En el análisis de la gestión de una empresa no se puede omitir el concepto de eficiencia económica, que sostiene que la rentabilidad de una firma depende de los réditos generados por las inversiones en recursos físicos, humanos, tecnológicos y de orden estratégico.
Si la iniciativa de inversión llevada a cabo genera beneficios económicos, se puede afirmar que la inversión contribuyó con la rentabilidad y, por ende, con la capitalización patrimonial.
Los acontecimientos macroeconómicos, sociales, de mercado y otros son vitales en la formulación de proyectos y de estrategias de gestión. No obstante, la eficiencia económica se inicia en la actitud del empresario por trabajar en forma organizada y sistematizada.
En el contexto de la pequeña y mediana empresa, la eficiencia económica constituye el resultado más importante de gestión gerencial. La autosuficiencia financiera promueve el éxito de los negocios. El simple hecho de mejorar los márgenes brutos de ganancias, mediante buenas prácticas de negociación comercial con proveedores hasta una revisión minuciosa de los costos con propósitos de reducción, implica eficiencia.
Para el pequeño y mediano empresario, el recurso capital es escaso, por lo que requiere de mucho tacto y consistencia a la hora de emprender una iniciativa de inversión. ¿Para qué continuar con los esfuerzos concentrados en el diario quehacer si las mejores prácticas recomiendan la búsqueda de eficiencia económica mediante planificación y control de la gestión? Basta con analizar, evaluar, decidir y ejecutar cualquier iniciativa para evitar el estrés de no saber a dónde va o, en el peor de los casos, mantener capacidad ociosa.