
Un zapato rojo de niño yace en el cementerio, símbolo de la tragedia colombiana de Armero y muda ofrenda a la pequeña Omaira, cuya tumba convoca a los fieles en busca de un milagro.
El 13 de noviembre de 1985 los 27.000 habitantes de esta ciudad fueron sepultados vivos en 15 minutos bajo 19 millones de metros cúbicos de rocas y tierra tras la erupción del Nevado del Ruiz.
“Cada día aparece otra familia que busca favores frente a la tumba de Omaira”, relata Albeiro Osorio, uno de los sobrevivientes del drama.
En el silencio sepulcral, apenas roto por el graznido de un buitre, este guía improvisado conduce al visitante directamente a la tumba de Omaira. “Una santa que sigue haciendo milagros”, dice Osorio.
Armero, nunca reconstruida, se ubicaba a 300 km al suroeste de Bogotá, al pie del Nevado del Ruiz, volcán de nieves eternas de 5.432 metros de altitud.
Unas 143 placas de mármol, grabadas con inscripciones de tipo “acción de gracias por favores recibidos”, dan testimonio de similar número de milagros obtenidos por católicos que hasta allí llegaron a orar sobre su tumba.
El mundo entero vio en directo, durante 72 horas, la trasmisión televisada de la agonía de esta niña de 11 años, atrapada entre las rocas después de intentar escapar al deslave mortal que se escurría por la ladera de la montaña.
Osorio la ve como si fuera ayer. “Solo salía del lodo su cabeza y pecho, el resto del cuerpo estaba encerrado en las rocas”, recuerda.
Las tumbas de los cuerpos nunca encontrados apenas emergen del pasto crecido y descuidado, donde en una de ellas se leen ocho nombres de la misma familia. Pero el mausoleo de Omaira destaca en la desolación: “¡Mire! La gente echa lo que puede para conseguir favores”, dice Osorio.
Del famoso hueco donde se debatió en vano Omaira, que se mantiene tal cual, el guía saca el zapato rojo, tres reliquias, imágenes piadosas junto a súplicas encerradas en plástico para protegerlas de la intemperie, y recuerda a una madre, Flor Marina, llegada en 1998: “Había perdido a sus tres hijos, pero sus votos a Omaira se los devolvieron”.
Detrás de la pequeña tumba, un mausoleo compuesto por un largo muro en ángulo, con un altar dedicado a Santa María Auxiliadora, confirma en la piedra uno de los 143 milagros atribuidos a la niña por sus devotos.
“Fue construido por un señor de Acacias, en el departamento del Meta (sur)”, explicó Osorio.
Otro devoto rindió honores a Omaira por haber tenido “finalmente una hijita después de cinco varones seguidos”.
Prisionera del lodo
A veinte metros detrás de la tumba, Osorio muestra el montículo que ayudó a decenas de habitantes a escapar de la muerte, pero que Omaira no logró escalar. “Prisionera del lodo, la nena imploraba que la sacaran, que tenía que hacer una tarea para su escuela”, recuerda Osorio.
Tras un calvario de tres días, la niña recitó el Padrenuestro, murmuró la canción de los pollitos, y dijo adiós, antes de cerrar los ojos para siempre.