
El descenso en las defensas no es abrupto. En una entrevista anterior, el inmunólogo Juan More Bayone hizo una metáfora. La inmunosenescencia no es como un interruptor que se enciende o se apaga; más bien, es como un dimmer, que hace que la luz sea cada vez más tenue.
A esto se agrega que si la persona no tuvo hábitos adecuados en su juventud, probablemente sufra más enfermedades crónicas, como hipertensión, diabetes, alguna historia de infarto o de accidente cerebrovascular (popularmente llamado “derrame cerebral”), que compliquen la situación de salud.
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Cambios en huesos, músculos y articulaciones
Estas transformaciones comienzan desde mucho antes de los 80 años. En las mujeres empiezan a gestarse en la menopausia; en los hombres, alrededor de los 60 años. Pero conforme aumenta la edad, los problemas podrían agravarse.
Principalmente, se pierde masa muscular (sarcopenia), densidad ósea, y las articulaciones se endurecen.
Con el tiempo los huesos se vuelven más frágiles y puede haber fracturas o fisuras con más facilidad.
El deterioro de las articulaciones puede llevar a inflamación, dolor, rigidez y deformidades. Estos cambios pueden ir de una rigidez leve a una artritis grave.
La postura se puede volver más encorvada. Asimismo, las rodillas y las caderas se pueden flexionar más.
El movimiento es lento y puede volverse limitado. El patrón de la marcha se vuelve más lento y más corto. Las personas mayores se cansan más fácilmente y tienen menos energía.
La fuerza y la resistencia también cambian. La pérdida de masa muscular reduce la fuerza.
¿Qué hacer?
Todas estas situaciones son señales de que el país debe prepararse para enfrentar el aumento constante de esta población. Mejores centros de salud y más accesibilidad en los servicios públicos son necesarios.
Sin embargo, el envejecimiento no tiene por qué ser sinónimo de pérdida completa de funcionalidad, y cada persona puede hacer mucho para prevenirlo. Lo ideal es comenzar varias décadas antes.
Estas son algunas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS):
- Un programa de ejercicio moderado puede mantener la fuerza, el equilibrio y la flexibilidad, y contribuye a que huesos y músculos permanezcan fuertes.
- No fumar.
- Consumir frutas, verduras y leguminosas.
- Hidratarse constantemente.
- Es importante llevar una dieta bien equilibrada con suficiente calcio.
- Si tiene deficiencia de vitamina D, busque suplementarla.
- Si tiene una enfermedad crónica, cumpla el tratamiento al pie de la letra.
