Kevin y Joe se conocieron por casualidad un cálido día de agosto del 2009, cuando el primero estaba a punto de terminar la secundaria y el segundo llevaba 75 millones de años muerto.
El colegial caminaba con dos compañeros por un terreno rocoso en Utah, Estados Unidos, cuando vio un pedacito de hueso asomado entre las piedras. Luego apareció un cráneo. Era Joe, un fósil de cría de parasaurópolus perfectamente conservado.
La paleontología es así: permite alegrías grandes con objetos pequeños.
Los parasaurópolus vivieron en lo que hoy es Norteamérica desde hace alrededor de 83 millones de años.
Caminaban tanto de cuatro como de dos patas; parecían un poco un canguro gigante y tenían una cola larga y una cresta en la parte trasera de la cabeza.
El fósil que halló Kevin Terris corresponde a un dinosaurio que murió poco antes de cumplir un año. De este modo, se puede comprender cómo fue su proceso de crecimiento.
El hallazgo de Joe –a secas, sin apellido– lo hizo Terris en una zona que ya habían repasado paleontólogos profesionales, como Andrew Farke, curador en el Museo Raymond M. Alf de Paleontología.
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Michael Stokes, especialista en restauración de huesos, limpia y estabiliza el fósil de Joe. | RAYMOND M. ALF MUSEUM OF PALEONTOLOGY PARA LN
Ese centro tiene una particularidad: es el único museo estadounidense ubicado en el campus de un colegio, en este caso el Webb Schools, en California. Ahí estudiaba Terris en el 2009 y por eso era parte del grupo que recorría el Monumento Nacional Gran Escalera-Escalante, en Utah.
“El hallazgo fue en un área que ya habíamos recorrido en otras ocasiones; por eso inicialmente no le prestamos demasiada atención. Fue un poco embarazoso”, narró, en tono alegre, Farke a La Nación el lunes pasado, vía Skype.
La vida de Joe. Los científicos han descubierto muchísimo del fósil de Joe, nombrado así por un benefactor del museo.
Notaron que la típica cresta de los parasaurópolus adultos crece durante la vida y, en las crías, como la hallada en Utah, apenas es un promontorio. Como además está ligada al sistema respiratorio –lo que quedó más claro tras analizar el cráneo casi intacto de Joe–, es probable que se haya usado para producir sonidos y comunicarse.
Es más, como las crías tenían una cresta más pequeña, su sonido sería más agudo, lo que facilitaría que sus padres las escucharan. Los molares planos, ideales para mascar hierbas, confirman la evidencia previa de que la especie fue herbívora.
Joe crecía rápido, según muestra el desarrollo de sus huesos (en menos de un año tenía casi 2 metros de largo), pero uno de los signos más importantes del fósil son los rastros de tejidos.
Un fósil “normal” solo preserva los huesos, mientras que este, por estar tan bien conservado, muestra la marca de tejidos suaves. Por ejemplo, la boca de Joe se perfila con claridad.
Digital. El equipo del Museo Alf, como muchos otros en el mundo, requirió digitalizar el fósil para poder analizarlo. Muchas de sus conclusiones las alcanzaron tras revisar los modelos en la computadora.
Sin embargo, el equipo dio un paso más allá y puso la imagen del fósil en Internet. Aseguran que es el primer fósil así de completo que llega a la red.
“Hemos puesto los archivos del fósil a disposición del público y con fines académicos y educativos, de modo que cualquiera pueda verlo en la computadora en vez de viajar”, explicó Farke.
Una de las áreas que el paleontólogo espera que se retome, es el estudio del cerebro de dinosaurios. Joe se presta para eso pues su cavidad está casi intacta.
