He aquí algunos de los principales puntos del primer discurso del presidente estadounidense, George W. Bush, ante la Asamblea General de Naciones Unidas:
Cada nación civilizada presente hoy está dispuesta a mantener el más básico compromiso con la civilización. Nos defenderemos y defenderemos nuestro futuro contra el terror y la violencia ilícita.
Cada nación tiene un interés en esta causa. Ellos (los terroristas) matan porque aspiran a dominar. Buscan derrocar gobiernos y desestabilizar regiones enteras.
Estos mismos terroristas buscan armas de destrucción masiva, instrumentos para convertir su odio en holocausto.
Los terroristas están crecientemente aislados por su propio odio y extremismo. No pueden esconderse detrás del islam.
Todas las naciones no pueden participar en cada acción contra el enemigo, pero cada nación miembro de nuestra coalición tiene sus deberes.
Hay un precio a pagar por parte de cada régimen que apoye al terrorismo y lo pagará. Los aliados del terrorismo son igualmente culpables de asesinato e igualmente responsables ante la justicia.
Los días de los talibanes cobijando a los terroristas, traficando con heroína y brutalizando a las mujeres, están llegando a su fin.
Estados Unidos trabajará con la ONU para apoyar un gobierno postalibán que represente a todo el pueblo afgano.
Cada miembro de Naciones Unidas tiene la responsabilidad de cortar las finanzas del terrorismo. Debemos aprobar todas las leyes necesarias en nuestros países para posibilitar la confiscación de los bienes del terrorismo.
Tenemos la responsabilidad de negar refugio e impedir el tránsito de terroristas. Los campos de terroristas deben ser cerrados, sus responsables arrestados y la evidencia de esos arrestos presentada ante la ONU.
La guerra contra el terror no debe servir de excusa para perseguir a minorías étnicas o religiosas en ningún país. La gente inocente debe vivir sus vidas, según sus costumbres y su religión.
El Gobierno estadounidense mantiene su compromiso con una paz justa en Oriente Medio. Esperamos que llegue el día en el que dos Estados Israel y Palestina vivan pacíficamente juntos, dentro de fronteras reconocidas y seguras, como estipulan las resoluciones del Consejo de Seguridad.
Esta lucha es un momento definitorio para la propia Organización. Socava la credibilidad de esta gran institución, por ejemplo, que la Comisión de Derechos Humanos ofrezca una banca a los más persistentes violadores de los derechos humanos.