Varios tuvimos -y otros todavía tienen- el estímulo adecuado: en el colegio un buen profesor o profesora nos reveló la magia de la literatura, nos descubrió y alimentó el placer de leer y nos dejó así marcados para seguir haciéndolo.
Pero muchos otros -quizá más- no han tenido ni tienen tal ventaja. Y si a la ausencia de ese profesor inspirador se une la obligación de leer textos poco atractivos o que nada dicen a los intereses y la sensibilidad de los jóvenes, el resultado es predecible: no adquieren el hábito de la lectura.
Con la visita, esta semana, del escritor peruano Mario Vargas Llosa, se habló mucho de la buena literatura, la que encarnan sus novelas. Hoy, para continuar ese diálogo, nuestro suplemento cultural Áncora plantea el tema en una de sus dimensiones esenciales: qué tienen que leer y qué deberían leer los estudiantes de secundaria.
Un reportaje de nuestro colaborador Antonio Jiménez Rueda pasa revista a la lista de libros obligatorios, cuestiona muchos títulos, sugiere otros y llega, a pesar de muchas opiniones divergentes, a una conclusión esencial. Es simple: la lectura debe estimularse como placer, como necesidad vital, como una práctica regular y cotidiana, y esto deben tomarlo en cuenta los programas académicos.
Es una misión que, en su dimensión institucional, toca al Ministerio de Educación. Pero en ella debemos colaborar todos. Como periódico tratamos de hacerlo permanentemente. Creemos que el buen periodismo es una forma de crear lectores y que combinar -como en esta edición- diversos temas, estilos, enfoques y voces, es aumentar las razones para seguir leyendo, no solo La Nación, sino tantos buenos libros que esperan a los lectores curiosos.