A unos los han amenazado con pistolas y puñales, a otros los han golpeado; algunos escaparon de una repentina lluvia de balas y, aún hoy, no se explican cómo siguen con vida.
Ese es el drama de varios socorristas de la Cruz Roja, quien a diario enfrentan situaciones difíciles al cumplir con su deber.
Incluso, el paramédico Óscar Saborío fue retenido en un rancho de León XIII a punta de puñal, por un enfurecido delincuente quien le exigía “curar allí mismo” a un familiar, impidiendo además su traslado al hospital más cercano.
Tras casi una hora de zozobra, el sujeto, un pandillero ligado con la venta y trasiego de drogas en ese distrito del cantón de Tibás, San José, bajó el cuchillo con el que amenazaba degollarlo y permitió el traslado del paciente.
Este tipo de peligros son cada vez más frecuentes, especialmente en 12 barriadas de San José, a las cuales la Cruz Roja decidió no ingresar más para salvaguardar a sus socorristas y choferes.
Con esa drástica medida, también procuran cuidar las ambulancias y los equipos médicos, usualmente apedreadas o robados durante las emergencias.
Cada año, esa institución de socorro reporta pérdidas superiores a los ¢10 millones por sustracciones de utensilios, medicamentos y daños en sus vehículos.
Barrios sin Ley. Los paramédicos enfrentan serios riesgos en lugares como Las Tenis y Garabito de León XIII, Los Cuadros de Goicoechea, Las Gradas de Cristo Rey, San Juan de Pavas, Las Gavetas de Hatillo y en Los Guido de San Miguel de Desamparados.
Por órdenes superiores, el personal de la Cruz Roja no entra a esas y otras barriadas capitalinas, de noche ni de día, porque generalmente son víctimas de hampones, casi siempre integrados en violentas pandillas.
La situación es especialmente crítica durante las noches, en sectores como San Juan de Pavas, El Triángulo de Solidaridad, en Tibás, y en la llamada Cueva del Sapo, en La Carpio.
Vecinos consultados por La Nación reconocen el problema. Pero lo atribuyen a “unos cuantos vagos”, por los cuales “pagamos justos por pecadores”.
Los socorristas solo acuden a esas zonas tras coordinar con la Fuerza Pública para el envío de una o más radiopatrullas.
“Este problema lo venimos sufriendo desde hace unos tres años. Ya no respetan a los socorristas. Sabemos que no son todos pero no podemos poner en peligro la integridad de nuestro personal”, sentenció Jorge Rovira, subdirector de Socorros y Operaciones.
También enfrentan peligros en sectores urbanos, como la llamada “Calle de La Amargura”, en San Pedro de Montes de Oca. “Esta situación no se da solo en zonas marginales, no es un asunto exclusivo de precarios”, insistió Rovira, quien advirtió que “mucha gente corre peligro y puede morir”.
Vecinos abandonados. En La Cueva del Sapo, en La Carpio, enfermarse o ser víctima de una agresión, aunque sea leve, puede salir muy caro.
“Aquí nos cobran hasta ¢10.000 por un taxi porque la Cruz Roja no se anima entrar. Nos tienen abandonados, nos tratan como seres de tercera clase”, se quejó el pulpero, José Martín Paredes.
Allí operan tres pandillas a las que atribuyen asaltos y peleas callejeras. Casi siempre apedrean las ambulancias, “por puro gusto, solo para divertirse”, según vecinos.
En León XIII sucede lo mismo. “Cuando iba a nacer mi primer hijo tuve que buscar un carro particular porque los de la Cruz Roja nunca llegaron.
“Si alguien se enferma vivimos una calamidad”, afirmó Jasmina Saldaño.