
Antes de la aparición de las luces de Navidad, las familias decoraban los árboles navideños con velas encendidas. Esta práctica fue común durante el siglo XIX. El método resultó peligroso. Muchos incendios domésticos se originaron por el contacto del fuego con ramas secas.
La idea de los adornos luminosos surgió tras la patente de la lámpara incandescente, registrada por Thomas Edison en 1879. Este invento permitió una iluminación más segura. Además, los avances en la distribución de energía eléctrica impulsaron la producción a gran escala de bombillos con mayor durabilidad y valor comercial.
Cerca de la Navidad de 1880, Edison realizó una demostración pública en Nueva York, Estados Unidos. Iluminó el trayecto entre la estación de tren y su laboratorio en Menlo Park. Para ello utilizó 290 lámparas incandescentes conectadas a un solo cable. La exhibición atrajo la atención de autoridades locales.
Poco después, Edward H. Johnson, socio de Edison, propuso una aplicación distinta. Enrolló 80 bombillos de colores alrededor de un pino navideño. El árbol se colocó sobre un dínamo que lo hacía girar. El sistema incluía un mecanismo que encendía y apagaba las luces navideñas en intervalos regulares.
Las luces de Navidad no se popularizaron de inmediato. Su alto costo limitó el acceso a sectores con mayores recursos económicos. Uno de los primeros en adoptarlas fue el presidente estadounidense Grover Cleveland, quien instaló luces navideñas en el árbol de Navidad de la Casa Blanca en 1895. Este gesto impulsó su difusión en Estados Unidos.
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