Fue un sitio frecuentado por un presidente y testigo de un famoso crimen. Más de 110 años de historia recopiló el bar Limón en la avenida 7 de San José hasta que, esta semana, fue reducido a escombros.
Desde el pasado 25 de junio, un grupo de trabajadores derriba la antigua estructura que, una vez, fue propiedad del español Juan Horacio Puertas Amieva, quien convirtió al negocio en un punto insigne de la capital. Se ubicó cerca de la parada de los buses a Heredia por Tibás, al norte del casco central.
El bar Limón fue uno de los escenarios relacionados con uno de los crímenes más infames en la historia de Costa Rica: el asesinato del doctor Ricardo Moreno Cañas.
Todo ocurrió la noche del 23 de agosto de 1938 cuando dos policías de la guardia civil se encontraban apostados en la esquina del local. Allí, observaron que se aproximaba Beltrán Cortés, quien minutos antes había dejado una estela de muerte.
El hombre le había propinado tres disparos fatales a quien en aquella época era considerado como el médico más famoso de Costa Rica y el primer cirujano de la época, además de diputado.
Mientras huía, también asesinó al doctor Carlos Manuel Echandi Lahmann, otro connotado médico, y a un ciudadano canadiense llamado Arthur Maynard.
Los oficiales capturaron al asesino frente a una vivienda ubicada al costado del bar: la residencia del expresidente Otilio Ulate.
Otilio Ulate, cliente estrella
El exmandatario tuvo una relación muy cercana con la centenaria cantina y con Juan Puertas, quien adquirió el negocio a partir de 1960.
Ulate pasaba todas las mañanas al bar para tomarse un trago antes de iniciar una caminata de unos 600 metros desde su vivienda y hasta la Casa Presidencial, que en aquella época se ubicaba en lo que es hoy la sede central del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
Al regreso a su residencia, hoy convertida en un motel, el expresidente cumplía con el mismo rito de visitar la cantina, según relata el arquitecto e investigador Andrés Fernández.
La relación era tan cercana entre Ulate y Puertas que incluso el jefe de Estado se convirtió en el padrino de dos de las hijas del español.
Pero no solo eso, tal parece que el bar contaba con un compartimiento secreto por medio del cual ingresaba Ulate para esconderse de los periodistas y disfrutar en calma de algún trago, acompañado de una "boquita".
"Medio una vez lo vi (compartimento secreto), estaba por los baños atrás, pero no lo vi muy bien, pero sí es cierto que existió", dijo el nieto del ibérico Mario Innecken Puertas.
Misterios, historias y recuerdos
Uno de los grandes misterios que rodea a este bar es el origen de su nombre, ya que, según Fernández, no fue Puertas quien lo bautizó, sino que ya contaba con esa denominación cuando lo adquirió.
Su nieto tampoco conoce el motivo, ni el escritor Mario Zaldívar, autor del libro '300 cantinas antiguas de Costa Rica', quien rememoró una de las anécdotas más curiosas del pasado del bar.
"La Municipalidad de San José acordó dejar a discreción de los cantineros abrir un Viernes Santo y el bar Limón fue el primero que abrió, yo me fui a dar una vuelta para ver cuáles se atrevían y ese fue el primero que encontré, después me di cuenta que en Barrio México el Tapioca también abrió ese mismo día", contó.
No solo los años o los recuerdos daban cuenta de la antigüedad del negocio, sino también su estructura, hecha a partir de adobe y bahareque, entre otros materiales. Pese a su larga data, nunca fue daclarado como patrimonio, lo cual no sería posible a criterio del experto Andrés Fernández.
"Arquitectónicamente ya no respondía porque el local estaba muy transformado y dañado, por un lado. En ese caso lo que se podría declarar patrimonio es el sitio por el recuerdo histórico que guarda", indicó.
De toda formas, el arquitecto se mostró crítico de la Ley de Patrimonio de nuestro país.
"Está mal (la ley), considero como especialista que las declaraciones de patrimonio es lo peor que le puede pasar a un bien construido, porque deja de ser suyo. En el momento en el que yo tengo que preguntarle lo que yo puedo hacer con mi propiedad, ya no es mío", señaló.
Para él, la solución para que otros propietarios privados conserven los edificios históricos, es hacer un cambio en la normativa que modifique este aspecto "confiscatorio" y establezca parámetros.
El hombre detrás de la barra
La historia del bar Limón se cuenta de la mano con la de Juan Puertas, aquel asturiano que como muchos otros llegaron al país durante la primera mitad del siglo XX, y que principalmente se dedicaron a trabajar en cantinas o como meseros, explicó Fernández.
Este fue el caso de Puertas, quien inició en el país trabajando como mesero en la soda Palace, lo que le permitió ahorrar suficiente dinero para finalmente comprar la representativa cantina josefina.
El español murió en el año 2015, producto de un paro cardiorespiratorio a causa de un cáncer de piel que lo había alejado de su amado bar.
Al ver el deterioro del hombre, sus hijos decidieron vender el bar y que el anciano descansara. Sin embargo, la venta no se concretaría hasta hace un año, dijo su nieto Mario Innecken.
"Intentaron primero alquilar la patente, pero no se pudo, hasta que finalmente se encontró un comprador", dijo.
La familia Puertas se dio cuenta de la demolición del edificio cuando uno de los hijos del asturiano pasó por el sitio y observó los escombros, situación que ha llenado de nostalgia a cada uno de los herederos del empresario.
"A mi mamá y mis tías les generó una tristeza, una nostalgia, primero porque gracias a eso fue que comieron y tuvieron con qué vestirse, luego por el legado cultural, ya que prácticamente cantinas así ya son contadas con una mano", expresó Innecken.