Siempre me ha conmovido el relato de cómo el cadáver del Cid, atado a un caballo y líder de sus tropas, puso en retirada a enemigos.
La muerte, la vejez, la limitación, tienen mala prensa. Intentamos invisibilizarlos. En estos días se mercadea la salud, la belleza física, la fuerza, el poder.
Con tanta intensidad que hace vacilar a la conciencia colectiva sobre lo esencial y lo que es accesorio en el ser humano y embarca a muchos, con Ponce de León, a buscar la fuente de la eterna juventud.
Dicen que Stalin, cuando sus consejeros le dijeron que auspiciando el catolicismo, se podría congraciar con el Papa, replicó "Y cuántas divisiones tiene el Papa".
En la guerra, y parece que en la política, lo que cuenta es el poder medido en capacidad de fuego o de convocatoria. Y entonces "blofear", fingir, pretender ser lo que no se es, construir fachadas, es un comportamiento aceptado y recomendado.
Lo paradójico es didáctico y entusiasmante. Nos llena de energía, quizá por el contacto de opuestos. Pensar en el poder de los débiles, en la riqueza de pobres o en la elocuencia de los silenciosos, nos moviliza porque son juicios raros.
Vemos a Gandhi, desafiando al Imperio Británico. O a Espartaco en pos de un ideal que alborotó a miles de esclavos. A Martin Luther King con un sueño. A Albert Schweitzer o a la Madre Teresa.
Ahora, parece extraño tener una posición de liderazgo y exhibir debilidad, enfermedad o ineficiencia.
Warren Bennis, experto en el tema señala, en cambio, que el papel del líder consiste en entusiasmar. Que hay que ser uno mismo, y no actuar sino expresarse auténticamente. Hay que saber exigirse a sí mismo más que a los demás. No hay que rehuir el sacrificio.
Como estudioso de la acción humana, me impacta el Papa Woytila. Debería renunciar, ocultarse, desaparecer, si su propósito fuera conducir a sus seguidores hacia la eficiencia, la espectacularidad o el poder. Pero si su propósito es mostrar el valor esencial del ser humano, mostrar el poder de la flaqueza, el sentido del dolor, el palpitar del espíritu a pesar de la carne maltrecha, mostrar fidelidad a lo que él siente que es su llamado, entonces su permanencia en el puesto lo transforma de mensajero en mensaje.
Enseña con su presencia que hay algo que está más allá de la eficiencia, del poder o la imagen. Sus seguidores transitan por la cuaresma, tiempo de penitencia, de silencio, de privación. Con su ejemplo, ellos tienen un motivo de auto reflexión, que bien aprovechado, podría conducir a un reordenamiento de aspiraciones, que privilegie las esenciales sobre las accesorias. Afán extraño en un mundo que en vano intenta alimentarse de trascendencia en la ciencia y la técnica, que nos han puesto frente a una vitrina material exuberante, que no se cansa de repetir que tener es más importante que ser.
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