
“Yo juro que esa arma estaba cargada”, me dice Pilar García, sentada en un banco de su apartamento en Cascajal de San Sebastián, al recordar cuando a sus 21 años se puso la pistola 38 milímetros de su papá en la cabeza y jaló el gatillo, dos veces.
Pilar se había tomado un cóctel de pastillas y estaba embarazada de André, su primer hijo. Por alguna razón que desconoce, las dos balas que debían acabar con su vida se negaron a salir. Esta no fue la primera, ni la última vez que Pilar intentó suicidarse.
A los 12 años, les dio la primera alerta a sus papás, una llamada de atención que nadie supo escuchar. “Me paré enfrente de los dos y les dije seriamente: me quiero suicidar. No estaba gritando ayuda en ese instante, pero es cuando un adolescente empieza a mostrar signos sin pedir ayuda. Es un ‘ayúdeme’ en silencio”.
Aunque tuvo la intención, Pilar no pasó a formar parte de esa fría base de datos del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) que enlista con dígitos la cantidad de adolescentes que desisten de vivir cada año.
Ahora tiene 33 años, un hijo de 12, una de 9 y una pareja estable, pero eso no evita que sus ojos se sigan llenando de lágrimas y su garganta se vuelva un nudo al desempolvar de su memoria los recuerdos más dolorosos de la época que conoció el infierno en vida.
En “el país más feliz del mundo”, la desesperanza lleva a más de dos adolescentes cada mes a llegar al límite que divide la vida y la muerte, y cruzarlo.
De las 302 personas que se mataron en el 2014, 30 fueron jóvenes de 10 a 19 años, rango de edad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina “adolescencia”. La cifra fue la misma en el 2013, y el año anterior, la cantidad se superó por cuatro.
Desde el 2008 hasta la actualidad, el número de suicidas adolescentes se ha mantenido constante, sin superar los 35 ni bajar de los 26 (salvo el 2010, año en que el número cayó a 19).
A pesar de la constancia, son cuatro las principales causas de muerte en adolescentes que se disputan año a año los primeros tres lugares en nuestro país: accidentes de tránsito, homicidios, cáncer y el tema protagonista de este reportaje.
Para la OMS, Costa Rica no es la excepción, sino la norma. A nivel mundial, el suicidio es el segundo responsable de muerte en jóvenes de 15 a 29 años.
“Los adolescentes no tienden a morir por causas orgánicas porque son normalmente bastante sanos”, dice el doctor Mauricio Campos, especialista en Psiquiatría y miembro de la Asociación Costarricense de Estudio y Prevención del Suicidio (ACEPS). “No sabemos cuántos accidentes de tránsito también podrían considerarse conductas autodestructivas”.
Rigoberto Castro, especialista del Hospital Nacional Psiquiátrico, considera que parte del gran problema en cuanto a atención de adolescentes es que al área de salud mental no se le ha dado la importancia que requiere.
“Si usted es niño, hasta los 11 años y unos cuantos meses lo atienden en el Hospital Nacional de Niños. Posteriormente, la edad adulta empieza en principio, desde los 18 años. En el período entre los 12 y los 18 años se ha convertido en tierra de nadie”, aseguró.
A la hora de la entrevista, Castro afirmó tener pendientes de citar aproximadamente 50 casos de referencia de adolescentes y que las citas se estaban dando hasta enero del 2016 por la sobrecarga de trabajo para pocos funcionarios. “Figúrese que a mí me manden un caso de emergencia y yo lo mando a que lo vean hasta enero del próximo año. Si es por indicios suicidas se me termina de complicar en poco tiempo”.
Campos coincide: “En este momento somos solo dos psiquiatras que atendemos adolescentes para todo el país. El Hospital Psiquiátrico es el único lugar donde se pueden internar personas por esta problemática y son solo 25 camas lo que hay para todo el país”.
Rafael estaría celebrando 45 años de edad en menos de dos semanas. Tal vez se hubiera casado y tendría hijos. Tal vez sería ingeniero. ¿Tendría perros o gatos?
¿Cómo saberlo? Ya han pasado 31 años desde que el hijo de Julia Woodbridge se quitó la vida cuando tenía 14 años. “Rafa nunca habló de suicidio. A mi hijo no le vi nada, nada, nada. Fue total y absolutamente sorpresa”.
Julia no tiene problema con hablar de suicidio: decidió despedirse del silencio años atrás y enfrentarse al tabú de aceptar que su hijo, voluntariamente, eligió la muerte.
