Parrita, Puntarenas. Las peores inundaciones que recuerdan los parriteños en 50 años en este cantón no dejaron más actividad que la de los cuerpos de rescate.
No había paso por la carretera Costanera Sur hacia Jacó y Quepos, los comercios estaban cerrados y el servicio telefónico inservible, lo que hacía imposible operaciones habituales como el uso de tarjetas bancarias.
Tampoco existía señal de teléfonos celulares ni acceso a servicios básicos.
Numerosos barrios estaban aislados, incluido el centro de Parrita, y los albergues no paraban de recibir y recibir lugareños quienes, aunque acostumbrados a sufrir el efecto de las inundaciones cada año, no esperaban tal crecimiento de las aguas.
En la playa, la marea baja y la alta casi no se distinguían, mientras el río Parrita seguía descargando todo el agua que desde hace tres días empezó a caer en la parte alta, cerca de Acosta.
Corrientes. Pero no había solo agua. Troncos, basura y todo tipo de escombros flotaban en las calles de la ciudad de Parrita a la velocidad de una corriente que provocaba temor en los conductores.
Las vagonetas y otros tipos de maquinaria pesada ayudaban a acarrear gente hacia los cinco albergues dispuestos por las autoridades, donde casi 900 personas se guarecían hasta ayer, a las 6 p. m.
El INVU, Pueblo Nuevo, La Julieta y Sitradique fueron los barrios más golpeados, donde el caudal llegó al pecho de un adulto.
Desde el mediodía del miércoles y hasta anoche no había parado de llover ni un segundo, lo que hacía creer a las autoridades que aún está lejos la posibilidad de hacer un recuento de los daños.
“Esto se va a agravar”, dijo, a las 3 p. m., Édgar Carrillo, director de la clínica de la CCSS en Parrita y miembro de la comisión local de emergencias.
Aunque no había reporte de personas desaparecidas, heridas o arrastradas por las corriente, un intenso trajín protagonizaban los cuerpos de salud y de emergencias para poder auxiliar a quienes estaban todavía aislados.
A media tarde, ya habían colapsado cuatro albergues, por lo cual empezaron a trasladar damnificados a un quinto centro de refugio, una iglesia evangélica en el sector de El INVU.
A pesar del amplio espacio del templo, más de 200 personas esperaban la llegada de recursos, pues en ese momento no había más que dos espumas, café y galletas.
A las 6 p. m., el refugio tenía unos 300 refugiados que se agolpaban frente a la cocina en espera de su ración de arroz con huevo.
En las esquinas del templo, bolsas con ropa mojada y equipajes daban un aire de precariedad al lugar, pese a los ingentes esfuerzos de cruzrojistas y otros colaboradores.
Muchos lugareños esperaban con ansiedad que desde San José les llegaran los alimentos y colchones porque temían que el regreso a sus casas empapadas deberá esperar más tiempo.