
Antes de que la entrenadora de peso Bella Barnes hable con nuevos clientes, ya sabe lo que dirán. Las mujeres luchan con su peso. Pero no quieren perder kilos. Quieren ganarlos.
Sus clientas se consideran demasiado delgadas y sufren por ello.
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“Empecé a trabajar con una clienta que lleva leggings con relleno en las nalgas”, dice Barnes, que vive en Gran Bretaña. “Tuve otra clienta que, en verano, lleva tres pares de leggings para intentar parecer un poco más grande”.
Ellas pertenecen a un grupo demográfico ampliamente ignorado. Mientras el mundo se centra en sus más de mil millones de ciudadanos obesos, hay personas en el otro extremo del espectro que son delgadas, pero no quieren serlo. Los investigadores estiman que alrededor del 1,9% de la población es “delgada por constitución”.
Las personas constitucionalmente delgadas suelen comer tanto como los demás y no hacen mucho ejercicio. Sin embargo, no ganan peso fácilmente.
Esta condición es un verdadero enigma, escriben los autores de un artículo en el Annual Review of Nutrition. Según ellos, la delgadez constitucional desafía “los conocimientos básicos sobre el equilibrio energético y el metabolismo”. Además, está poco estudiada: menos de 50 estudios clínicos han analizado a personas constitucionalmente delgadas, en comparación con los miles centrados en el aumento de peso no deseado.
Recientemente, investigadores han comenzado a estudiar en qué se diferencian los cuerpos naturalmente delgados. Esperan descubrir información metabólica que ayude a las personas constitucionalmente delgadas a ganar peso. Esto también podría ayudar a quienes tienen sobrepeso a perder kilos, pues la delgadez constitucional parece ser un modelo espejo de la obesidad, afirma Mélina Bailly, coautora de la revisión e investigadora fisiológica del AME2P, un laboratorio de investigación sobre el metabolismo de la Universidad Clermont Auvergne, en Francia.
Factores genéticos y metabólicos
Los primeros casos de gente que come abundantemente, pero sigue siendo inexplicablemente delgada, se describieron en la literatura científica en 1933. Décadas más tarde, en 1990, un experimento demostró lo profundamente que difieren los individuos en la regulación de su peso.
Se alimentó a 12 parejas de gemelos idénticos con 1.000 calorías de más seis días a la semana. Tras tres meses de sobrealimentación, los jóvenes habían ganado un promedio de casi 8 kilos, principalmente grasa, pero con una gran variación: uno ganó casi 14 kilos y otro menos de cinco. Este último había difuminado de alguna manera alrededor del 60% de la energía extra.
El estudio también descubrió que la variación en el aumento de peso era tres veces mayor entre parejas de gemelos, que dentro de ellas —lo que indica una influencia genética—.
Otros estudios confirmaron que las personas constitucionalmente delgadas resisten el aumento de peso especialmente cuando consumen alimentos grasos. Los kilos que ganan por comer en exceso desaparecen rápidamente una vez que vuelven a comer con normalidad.
Muchos investigadores creen que nuestros cuerpos tienen un “peso objetivo” o “rango de ajuste” de peso preprogramado al que intentan volver. Esa es una de las razones por las que pocas personas que hacen dieta logran mantener el peso perdido a largo plazo. Su metabolismo se ralentiza, quema menos calorías y hace que sea más fácil recuperar el peso. El sistema muestra cierta flexibilidad, lo que explica por qué muchos aumentan la medida de cintura con el paso de los años.
Estigmas
Como grupo, las personas delgadas son tan heterogéneas como quienes tienen sobrepeso. Algunas pueden mantenerse delgadas porque tienen menos apetito o se sienten saciadas antes. Otras consumen tantas calorías como las personas con sobrepeso. Un estudio descubrió que las personas delgadas por constitución comen más de 300 calorías al día por encima de lo que necesita su metabolismo.
“Comen más de lo que necesitan y, aun así, se resisten al aumento de peso”, afirma Bailly, colaboradora de Nutrilean, un proyecto centrado en la delgadez constitucional, en la Universidad Clermont Auvergne de Francia.
Al igual que las personas obesas, las delgadas por constitución se enfrentan a un estigma social. Los hombres pueden sentirse demasiado flacos para satisfacer los ideales masculinos. Las mujeres a menudo se lamentan de carecer de curvas. La gente puede sospechar que ocultan trastornos alimentarios.
“Sienten que no pueden ir al baño después de una cena familiar... porque temen que la gente las mire como si fueran a vomitar, como si tuvieran bulimia”, afirma Jens Lund, investigador postdoctoral en investigación metabólica en el Centro de Investigación Metabólica Básica de la Fundación Novo Nordisk de la Universidad de Copenhague.
