
La bahía de Chesapeake —el estuario más grande de la parte continental de Estados Unidos— solía estar repleta de ostras. Los nativos llevaban más de 12.000 años recolectando ostras allí antes de la llegada de los europeos. A finales del siglo XIX, las cosechas anuales de la bahía, dominada entonces por personas de ascendencia europea, alcanzaron un máximo de entre 600 millones y 1.200 millones de libras.
En 2024, las capturas comerciales silvestres eran menos del 5% de esa cifra.
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La sobreexplotación y la contaminación con sedimentos, aguas residuales y fertilizantes han aumentado desde el siglo XVIII. Hoy, el calentamiento global, el aumento del nivel del mar y la acidificación suponen amenazas adicionales.
Pero la mayor destrucción se debió al método utilizado para obtener esas cosechas récord: la práctica del dragado, que comenzó a finales del siglo XIX, en la que se arrastran rastrillos de metal pesado o barras dentadas por el fondo marino para recoger grandes cantidades de ostras de una sola vez. Esto destruyó la mayor parte de los arrecifes gigantes formados por innumerables generaciones de ostras que crecían unas sobre otras.
Al igual que los arrecifes de coral, estos arrecifes de ostras desempeñaban funciones ecológicas cruciales, ya que proporcionaban hábitat y criaderos para muchas otras especies y filtraban grandes volúmenes de agua. También ofrecían servicios esenciales a las personas, protegiendo las costas y sosteniendo la pesca por milenios.
Excavación en acantilados
Hace algunos años, la paleontóloga conservacionista Rowan Lockwood, del William & Mary College de Williamsburg, Virginia, visitó uno de los pocos arrecifes fósiles que quedan, cerca de Dutton, Virginia. Llevaba mucho tiempo queriendo averiguar cómo eran los arrecifes de ostras de la bahía de Chesapeake antes de que la gente comenzara a explotarlos a gran escala.
Cuando se formó este arrecife, hace entre 245.000 y 195.000 años, el nivel del mar era más elevado, por lo que hoy el arrecife fósil se encuentra fuera del agua, en el acantilado a lo largo del río Piankatank.
“Las ostras están todas en posición natural, aún articuladas”, dice Lockwood. “Parece que murieron ayer”.
Para interpretar los fósiles, se asoció con el biólogo marino Roger Mann, también de William & Mary College, que lleva décadas observando de cerca la población de ostras de Chesapeake.

Basándose en el arrecife fósil de la zona de Dutton, así como en una extensa colección de conchas del Museo de Historia Natural de Virginia procedentes de arrecifes fósiles que ya no existen, Lockwood y Mann estimaron que, hace mucho tiempo, las ostras locales vivían cuatro veces más (hasta 21 años) y crecían el doble (hasta 25 centímetros de diámetro), con una densidad casi diez veces superior a la de los arrecifes actuales de la zona.
Esto significa que las ostras filtradoras habrían sido capaces de filtrar toda el agua de la bahía de Chesapeake a través de sus branquias en un solo día. Hoy, eso podría llevar casi un año.
Si estos arrecifes gigantes reaparecieran hoy por arte de magia, podrían resolver muchos de los problemas de la bahía. Los residuos agrícolas ricos en nutrientes y las aguas residuales provocan enormes floraciones de algas, y cuando estas algas mueren y se hunden, las bacterias florecen a su vez, consumiendo tanto oxígeno que pocos organismos sobreviven a mayor profundidad.
Dragado
¿Cuánta recuperación es realista? “Sería ingenuo pensar que podemos restaurar estos sistemas a como eran antes de que pusiéramos a 18 millones de personas en la cuenca hidrográfica de la bahía de Chesapeake. Eso simplemente no va a suceder”, dice Mann. “Lo que existía hace tan solo unos cientos de años nunca se volverá a recrear”.
Ni Mann ni Lockwood ven mucho valor en la práctica actual a gran escala de liberar larvas vivas u ostras jóvenes en la bahía. Afirman que es costoso y que la gran mayoría de las larvas liberadas probablemente sean consumidas rápidamente por los depredadores.

