Hoy, lejos de la soledad en que le gusta vivir, Henry Mora Jiménez preside el Congreso y se compra pleitos con legisladores espueludos que objetan su pobre manejo del Reglamento legislativo.
Él no quería ser diputado. Se negó la primera vez y la segunda, no aceptó de primera entrada. Pero algo lo llevó a decirle que sí al excongresista Juan Carlos Mendoza (2010-2014), cuando este le pidió encabezar la papeleta por Heredia.
La dupla de Mendoza y el ahora presidente, Luis Guillermo Solís, en la organización territorial, le sirvió de trampolín para llegar holgadamente a la diputación y mantener dos curules en la provincia, cuando nadie apostaba por el Partido Acción Ciudadana (PAC).
“Yo no me veía en la Asamblea para nada. Tenía la impresión de que aquí se pierde mucho el tiempo y que se discute mucho, sin llegar a nada”, dice Mora.
Él ahora ocupa la curul más importante y deseada, la del presidente del primer poder de la República.
Primeros días Este diputado, economista de 55 años, tiene solo dos pares de zapatos, almuerza a las 11 a. m. y cena a las 6 p. m.; hace 500 abdominales al día y vive solo.
Habla pausado y dice nunca enojarse, pero reconoce que el día en que el liberacionista Rolando González lo confrontó en el plenario de la Asamblea Legislativa, estuvo muy ansioso.
Se leyó de cabo a rabo el Reglamento legislativo, pero aún no lo sabe aplicar. Eso le ha traído durísimas críticas de los diputados más experimentados, entre ellos los repitentes González, Antonio Álvarez Desanti y Juan Luis Jiménez Succar, todos verdiblancos, además de Mario Redondo, de la Alianza Demócrata Cristiana (ADC).
Por eso, los sentó a todos ellos un día en su oficina, dispuesto a que le dieran consejos para salir mejor librado de los debates y poder manejar mejor el plenario. Sabe que en las primeras semanas de labores no se ha visto bien, pero pide tiempo a sus detractores.
“Estos 15 días han sido los más duros, pero vendrán jornadas donde discrepemos fuertemente. Vendrán días duros, pero tengo buenos asesores”, afirma.
Sin dogmas Mora no milita en el PAC, y sin ser afiliado, dice que aplica principios éticos como la renuncia al uso discrecional del carro asignado al presidente del Congreso y a los ¢500.000 que puede usar para lo que le venga en gana.
El presidente legislativo dice que no necesita ese dinero de gastos discrecionales, pues ya tiene sus propios ingresos como uno de los 57 miembros del plenario (¢3.776.000, incluyendo dietas y gastos de representación).
Ese salario no es abismalmente mayor al que percibía como académico de la UNA hasta hace pocos días (¢3.100.000).
“Cuando yo hablo de ética, hablo de la ética de la responsabilidad por el bien común. Sin embargo, comparto con Ottón Solís mucho de su visión de aplicación de la ética en la función pública”, dijo.
De todas formas, gane como diputado o como académico, no gasta mucho. Se levanta temprano, come poco (para evitar la gastritis, asegura) y se ejercita mucho. Mucho es también el tiempo que solía pasar en soledad, leyendo e investigando en la casa donde vive solo.
“La soledad en extremo no es buena, pero la necesito, para leer”, explica el legislador.
Ahora, rodeado de políticos, de asesores y de aduladores, afirma que no quiere ser un político y que solo es un intelectual orgánico, de esos que piensan para aplicar.
Henry Mora es de izquierda. “Pero no soy comunista; nunca lo he sido. Creo que los partidos comunistas son dogmáticos, y yo no puedo serlo”. Esa forma de pensar lo llevó a estudiar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC), señalar dudas sobre el proyecto y organizar un frente nacional de lucha contra su aprobación.
Sin conocerlo mucho, la exdiputada del PAC Elizabeth Fonseca (hoy ministra de Cultura) lo propuso para presidir ese frente; él lo recuerda; ella no mucho. Él, más acostumbrado a pensar e investigar que a presidir, echó al agua a Eugenio Trejos, exrector del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
Sindicalista Esa afinidad por los movimientos sociales y por la izquierda se manifiesta en investigaciones y propuestas, pero no en la calle. Aunque está afiliado al Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional (Situn), no es de estar mucho en las marchas.
“Soy amigo del sindicalismo, pero no me puedo calificar de sindicalista. Doy mi cuota y voto, pero soy muy pasivo”, asegura.
Su sola afinidad al sindicalismo le asegura solo adjetivos buenos del líder sindical Albino Vargas, secretario general de la Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (ANEP), quien siente que los tiempos cambian, con presidentes de los poderes Ejecutivo y Legislativo que fueron activos en el Movimiento del No al TLC, hace ya siete años.
“Soy una persona que busca equilibrios, pero soy antidogmático. Me cuesta mucho entenderme con los partidos doctrinarios; eso no va conmigo; me alimento de distintas fuentes”, enfatiza Mora.
Tiene pocas cosas en su oficina, dice que no le puede faltar la Constitución Política y, ahora, el Reglamento legislativo.
“No quiero ser político” Aunque trabajó en la administración de Rafael Ángel Calderón Fournier, con Helio Fallas cuando era ministro de Planificación, y en los movimientos sociales contrarios al acuerdo comercial, Henry Mora dice que no quiere ser político.
Asegura que ser académico no es aburrido. Lo dice con un tono sereno y con una ligera sonrisa, que se le atraviesa en la voz.
Hace investigación, docencia, extensión docente y publicaciones desde que se graduó, en 1984.
Nunca ha tenido otro trabajo que no sea en la Universidad, con el breve episodio en Mideplan y dos posgrados en el extranjero.
Ahora, que debe ser un político de horario completo, Mora dice que hará lo mejor por colaborar con el primer gobierno que hace el Partido Acción Ciudadana.
Al inicio de cuatro años en el Congreso, el diputado herediano no sabe si podrá mantener a raya tanto a los enemigos políticos como a los enemigos de su salud.
Una cosa más combate Henry Mora y es la razón de que, sin ser calvo, lo parezca. Cada dos días rapa su cabeza al máximo.
Eso le permite, confesó, mantener de lejos la soriasis que lo aqueja en la piel de la cabeza. Ese distintivo le da aire de intelectual francés o de monje budista y, tal vez en la negociación política más difícil, le permita tener mayor claridad para hacer frente a sus opositores.