El momento esperado llegó a la 1:50 p. m.
Rápida y silenciosamente, el Concorde de la compañía Air France tocó la pista del aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela, ante miles de personas que durante horas aguardaron ansiosas el arribo del avión comercial más veloz del mundo.
Cinco minutos más tarde, la multitud comenzó a movilizarse rápidamente; la mayoría de ellos frustrados porque no vieron el inmenso y ruidoso aparato sobre el que leyeron u oyeron. Fue demasiada espera para tan poca emoción.
La aeronave tocó suelo costarricense diez minutos antes de lo previsto. Venía procedente de Lima y estará en el país hasta el miércoles en la mañana, cuando emprenderá el regreso a Nueva York.
Cada uno de los 90 pasajeros, estadounidenses y europeos, pagó ¢14,5 millones por un boleto que le permitió disfrutar de una gira por varios países latinoamericanos.
"¡Nada que ver!", "¡qué agarrada de monos!", "¡n'hombre, esto es un alegrón de burro!" fueron algunas de las frases que se escucharon en el restaurante La Candela, al costado sur de la pista de aterrizaje, uno de los sitios con mejor panorámica y en el cual cobraron ¢2.000 por reservar una mesa.
Con menos comodidades, el público pegado a la malla, ubicado en lotes baldíos y hasta subido en los árboles, coincidió con esas opiniones. "Pura paja. Sí es bonito pero no hace el ruido que dijeron", manifestó Víctor Julio Barquero, vecino de Heredia, quien esperó en el costado este de la pista.
Como él, habitantes de todo el Valle Central y más allá fueron ocupando los alrededores de la terminal aérea, equipados con refrescos, emparedados y hasta ollas de arroz con pollo. No faltaron tampoco quienes llevaran tapones para los oídos, cámaras fotográficas y de vídeo, así como mesas y sábanas para el día de campo.
Aquellos que prefirieron esperar el Concorde en la terminal remota, donde se efectuaba la Feria Nacional de Aviación, también compartieron la desilusión. "Según todo lo que dijeron, yo creía que era más impresionante. Hasta es más silencioso que cualquier otro", dijo Carlomagno Rodríguez, vecino de La Aurora, Heredia.
La percepción generalizada entre los asistentes consultados por La Nación es que sin duda se trataba de una aeronave con una forma poco común, "muy bonita", pero nada más. Aún así, ninguno dejó de levantar los brazos, aplaudir y silbar en señal de bienvenida a los 90 pasajeros y a la tripulación.
Empero, satisfecho o no, el público pasó un domingo diferente y ni hablar de los comerciantes que le sacaron provecho a la supersónica visita. La oferta iba desde tapones para los oídos y camisetas hasta pupusas y ceviche. (Véase nota aparte.)
Los imprevistos
Una vez que el avión tocó suelo, recorrió la pista durante cinco minutos y se estacionó en la terminal remota del Santamaría, comenzaron los inconvenientes para las autoridades y los organizadores.
Los visitantes traspasaron los retenes de seguridad e irrespetaron el perímetro de 30 metros exigido por Air France para proteger la aeronave. Esto provocó una rápida movilización de los encargados de seguridad del Santamaría para evitar una aglomeración cerca del Concorde.
La puerta del avión se abrió a las 2:03 p. m., después de varios intentos provocados por una mala ubicación de la escalinata, lo que obligó al capitán Michel Rio a salir por la ventana de la cabina para dirigir la operación.
Ante la mirada curiosa de los presentes, comenzaron a descender los pasajeros, en su mayoría parejas, quienes abordaron cuatro buses de lujo con destino a la finca de Café Britt, en Barva de Heredia.
Uno de ellos, quien se identificó como Mr. Churchill, manifestó que el viaje es "muy cómodo, sobresaliente". Explicó que la trayectoria es emocionante; no se siente la turbulencia, y hasta se puede apreciar la curvatura de la tierra.
Mientras los viajeros comenzaban una más de sus escalas, en las afueras, el público inició el retorno a sus hogares, misión aún más difícil que la llegada. Cientos de automóviles y autobuses con más pasaje del permitido generaron una enorme presa sin importar la vía que tomaran.
Créditos:
Elaboraron esta información los periodistas Edgar Delgado, Antonio Jiménez, Irene Vizcaíno, Ángela Ávalos, con la colaboración de Alexánder Salazar. Las fotografías son de Juan José Aguilar, Rodrigo Montenegro, Eduardo López y Francisco Rodríguez.