A partir de hoy, los futurólogos Alvin y Heidi Toffler compartirán sus reflexiones con los lectores de La Nación, el primer domingo de cada mes.
La "crisis de la educación", un espectro que se cierne sobre casi todos los países, no puede resolverse en nuestras aulas. Ni siquiera si hay una computadora y una conexión a la Internet en cada una de ellas.
Uno de los propósitos primarios de la educación es simular en el aula el futuro real en el que los alumnos van realmente a vivir. Por ello, cuando la Revolución Industrial requirió trabajadores para sus fábricas de producción masiva y oficinas como fábricas, se estableció un sistema de educación obligatoria masiva. Generaciones de estudiantes fueron enviados a escuelas parecidas a líneas de ensamblaje, en donde hicieron trabajo básico y repetitivo durante años y fueron después sujetos a pruebas estandarizadas, como los productos que salen de una banda transportadora.
De la línea a la red
Actualmente, alrededor de todo el mundo, incluso en los países de alta tecnología, cientos de millones de niños están todavía sujetos a este régimen obsoleto, que simula un futuro que muchos de esos niños nunca van a experimentar.
En Estados Unidos, por ejemplo, el trabajo de baja calificación y repetitivo de las fábricas está desapareciendo. La mayoría de los empleados trabajan con conocimientos. Gracias a las computadoras personales y las redes de comunicaciones, millones de personas trabajan en sus casas, en automóviles, en hoteles, en aviones, en un sistema que funciona a cualquier hora y en cualquier sitio. Las compañías necesitan trabajadores pensantes, apéndices creativos de la línea de ensamblaje en la oficina o la fábrica. Inevitablemente, todas las sociedades, no importa cuál sea su actual estado de desarrollo, seguirán algún día este patrón.
Por ello es que las escuelas estilo industrial en los países de alta tecnología como Estados Unidos, Japón, Singapur y Europa -incluso en países que apenas comienzan su camino hacia una economía avanzada- están preparando mal a sus niños para las sociedades flexibles, rápidamente cambiantes del siglo XXI.
Para simular esta realidad, la misma educación tiene que convertirse en una actividad que pueda ocurrir en cualquier sitio, a cualquier hora.
Una educación que prepare a los niños para el siglo XXI debe combinar cinco elementos:
Primero, una tecnología computacional. "Computadoras en la escuela" se ha vuelto un lema de moda. Pero plantar simplemente una PC en el aula sin cambiar a la escuela misma es un desperdicio de dinero y energía.
Ninguna institución en la actualidad está menos preparada para aprovechar el potencial de las computadoras personales conectadas con la Internet que la escuela tipo fábrica, burocráticamente operada.
Como han descubierto las empresas, la introducción de tecnología de la información necesariamente significa reorganización y reestructuración. Por ello es que los nuevos conceptos han reemplazado las antiguas estructuras jerárquicas administrativas de arriba a abajo con proyectos de equipo orientados hacia tareas específicas.
Pero por difícil como es reestructurar una empresa, es 10 veces más difícil cambiar un sistema escolar. Por ello, en vez de plantar computadoras en las escuelas indiscriminadamente, sería mucho mejor aprender de la experiencia del mundo de los negocios e instalar computadoras únicamente en las escuelas que claramente se comprometan a reestructurar fundamentalmente su currículum, sus métodos administrativos y pedagógicos.
Actualmente, el 37 por ciento de los hogares norteamericanos tienen computadora (22 por ciento en el Valle Central de Costa Rica). La penetración está aumentando en otros países por igual. Más que destinar recursos a las escuelas del ayer en el nombre de mejorar la educación, la más alta prioridad debiera ser la expansión de la población de computadoras interconectadas en el hogar, en donde puedan ser utilizadas por padres e hijos por igual.