– “¿Por qué rompí el silencio? Porque muchas personas sienten culpa o vergüenza. Pero llegó un momento en que a mí Dios me dio la certeza de que no sólo había perdón para mí, sino que debía hacer lo que iba a empezar a hacer, que era darle esperanza a los que ya no la tienen para vivir”.
Julia perdió a su hijo y meses después murió su esposo en un accidente de tránsito. Lo que no perdió fue la fuerza para salir del abismo en el que estaba junto a sus otros dos hijos y crear la Fundación Rescatando Vidas, en 1999.
Con la premisa de que el suicidio no es tanto el deseo de morir, sino el temor a vivir, la fundación busca brindar información a familias, centros educativos y líderes en comunidades sobre las conductas autodestructivas o suicidios pasivos, la detección de factores de riesgo, y las herramientas necesarias para la intervención.
“El gran problema que tenemos es que los sobrevivientes (como les llaman a los familiares de personas suicidas) se quedan callados. Por eso la población de Costa Rica no sabe que la situación es tan grave”.
“Yo lo que he querido siempre es romper el estigma. Lo tuve que vivir durante años mientras la gente se daba cuenta. Inclusive nosotros hemos ido a pedir ayuda a sobrevivientes para seguir con la fundación y ni siquiera te aceptan que el hijo se suicidó”, comenta la fundadora. “Te dicen: mi hija murió en un accidente, mi hija se tomó unas pastillas de más pero no se dio cuenta. Lo ocultan mucho”.
Cuesta seguirle el ritmo al testimonio de Pilar y cuesta aún más entender cómo una persona de apenas 33 años conoce cara a cara tal cantidad y variedad de desgracias. Me enseña las cicatrices con cortaduras que tiene en sus muñecas para darme una pincelada de lo que fue su sombría adolescencia, donde el abandono, maltrato y falta de apoyo, eran el pan de cada día.
Mientas Pilar habla, voy armando una lista de palabras sueltas para no olvidarlas: intento de suicidio, abuso, violación, abandono, osteoporosis, quimioterapia, abortos involuntarios (sí, en plural), diabetes, asma crónica, infarto cardiorespiratorio. Se me llena la página y Pilar sigue enumerando lo que para mí son palabras, pero que para ella son recuerdos que conoce hasta lo profundo de su ser, ahí donde más duele.
“Cuando tenía 12 sufrí un abuso. Un sobrino de mi madre iba a abusar de mi hermana, yo la defendí y bueno, salí yo. Me tocó y todo pero no llegó al punto de que… pero sí fue un abuso”. Ahí fue donde empezó todo el “relajo” de su vida, según los cálculos de Pilar.
La joven guardó silencio. En una familia que se resquebrajaba a pedazos, donde tenía que hacer de mamá, cuidar a su hermana y hermano (con parálisis cerebral), esos recuerdos se guardan hasta que no se pueda más. “Me volví hermética, egoísta, no expresaba emociones a partir de la soledad que sentía. Al no expresar emociones te encerrás y eso es una bomba de tiempo”.
“A a los 16 años pasé por un ultraje. Ahí sí fui violada. Estaba sola en la casa de mi padre, se metieron a robar seis hombres, se encontraron conmigo y pasó lo que pasó. Tenía golpes y marcas en mi cuerpo, todavía tengo una que otra señita que me dejaron. Me volví caracol. Me empecé a cortar las muñecas. Son marcas que quedan toda una vida”.
Seis hombres, dijo.
Esa fue la segunda alerta de auxilio. Se laceró profundamente aunque no hubo dolor ni remordimiento. A Pilar no le importaba ya si iba o venía. “Me costó tiempo recuperarme y contarle eso a alguien de confianza. Todavía hay imágenes que no se quitan, hay sensaciones que se aborrecen, que dan asco”.
Cinco años después, Pilar no se intentó suicidar por haber quedado embarazada de su primer novio, todo lo contrario. Lo “pidió” por soledad y porque su pareja se iba para Canadá. “Decidí embarazarme. Me valió lo que me dijeron mis papás, porque a todos les avisé que iba a quedar embarazada. Yo pensaba: tal vez si tenemos un hijo él se quede. Fue el peor error de mi vida, pero el error más bello que he tenido”.
“Cuando él me abandonó, porque así fue, me dijo: ‘yo no quiero al bebé, quiero que aborte’”. Pilar se negó a abortar, pero tampoco quería vivir sola con su bebé. “De esta no me salvo y no me quiero salvar. Quiero irme con mi bebé y que nadie me moleste”, pensó antes de agarrar el arma.
