Cuando llegué a Moore, lo único que pude ve era un paisaje de devastación. Caminé hacia un grupo de personas que estaba sobre una pila de escombros tan grande como para que fuera una casa. Una mujer me dijo que el lugar había sido antes una escuela.
Yo esperaba ver escenas de caos a medida que me acercaba a las pilas de ladrillos y metal retorcido donde alguna vez se había ubicado la escuela primaria Plaza Towers. En su lugar, todo estaba en calma y en orden; la Policía y los bomberos sacaban a los niños uno a uno de debajo de una gran pared derrumbada.
Padres y vecinos voluntarios hacían una fila y pasaban a los niños rescatados de mano en mano para retirarlos del lugar. Los adultos los trasladaron por un campo cubierto de fragmentos de madera, bloques de hormigón y aislante, a un centro de evaluación médica en un estacionamiento.
Todos trabajaban rápida y silenciosamente para que los socorristas pudieran escuchar las voces de niños bajo los escombros.
Los socorristas sacaron a un chico de debajo de la pared y estaban a punto de pasarlo por la hilera humana, pero su padre estaba ahí. Cuando su padre lo llamó, ambos se encontraron.
Durante los 30 minutos que permanecí fuera de la escuela destruida, tomé fotografías de una decena de niños que eran sacados de entre los escombros.
Enfoqué las lentes de mi cámara en cada uno de ellos. Algunos parecían aturdidos. Otros lloraban y algunos más parecían aterrorizados. Pero estaban vivos.
Sé que hay estudiantes entre las víctimas fatales por el tornado, pero, por un momento, había esperanza entre las ruinas.