
¿Podrían los católicos convertirse en un grupo religioso minoritario a mediano o largo plazo?
Las dos cosas son posibles. En todo caso la Iglesia está para anunciar el Evangelio. Que la gente se convierta, eso es obra de la Gracia y del contexto. La Iglesia está obligada a sembrar la semilla; el pecado de la Iglesia sería no anunciar a Cristo.
De tal manera pudiese ser que, pese al gran esfuerzo que hagamos de anuncio, de adaptación al mundo actual, de una evangelización más para el siglo XXI; la Iglesia no siga siendo tan masiva, pero con grupos muy convencidos que hacen de fermento; sería una Iglesia de diáspora.
¿Es correcto decir que la Iglesia Católica está hoy más preocupada por la calidad que por la cantidad de sus fieles?
Sí, es justo decirlo pero es difícil llegar a eso porque se ocupan cambios en las mismas estructuras parroquiales. Estamos preocupados, estamos tratando de despertar y por eso ahora hablamos de procesos, de iniciación cristiana, de gradas, de que la fe no es algo que se adquiere ya, sino que es algo gradual.
La Vicaría Episcopal reconoció que 650 personas salen al día de la Iglesia. ¿Qué medidas toman para frenar esa estampida?
Esas cifras no las conozco, pero sí notamos que, en el caso de nuestra arquidiócesis, tenemos una pérdida de creyentes. ¿Qué estamos haciendo? A nivel organizativo, muchísimo. En mi trabajo como arzobispo, en dos años he visitado 58 parroquias y he tenido un acercamiento con todo lo que está pasando allí en el aspecto social, económico y religioso.
¿Y qué se encontró?
Que en todas las parroquias hay mucha gente trabajando con la Iglesia, con muy buena voluntad y entrega, pero sí hemos notado que les falta capacitación para responderle a la sociedad de hoy. O nos capacitamos los sacerdotes, obispos y laicos, o nos vamos a quedar hablando solitos, porque no podemos dar respuestas de ayer a problemas de hoy.
Debemos revisar el lenguaje que hablamos, el acercamiento que le damos a los problemas, la preparación que damos a los niños, los jóvenes y la familia.
Cuando usted llegó a la arquidiócesis, anunció que iba a lanzar a la Iglesia a evangelizar en la calle. ¿Qué resultados tuvo?
Los resultados concretos no han sido brillantes ni notorios, pero lo más grandioso es que hemos estado formando un laicado para eso. No es fácil. La Iglesia ha tenido un proceso de inercia; hemos estado anclados a una Costa Rica rural sin grandes problemas y ahora resulta que nos llegan los problemas de una sociedad urbana donde todo cambia, donde el hombre está ocupado en miles cosas.
¿Y qué están haciendo para enfrentar ese cambio social?
Comenzamos a traer sacerdotes expertos para cuestionarnos sobre los fenómenos actuales de la sociedad. Hemos tratado de sensibilizar al clero sobre estos temas. Estamos preparando la ofensiva como el famoso "Día D", pero no es fácil, no es como soplar y hacer botellas. Tengo fe de que la máquina pronto comenzará a moverse más, pero admito que pocas parroquias han asumido esto de salir a la calle.
¿Por qué no han querido salir?
Por la ley de la inercia, porque lo habíamos hecho pocas veces y no es fácil ir a tocar puertas, porque a veces no te las abren y de quienes te la abren no todos van a estar dispuestos a seguir un proceso.
¿Están los sacerdotes muy distantes de las necesidades de los fieles o se han acercado?
La mayoría de sacerdotes busca a la gente, pero hay casos de sacerdotes que se vuelven como invisibles ya sea por su edad, estado de salud o carácter. Parece que no están en la parroquia y la gente siente un vacío de pastoreo. Eso hay que corregirlo y estamos en eso.
¿Siente que le hace falta vida a la celebración de la Eucaristía?
Sí, se dan misas donde todo está mal. Desde el equipo de sonido que no se oye, el sacerdote con voz cansada, una música que nada que ver. Estamos trabajando en eso. Pero también estamos preocupados de que se crea que la misa es misa porque hay mucho ruido y movimiento. Vamos a buscar un equilibrio.
¿Qué harán para atraer gente a las actividades litúrgicas de esta Semana Santa?
Se han dado directrices para que haya confesiones en Semana Santa, para que se haga llegar hasta el último rincón de la parroquia los programas y para que se busquen los mejores horarios.
¿Y qué oferta hay para la gente que aprovecha esta época para irse de vacaciones?
A ellos se les ha dicho que el descanso no riñe con la piedad; que a donde lleguen busquen el templo más cercano y participen en las actividades para que no se convierta esta Semana Santa en un puro turismo pagano.
¿Cuál es la obra social de la Iglesia?
Nos hemos acercado más a las zonas de la arquidiócesis donde se focaliza más la pobreza. Por ejemplo, en las zonas rurales descubrimos que la baja en los precios del café impactó seriamente. Ahí hemos tratado de dar formación a la gente en organización comunitaria e invitarla a formar pequeñas empresas. En el área urbano-marginal está el caso de Los Guido, donde impulsamos un diálogo para que todas las fuerzas busquen soluciones conjuntas.
Hemos creado unos 10 comedores parroquiales donde comen 1.000 niños. Tenemos un hogar para los enfermos del sida, otro para drogadictos y alcohólicos. Apoyamos un hogar para niñas en riesgo social en Cartago.
¿Cuál es el presupuesto de la arquidiócesis para esas obras?
Lo que invierte la Curia debe estar entre ¢20 y ¢30 millones al año. Pero lo que invierte cada parroquia en lo social es tremendo.
¿Y cómo afectó a estas obras sociales la decisión del Gobierno de Abel Pacheco de eliminar los aportes del Estado a las temporalidades de la Iglesia?
Si eso se hace para tener recursos para la inversión social del Estado, bienvenido, no reclamo. Solo pido que nos ayuden a financiar obras que tenemos al servicio del pueblo como el Archivo Histórico Arquidiócesano, donde llegan un montón de estudiantes a hacer sus tesis, y que nos ayuden con obras sociales porque en muchas estamos sustituyendo la obra misma del Estado.