
El historiador Máximo Terrazos recuerda un día hace 40 años en que descendió por una estrecha escalinata hasta una cámara subterránea donde experimentó una súbita revelación erótica.
Terrazos, quien era entonces un estudiante universitario de 20 años, relata que fue conducido junto con varios de sus condiscípulos a una habitación subterránea y privada en el Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, para ver por primera vez los huacos eróticos.
Ante los estudiantes se alzaban numerosas piezas de cerámica que representaban actos sexuales y fueron moldeadas hace más de 1.500 años por los mochicas, un pueblo altamente organizado y dividido en estratos sociales, que dominó la costa septentrional peruana durante ocho siglos, hasta el 800 de nuestra era.
“Para mí fue un sobresalto”, dice Terrazos, quien más adelante dedicó parte de su vida profesional al estudio de la sexualidad en el Perú antiguo.
Ocultos al público
Durante décadas, los huacos (o cerámica) con temas eróticos permanecieron ocultos al público. Solo una élite de científicos sociales peruanos podían verlos.
En algunas ocasiones, a regañadientes, las autoridades permitían que algunos investigadores estadounidenses o europeos observaran las piezas.
Eran conocidos como los huacos prohibidos debido al tabú impuesto por el cristianismo, de que el único fin del sexo es la procreación y las mujeres no deben experimentar placer sexual.
Hoy, las exposiciones de estas piezas, que ilustran numerosas posiciones y prácticas sexuales, son una atracción turística en algunos museos del país.
La cerámica mochica abrió la puerta a un amplio campo de estudio sobre los valores sexuales en el Perú precolombino.
Su estudio también refiere la represión ejercida por el virreinato español y la Santa Inquisición, afanados en erradicar de la población nativa esta concepción erótica, considerada demoníaca.
En la época colonial los huacos eróticos, como la mayoría de los iconos indígenas, fueron destruidos, dice Terrazos.