
Uno de los términos que llama la atención de los extranjeros en Costa Rica es la costumbre de referirse al valor de un bien o servicio en cantidad de “rojos”, apodo popular del billete de ¢1.000.
En 2011, el Banco Central de Costa Rica (BCCR) modernizó la “familia” de billetes al emitir la denominación de ¢1.000 en un material más resistente, con mayores medidas de seguridad. Para hacer honor al nombre popular, las dos series posteriores intensificaron el característico color rojo.
Actualmente en el país circulan unos 160 millones de las diferentes denominaciones autorizadas: ¢1.000, ¢2.000, ¢5.000, ¢10.000 y ¢20.000. El billete de ¢10.000 es el de mayor circulación, según confirmó el Banco Central.
En el caso del billete de ¢1.000, existen tres series: las primeras dos se introdujeron en 2011 y 2016, mientras que la última llegó en 2021.
Pero la historia del papel moneda en Costa Rica se remonta a dos siglos atrás. En sus inicios, las transacciones se realizaban mediante vales respaldados por personas o empresas emisoras, según información del BCCR.
En 1858, durante la administración de Juan Rafael Mora, el empresario argentino Crisanto Medina fundó el Banco Nacional de Costa Rica y emitió los primeros billetes de 1, 2, 10 y 20 pesos. Con el tiempo, bancos como el Anglo Costarricense y el Banco de La Unión, rebautizado en 1890 como Banco de Costa Rica, también fueron autorizados para emitir papel moneda.
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Estos billetes estaban respaldados por equivalentes en oro o plata. En 1896, el colón se convirtió en la moneda oficial del país. Posteriormente, la Ley de Bancos de 1900 permitió la emisión de billetes a instituciones como el Banco de Costa Rica, Banco Mercantil, Banco Comercial, el Anglo Costarricense y el Internacional.
En 1914, se fundó el Banco Internacional, que siete años después fue designado como único emisor de billetes. En 1936, cambió su nombre a Banco Nacional de Costa Rica. Con la Guerra Civil de 1948 y la Constitución de 1949, el Estado se reorganizó, y en 1950 se nacionalizaron los bancos y se fundó el BCCR.
Durante seis décadas, los billetes se imprimieron en sustrato de algodón, hasta que en 2011 se introdujo el polímero con la denominación de ¢1.000. Este cambio marcó el inicio de una nueva familia de billetes con diseños unificados, además de la incorporación de las denominaciones de ¢20.000 y ¢50.000, que dejaron de circular en 2018.
El diseño de los billetes es desarrollado por el Departamento de Emisión y Valores del BCCR, mientras que su fabricación se realiza en empresas internacionales que cumplen altos estándares de calidad y seguridad. La escogencia se realiza en base a la legislación vigente.

Juan José Leiva, director del Departamento de Emisión y Valores, explicó que los billetes se agrupan bajo el concepto de “familia”, debido a sus similitudes en elementos como las bandas transparentes, el diseño y las medidas de seguridad. Por otro lado, las monedas se agrupan bajo el término de cono monetario.
Desde el año 2020, se generalizó el uso del polímero en todas las denominaciones de billetes, un proceso concluido en 2021. Según Leiva, estas evaluaciones han confirmado su durabilidad y seguridad, por lo que no se tienen previstos nuevos ajustes durante 2025.
La vida útil promedio de los billetes se estima en cuatro años. En caso de daños, la normativa vigente establece un procedimiento y son los bancos comerciales los que están autorizados para renovar las piezas dañadas.
Cambios en la intensidad del ‘rojo’
En 2011, la serie A del billete de ¢1.000 incluyó 40 millones de unidades, con un tono rojo más claro. Para 2016, la serie B introdujo 20 millones de unidades con un rojo más intenso. “Esto se debió a que el billete ya estaba identificado como ‘el rojo’, así que se incrementó el color. La serie C, de 2021, es aún más roja”, comentó Leiva.
Esta última serie, emitida el 15 de octubre de 2021, tuvo una circulación inicial de 45 millones de unidades.

‘Rojos’ con más de 70 años en circulación
El billete de ¢1.000 comenzó a circular en 1952, cuando incluía la imagen de don Julio Peña Morúa, fundador del Banco de Crédito Agrícola de Cartago y figura clave en la transformación del Banco Internacional al Banco Nacional. Fue declarado Benemérito de la Patria en 1974.
José Carranza Astúa, especialista en numismática e historiador de la emisión de billetes, apuntó que el apelativo de “rojo” empezó a popularizarse entre las décadas de 1960 y 1970. Peña falleció en 1949, según refiere el libro Historia de los billetes de Costa Rica 1821-2021, autoría por Carranza.
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El especialista refirió que la primera emisión del billete de ¢1.000 fue 500.000 unidades y fue impreso por American Bank Note Company, con sede en Nueva York.
Leonardo Montalbán, presidente de la Asociación Numismática de Costa Rica, recordó que un lote de la serie A del billete de ¢1.000 presentó defectos de tinta, lo que llevó a apodarlo “la raspadita” por su similitud con la lotería instantánea. Esa emisión es de uso para colección, aclaró. Además mencionó que existieron pruebas anteriores en otros tonos pero al final, la autoridad monetaria decidió que se imprimiera en esa tonalidad.
Durante su años de circulación, el “rojo” ha tenido impresos los rostros de Julio Peña, Tomás Soley, economista e historiador, y Braulio Carrillo, expresidente de Costa Rica.
En 1970 y 1987, se acuñaron monedas conmemorativas de ¢1.000 en oro y plata para colección, indicó Montalbán.
El expresidente del BCCR, Eduardo Lizano, destacó que el término “rojo” para el billete de ¢1.000 es una tradición que ha perdurado por generaciones.

