A lo largo de los nueve años de su presidencia, su carácter imprevisible y su gusto por los golpes teatrales transformaron sus viajes al extranjero en una pesadilla para sus asesores.
En 1994, en un viaje que lo llevaba de vuelta a Moscú desde Washington no se presentó en una visita protocolaria prevista durante una escala en Irlanda.
Una vez en la capital rusa, Yeltsin explicó que se había quedado dormido y que había regañado a sus colaboradores por no haberlo despertado.
Sus detractores sospecharon algo bien diferente: que estaba borracho como una cuba.
“Créame, su dependencia del alcohol solo es un secreto para usted”, escribió en una ocasión Egor Iakovlev, redactor jefe del semanario Obchchaia Gazeta .
En marzo de 1996, un Yeltsin jovial rompió el protocolo en Noruega al tomar del brazo a dos de sus anfitriones, nada menos que la reina Sonia y la primera ministra, Gro Harlem Brundtland. Vestida de color burdeos la soberana y de blanco el mandatario, Yeltsin exclamó tomado de su brazo: “¡Frambuesas y nata!”.
Sus torpezas afectaron sus funciones y se llegó a dudar de su capacidad de gobernar.