
Mantener sartenes limpias resultó un reto frecuente en muchas cocinas. La grasa se adhirió a la superficie y dejó marcas difíciles de retirar. Este problema impulsó el uso de métodos caseros que devolvieron el brillo sin recurrir a productos costosos.
El bicarbonato y el limón se usaron como mezcla tradicional. Ambos ingredientes actuaron como abrasivos suaves y removieron suciedad difícil. Sin embargo, otras combinaciones disponibles en casa ofrecieron resultados similares cuando se aplicaron de forma correcta.
Una alternativa sencilla consistió en mezclar jabón de lavavajillas y sal. La sal funcionó como abrasivo ligero y desprendió restos de comida. El jabón disolvió la grasa acumulada. Esta combinación mostró buenos resultados en sartenes de acero inoxidable o sin recubrimiento antiadherente. Para evitar daños, se usó una esponja suave y se aplicó poca presión.
No todas las sartenes respondieron igual a esta mezcla. En superficies antiadherentes como teflón o cerámica, la sal provocó rayaduras si se frotó con fuerza. Ese desgaste redujo la vida útil del recubrimiento. En sartenes de hierro fundido o acero al carbono, el jabón deterioró la capa de curado que protegió el metal.
Fabricantes como Westwing señalaron que esta mezcla solo debía utilizarse en casos puntuales. Recomendaron aplicar poca cantidad de sal y evitar estropajos metálicos. Estos materiales dañaron la superficie y redujeron su durabilidad.
Para la limpieza diaria, el método más seguro consistió en usar agua caliente, jabón de lavavajillas y una esponja suave. La sal se reservó para manchas muy resistentes o suciedad incrustada. Esta precaución protegió las sartenes y prolongó su vida útil.
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