Segundo, los medios. Los medios de comunicación no pueden ser ignorados por los educadores; tampoco pueden ser concebidos enteramente en términos de televisores en el aula. Los nuevos medios de la "tercera ola", con sus poderosos efectos especiales y próximas ya características interactivas, además de su habilidad para diseñar mensajes personalizados para cada niño individualmente, demostrarán ser mucho más seductores e influyentes que los antiguos medios de la "segunda ola", en donde el mismo mensaje se transmitía a todos.
En lugar de poner más televisores en las aulas, den a los alumnos cámaras de vídeo y envíenlos a hacer sus propias películas. Pronto aprenderán a "leer" críticamente a los medios: con cuánta facilidad pueden distorsionarse las imágenes, cómo detectar los anuncios ocultos en el entretenimiento y cómo eliminar toda la demagogia visual y oportunidades de foto de los políticos.
La familia es vital
Tercero, los padres. A diferencia de 1990, en que las sociedades en gran medida analfabetas estaban haciendo la transición de la vida rural a la urbana, los maestros no tienen ya el monopolio de la alfabetización ni del conocimiento.
No puede haber solución a la crisis de la educación sin atraer a estos padres al proceso de la educación, no como ocasionales visitantes a la escuela, sino como maestros en la casa, usando la PC en casa y la conexión a la Internet.
Cuarto, la comunidad. Necesitamos aprovechar el conocimiento distribuido que se encuentra en nuestras comunidades y designar como mentores voluntarios o facultad adjunta, bajo supervisión del maestro, no sólo a profesionales como doctores y músicos concertistas, contadores, pilotos, ingenieros ambientales y trabajadores de la salud, sino a los empresarios, comerciantes, plomeros y otros con conocimiento especializado qué impartir. Sacar a los estudiantes de las aulas y ponerlos en los sitios en donde se hace el trabajo. Proveer modelos adultos de comportamiento. Internar a los estudiantes en arreglos de trabajo y estudio. Enseñar habilidades comerciales elementales.
En suma, al salir el trabajo de la oficina y de la fábrica, la educación debe crecientemente salir de la escuela.
Quinto y finalmente, los maestros. En lugar de que se requiera que produzcan la lección estándar, los maestros deben ser liberados de la edu-fábrica y debe pedírseles que ayuden a rediseñar todo el proceso educativo desde sus bases. Debe ayudarse a los mejores a convertirse en "corredores" que puedan unir a padres, voluntarios de la comunidad, medios locales -y niños- en un movimiento para transformar la escuela estilo industrial en donde quiera que haya presente o en el horizonte una economía más avanzada, de la Tercera Ola, basada en la información.
¿Parece todo utópico? Lo es. Pero también, durante los inicios de la era industrial, lo fue la idea de crear un sistema de educación masiva que estimulara al futuro industrial. Esa forma de educación sirvió a nuestros padres y abuelos extremadamente bien. Pero hoy, en los países que hacen la transición de economías industriales a economías basadas en los conocimientos, es un desastre para nuestros hijos.
(c) Alvin & Heidi Toffler. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate
Los esposos Toffler son considerados los principales futuristas del mundo.
CAPSULA
Los consumidores pagan doble
En 1990 escribimos: "En un mundo en el cual el dinero no está `informacionalizado' y la información -su perfil de mercadotecnia- vale dinero, el consumidor típicamente lo da a cambio de nada. Es esta valiosa información que los detallistas, fabricantes, bancos, emisores de tarjetas de crédito... están ahora luchando por controlar."
En 1997 la Harvard Business Review lo comprendió, y escribió lo siguiente: "La gente comienza a darse cuenta de que la información que ha divulgado tan libremente a través de sus transacciones comerciales cotidianas ... tiene valor y que recibe muy poco a cambio de su valor." Los autores, John Hagel y Jefferey Rayport, advierten que "los consumidores van a demandar un valor a cambio." Estamos de acuerdo.
Los consumidores deben aprender, por ejemplo, a considerar su perfil de mercadotecnia como un activo por el cual les deben pagar regalías cada vez que es vendido a otros por una compañía emisora de tarjetas de crédito o como parte de la lista de suscriptores de una revista.