Nueva York. AP. La historia del 2005 ha quedado impresa en los rostros del mundo: gente azotada por vientos y olas, o por los terroristas que apuntaron sus miras a soldados, hoteles o gente común que iba al trabajo.
Los días y meses del año están marcados por el dolor, el horror y el luto que surcaron el mundo de Pakistán a Sudán, de Amán a Londres y Nueva Orleans.
En algunos casos, la muerte provocó un sufrimiento reverente: En abril, el arzobispo Stanislaw Dziwisz lloró al colocar un velo blanco sobre la cara del papa Juan Pablo II antes de cerrar su ataúd, mientras el mundo sufría con él la muerte del primer pontífice que alcanzó la popularidad de un astro del rock .
Otras muertes provocaron disputas: Cindy Sheehan, cuyo hijo Casey murió en Iraq, dio vida al movimiento antibélico en Estados Unidos con su protesta en el rancho texano del presidente George W. Bush.
En ocasiones el sufrimiento pareció una broma cruel del destino. El 6 de julio estalló una ovación en el subterráneo de Londres al conocerse la noticia de que la ciudad era nombrada sede de los Juegos Olímpicos del 2012.
Menos de 24 horas después, los mismos vagones del subterráneo se llenaron de humo, sangre y pánico. Durante la hora pico matutina, terroristas mataron a 52 personas e hirieron a más de 700 en el peor ataque que haya sufrido Londres tras la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos, nada atrapó la atención nacional, evocando a la vez el horror y la incredulidad, como el huracán Katrina .
El monstruo avanzó en su paso arrollador hacia Nueva Orleans, la tormenta que la ciudad situada bajo el nivel del mar siempre había temido. A la vista atónita de todo el país, una gran ciudad se convirtió en escenario de saqueos, tiroteos, incendios y cuerpos hinchados flotando en el estiércol hediondo y tóxico que dejó la tormenta.
En todo el mundo, las catástrofes fueron de una frecuencia y magnitud tales que era difícil tener conciencia de ellas.
Millones carecían de alimentos en Níger y la violencia asolaba Sudán. Un terremoto en Pakistán mató a 87.000 personas. Para comprender lo que fue el 2005, hay que mirar los rostros individuales.
Por ejemplo, Tasleem Liaqat, de 25 años, atrapada bajo los escombros del terremoto en la aldea pakistaní de Kialla. La sacaron los vecinos y dos horas después dio a luz una niña.
A la espera de ayuda, se cubrió a sí misma y su bebé con una hoja de plástico para protegerse de la lluvia. En un carro tirado por su esposo y vecinos, llegó al hospital ocho días después del temblor.
En el hospital, con la pierna en alto y su bebé en brazos, la joven dijo: "No recuerdo nada, solo el dolor. Tanto dolor".