“El suicidio es prevenible”, dice doña Julia que ya se encuentra escribiendo su primer libro Rompamos los silencios .
“Si el adolescente está en una etapa inicial se puede hacer mucho, buscando apoyo de los padres, de los amigos o alguna cosa que le guste como deporte. Si está empezando es más fácil evitarlo que cuando ya ha tomado la decisión”.
Para el especialista en Psiquiatría, Mauricio Campos, es importante desmitificar el hecho de que los suicidios sean impulsivos, ya que normalmente no es así.
Las causas sobran, pero comenta Campos que el suicidio siempre está relacionado por una desestructuración de lo que a la persona antes le producía una base. “Por ejemplo: a nivel social, la parte familiar, religiosa, política o económica. Cuando todo esto se va desestructurando aparecen mayor cantidad de suicidios”.
Comenta que en el adolescente, la mayor problemática está relacionada con la conflictividad familiar y con situaciones intrafamiliares en las que no se les está pudiendo dar el sostén a los jóvenes. Además, aparecen otras razones como el bullying escolar, la depresión, problemáticas de pareja, etc. “Pero al final, estas situaciones son situaciones gatillo”.
“La depresión no se ve como la vemos en los adultos, sino que en muchas situaciones la vemos en conductas destructivas, en el uso de drogas y alcohol, meterse en pandillas o hasta el embarazo adolescente es una señal que la persona no está bien”.
En nuestro país, aunque la mayoría de intentos de suicidio adolescente se da en mujeres, del 2009 al 2014, el 75% de los casos de muerte por esta vía registrados por el OIJ fueron de hombres.
“En esto no hay un dato claro pero se infiere que posiblemente sea relacionado con las mayores dificultades de los hombres para pedir ayuda. En muchas ocasiones los hombres no solicitan ayuda a tiempo”, dice Castro.
“Para las mujeres es un poquito más fácil pedir ayuda porque no hay tanto tabú respecto a la debilidad como se ve en muchos hombres el hecho de pedir ayuda. La otra razón es el uso de métodos más efectivos, como armas de fuego, ahorcamiento o precipitación”.
“El suicidio es un mudo hablándole a un sordo, poné eso porque me gusta mucho”, me dice Julia mientras estamos sentadas en el sillón de su hogar. Está segura de que los adolescentes tienden a dar señales que no se saben escuchar y que existe una línea muy fina entre las conductas normales de la adolescencia e indicios suicidas.
Si de algo está convencida es que mientras siga siendo un estigma, no se sabrá prevenir. Y mientras no se sepa prevenir, en “el país más feliz del mundo” más de 30 adolescentes al año seguirán poniéndole fin a su historia, abandonando la esperanza que traiga un día más en este planeta, ese día al que le decimos mañana .
Pilar opina igual: “Yo pienso que todo eso pasó porque no tuve el respaldo de unos padres que se preocuparan por mí. Se preocuparon por pelearse y arruinarse la vida ellos sin saber que me estaban arruinando a mí la existencia completa”.
Esta madre de ahora 33 años, me dice entre lágrimas que la primera vez que An dré pateó en su vientre se dio cuenta de que la vida valía mucho. Decidió tenerlo y mantenerse firme en su convicción de ser madre.
“Tengo un niño que lo hice feliz, que lo hago feliz hasta la fecha. A mi hija también la he hecho feliz. Siempre he sido una mamá muy enérgica y muy exigente. Porque a mí nunca me exigieron nada”, dice.
“Mi hijo André sabe por todo lo que he pasado en mi vida. He sido completamente transparente para que él tenga un punto de apoyo y no llegue a un extremo como al que yo llegué”.
Días después de nuestro encuentro, Pilar me llama para preguntarme el día en que se publicaría este reportaje para comprar el periódico y para contarme dos buenas noticias: este año se gradúa de bachillerato y se pondrá una empresa de repostería cuando termine los cursos de cocina del Instituto Nacional de Aprendizaje.
No hace falta que me lo diga para inferir que el fin de la llamada es asegurarse de que todo lo que sacó desde lo más hondo de su esencia no haya sido en vano.
Me confiesa que desea que su testimonio le sirva a quién ya no tiene esperanzas. “Hay cosas que se pueden prever. Como el suicidio en los jóvenes. Yo tuve la suerte de ver y despertar a tiempo. Pero hay muchos que no corren con la misma suerte”.
“Mi vida ha sido una historia de terror pero no hay nada que no se pueda superar”, me termina de advertir. “Sólo la muerte no tiene remedio”.
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