Sin embargo, inspirada por el asombroso tamaño de muchas de las conchas fósiles, Lockwood sostiene que la recuperación podría ser significativa si se detuviera la práctica del dragado y los esfuerzos de restauración se centraran en proteger las ostras adultas de gran tamaño, que filtran más agua, producen más descendencia y ayudan a que los arrecifes crezcan.
Esto requeriría la introducción de estructuras grandes y sólidas que imiten los arrecifes que han sido destruidos, afirma. Estas estructuras evitarían que las ostras quedaran cubiertas por las grandes cantidades de sedimentos que llegan a la bahía. También impedirían el dragado, lo que sería bueno para las ostras, pero no para los pescadores.
“Los pescadores llevan aquí cientos de años, y es un medio de vida generacional que debemos preservar”, afirma. “Habría que tener cuidado con el lugar donde se colocan estas estructuras”.
Mann, que colabora estrechamente con la Comisión de Recursos Marinos de Virginia en estudios para informar científicamente sobre la gestión pesquera, se decanta por un enfoque menos controvertido: depositar conchas de ostras vacías en zonas seleccionadas para atraer a las larvas de ostras que llegan de forma natural y que se asienten allí. Los pescadores están de acuerdo con este método, afirma.
Hasta la fecha, esta y otras iniciativas de restauración han contribuido a recuperar los arrecifes de ostras en casi siete kilómetros cuadrados de diez afluentes diferentes de la bahía. La recolección cada tres años minimiza el impacto en las primeras etapas de la vida, y la producción de ostras se ha multiplicado por ocho, aduce Mann.
Aumento de la restauración
La bahía de Chesapeake no es el único lugar donde se intenta restaurar las poblaciones de ostras. La ecóloga marina Jessica Pruett, de la Universidad del Sur de Misisipi, y la ecóloga marina Rachel Smith, de la Universidad de California en Santa Bárbara, son coautoras de un artículo publicado en 2025 en el Annual Review of Marine Science en el que se recogen más de 2.000 proyectos de restauración solo para la ostra americana (Crassostrea virginica) y alrededor de 200 para otras especies, frente a los pocos que había en 1980.

El éxito de la restauración depende de las circunstancias locales, afirma Smith. Por ejemplo, solo al norte de la desembocadura de la bahía de Chesapeake, a lo largo de las costas de Virginia, la recuperación ha sido rápida en un proyecto que lleva en marcha unos 20 años. El lugar es “un sitio diferente a la bahía, relativamente prístino, con pocos problemas de calidad del agua”, afirma Smith. “Hemos tenido mucho éxito simplemente colocando conchas de ostras o arrecifes artificiales hechos de concreto”.
Un estudio publicado en 2022 reveló que la densidad de ostras en los arrecifes construidos con conchas sueltas alcanzó la de los arrecifes naturales en unos seis años, y que los cangrejos de barro, que se alimentan de ostras, se instalaron rápidamente en ellos. Por su parte, un estudio de 2021 reveló que las ostras eran más grandes y su densidad mayor en los arrecifes artificiales de concreto más altos; además, los arrecifes más altos protegían la costa de las olas de forma más eficaz.
Sin embargo, en algunos puntos de la costa este de Virginia, las ostras no se asientan, a pesar de las condiciones aparentemente favorables.
El comportamiento de las ostras puede influir en ello. Al principio, las larvas son muy pequeñas y están a merced de las corrientes marinas, explica Pruett, que las ha estudiado en el laboratorio. Pero al cabo de unas semanas, buscan activamente un lugar donde asentarse.
Considerar qué atrae a las larvas de ostras puede ser un tema importante para futuras investigaciones. Hay algunas pruebas que sugieren, por ejemplo, que los arrecifes artificiales de colores más claros podrían reducir la influencia del calentamiento de la luz solar sobre las ostras, que ya están sometidas al estrés del cambio climático, lo que sería útil en un mundo en calentamiento. Pero al menos en la ostra del Pacífico (Crassostrea gigas), estos arrecifes parecen atraer menos larvas; algo en ellos debe resultarles menos atractivo, o incluso disuadirlas.
Según los investigadores, hay muchas razones para querer preservar o reconstruir los arrecifes de ostras. Además de preservar los ecosistemas naturales y la pesca sostenible que depende de ellos, los arrecifes pueden ayudar a proteger las costas de las tormentas y las inundaciones, lo que será cada vez más urgente a medida que el cambio climático y el aumento del nivel del mar provoquen tormentas más peligrosas.
Y debido a todo el material orgánico que se acumula en los arrecifes, las propias ostras también podrían ayudar a absorber parte del carbono que emitimos a la atmósfera. Los consumidores pueden contribuir eligiendo ostras cultivadas en jaulas, que se cosechan sin dragado y, por lo tanto, sin dañar los arrecifes, afirma Pruett.
Los amantes de las ostras también pueden pedir al personal de su restaurante favorito que se asegure de que las conchas vacías se reciclen mediante proyectos de restauración que las devuelven al mar. Allí pueden ayudar a proporcionar un sustrato para que las ostras se asienten, de modo que, quizás, algún día, nuestro mundo vuelva a ser el paraíso de las ostras.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español.