¿A dónde van las calorías de las personas constitucionalmente delgadas? Los investigadores han comenzado a descartar posibilidades.

Un metaanálisis de 2021 ofreció algunas sorpresas. Cuando Bailly y sus colegas recopilaron datos sobre la composición corporal de las personas delgadas, descubrieron algo inesperado: estos individuos tienen cantidades casi normales de grasa en todo el cuerpo.
“Es realmente inusual tener un peso corporal tan bajo combinado con una masa adiposa bastante normal”, dice Bailly.
Lo que falta es masa muscular. Las fibras musculares de las personas constitucionalmente delgadas son, en promedio, un 20% más pequeñas que las de las personas con peso normal. También pueden tener una masa ósea reducida.
Estos datos sugieren que la delgadez tiene un costo para la salud. Aunque faltan estudios, Bailly sospecha que, a medida que envejecen, las mujeres especialmente delgadas podrían correr un mayor riesgo de osteoporosis.
Y podría significar menos reservas de proteínas durante una enfermedad, afirma Julien Verney, investigador fisiológico del laboratorio metabólico de Clermont Auvergne y coautor del artículo en el Annual Review of Nutrition.
Además de las diferencias en la composición corporal, los investigadores especulan que los cuerpos constitucionalmente delgados “desperdician” calorías. Algunos estudios sugieren que, aunque las personas delgadas hacen menos ejercicio, son más inquietas, haciendo más movimientos.
También pueden excretar más calorías. Aunque esto no se ha estudiado específicamente en personas delgadas, se sabe que algunas personas pierden hasta un 10% de las calorías ingeridas a través de las heces, en comparación con solo el 2% en otras. En un estudio, una mujer excretaba 200 calorías al día.
Es posible que aún queden por descubrir otras idiosincrasias metabólicas de las personas constitucionalmente delgadas.
“Hemos encontrado pistas que podrían sugerir una mayor actividad metabólica de sus tejidos adiposos”, afirma Bailly. “Es realmente sorprendente”. Otros estudios ya han sugerido que las personas naturalmente delgadas tienen más “grasa parda”, un tejido que quema calorías y genera calor corporal.
Para encontrar respuestas más específicas, Lund tiene previsto poner en marcha un estudio con pacientes hospitalizados en la Universidad de Copenhague. El estudio utilizará una cámara metabólica para realizar un seguimiento de la ingesta y el gasto energéticos, así como de todas las vías de pérdida de energía —incluidas las heces, la orina y los gases exhalados— en personas constitucionalmente delgadas.
La delgadez constitucional, como demostró el estudio con gemelos de 1990, tiene un fuerte componente genético: las investigaciones muestran que el 74% de las personas muy delgadas tienen familiares con una contextura similar. A medida que los investigadores identifican variantes genéticas, se dan cuenta de que muchas de ellas —FTO, MC4R y FAIM2— también intervienen en procesos que conducen a la obesidad. Aunque aún no comprenden los detalles, los científicos sospechan que las personas con delgadez constitucional pueden tener patrones de actividad únicos en los genes relacionados con la producción de energía.
Uno de los genes que ha llamado la atención de los investigadores es el ALK. Cuando los científicos eliminaron este gen en ratones, los animales se volvieron resistentes al aumento de peso cuando se les alimentó con dietas ricas en grasas —incluso en cepas de ratones genéticamente propensas a la obesidad—. El gen ALK parece actuar en el cerebro, que luego envía señales que afectan a la velocidad a la que las células grasas queman energía.
Comprender mecanismos genéticos como este podría conducir a nuevos tratamientos tanto para las personas infelizmente delgadas u obesas, afirma Lund.
“Si se descubre qué les protege de desarrollar sobrepeso, se puede intentar convertirlo en un fármaco”, afirma.
El sueño es encontrar un avance tan transformador como los últimos medicamentos contra la obesidad.
Mientras los investigadores buscan pistas biológicas, Barnes navega por sí sola por las complejidades del aumento de peso. Tras años de ensayo y error, ganó gradualmente unos 18 kilos combinando el entrenamiento de fuerza con una alimentación cuidadosa e intencionada. Al principio, si no alcanzaba las calorías diarias, solo se comía un paquete de galletas. Pero con el tiempo encontró un mayor equilibrio.
“No todas las calorías son iguales. Hay que comer alimentos integrales”, afirma. Y en grandes cantidades.
Hoy, Barnes ha entrenado a más de un centenar de mujeres en sus técnicas para ganar peso; dice que está orgullosa del cuerpo fuerte que ha construido.
Quizás dos kilos más, añade, “me harían más feliz”.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español.