Esperando que el título de hoy no suela ser la retroalimentación que suele usted recibir al finalizar su "performance" sexual, lo cual asumo lo tendrá colocado en una posición de total ruina emocional, deseo iniciar hoy, sin darle mucha vuelta, con el tema a tratar. Hoy le vamos a entrar a los ideales. Si usted es profesional en psicología con conocimientos en psicoanálisis quizás no sea necesario que nos acompañe. Para todos los demás, si les parece, podemos empezar...
Les propongo este ejercicio: imaginen un ser humano sin género. ¿Pudieron? No, claro que no. Los seres humanos son machos o hembras (o machos y hembras a la vez, tal es el caso del hermafroditismo). No hay forma de concebir un humano des-generado (degenerados sí existen, pero eso es otra cosa). Entonces, espero me permitan ustedes plantear que cuando a sus papás les anunciaron que ustedes iban a nacer, sus papás los imaginaron con género. Yo se que cuando uno le pregunta a alguien qué género espera que sea el de su próximo retoño, suelen recetarle a uno respuestas como "lo que Dios quiera". Pero en el fondo, en la mente, en el alma de esas personas -si es que deseaban quedar embarazadas- esa personita que viene de camino trae un género específico.

Tomen el caso de mi esposa y mío. Cuando decidimos que deseábamos ser papás, queríamos ser papás de una niña, lo cual afortunadamente sucedió. Ser papá de un niño varón, sobre todo cuando se convierte en adolescente, conlleva un alto grado de agotamiento. Si no me creen, pregúntenle a mis papás.
Pues bien, eso que acabo de describir responde a la categoría de los ideales. Mucho antes de nacer, ya yo esperaba muchas cosas de mi hija: que fuera muy cariñosa, lo cual hasta el momento sucede -aún y cuando uno que otro aguafiestas me recuerda que en un par de años se le va a quitar-, inteligente, espiritual, alegre, etc.
En algún momento me gustó la idea de que le atrajera la medicina y que cuando empezara el desfile de pretendientes a la mano de mi princesita, esperaba (espero) que dichos especímenes se ajusten a mis requerimientos, lo cual, es muy probable que no suceda. Mis papás no querían que yo escuchara heavy metal de joven, ni que fumara, ni que me tatuara o anduviera arete y ya más grande no estaban muy contentos con la idea de que cambiara yo mi anterior carrera por la psicología. Y ni siquiera quiero imaginar qué pensarán cuando escuchan a su única nieta asegurando no creer en Dios. Esto de ser papás es un constante ejercicio de adaptación. No es para cualquiera...
Todas las relaciones humanas están traspasadas por los ideales
Cuando conocés a alguien vas -irremediablemente- a comparar a esa persona "real" (la que tenés en frente) con tu ideal (la que tenés en tu cabeza). ¿Entendieron ya que ustedes también son comparados constantemente por los que los rodean con sus propios ideales? Podrían ir a preguntarles a sus papás si ustedes lograron alcanzar sus ideales. Sin embargo, es un ejercicio que no recomiendo, a no ser que se encuentren actualmente siendo acompañados por algún querido colega. Es probable que la respuesta no sea satisfactoria. Es que a los papás nos cuesta divorciarnos de dichas construcciones imaginarias, producto, según el querido doctor Freud, de todo aquello que yo no logré conseguir y/o aún deseo. El ejemplo de la pobre chiquita que pasó metida en estudios de danza toda su niñez/adolescencia, tratando de cumplir el sueño frustrado de su madre o el del pobre muchacho al que nunca le gustó mucho el futból, al que le endosaron la pesada labor de triunfar en un ámbito en el que a su papá le habría gustado destacar, llenan los consultorios de psicología de todo el mundo. Y si no fue danza y futból, creencias religiosas, hábitos alimenticios, intereses culturales, criterios para elegir pareja, profesión, lugar donde residir, etc. Muchas de las cosas que a ustedes hoy les gustan, fueron programadas para que ustedes sientan que nacieron de sus propias decisiones. La mente infantil es tremendamente fácil de influenciar. La de ustedes, la mía, la de mi hija y la de mis futuros nietos (o nietas).
Aterrizando, ¿qué entendemos por ideal? Un ideal es un constructo imaginario que cargamos en nuestra mente, el cual, sin quizás ser conscientes, esperamos encontrar. Todo aquello que deseamos surge de algún ideal, de algo que aún no poseemos. Es que no se puede desear algo que ya tenés. Cuando nos informan que mañana iremos a visitar un sitio "x", inmediatamente lo construimos en nuestra mente. Si el sitio no me genera mucha emoción, lo imagino como algo molesto. Si mis expectativas coinciden con dicho plan, imagino el sitio como una especie de paraíso terrenal. Al final, será el encuentro con dicha situación la que nos mostrará qué tanto coincidía la realidad con el ideal (casi nunca coinciden).
Algún psicoanalista de esos que me tocó estudiar en la maestría aseguraba que cada vez que ingresan dos personas a una cama (no a dormir, no sean inocentes), mínimo se acostaron 4. ¿Lo entienden? Vamos a la escena: se acuesta una persona quién a cuestas carga un ideal de la otra persona. Luego se acuesta la persona #2, quién, como es de esperarse, trae instalado en sus ideales ciertos rasgos, los cuales espera encontrar en ese humano que está a punto de "eschingarse" ("desnudarse", en caso de que me esté usted leyendo desde algún otro país, lo cual corresponde a uno de mis ideales).
Puede que una de las dos personas espere que la otra persona sea gentil, cariñosa, deseosa de brindar placer. Puede que la otra persona espere que esto que está a punto de iniciar no rebase los 10 minutos. Puede que uno de los dos esté allí ya que no tiene nada mejor que hacer. Puede que la otra persona ande buscando solidificar su futuro. Incluso, puede que uno de los dos ni siquiera desee estar allí... puede que ninguno de los dos lo deseen. Puede que uno de los dos, en ese momento justo, esté fantaseando con alguien más. Todo eso puede suceder. Recuerden que nos encontramos en el campo de los ideales. Al ser ideas, todo es posible.
El año pasado leía un libro fascinante sobre los niveles de apego, en el cual el autor señalaba algo tremendamente útil. Partamos de una premisa sobre la que he escrito varias veces, a saber, que al iniciar una relación lo que se está dando es una especie de juego de máscaras, en el cual ni yo soy yo ni la otra persona es la otra persona. Estamos actuando. Estamos tratando de parecernos a lo que creemos que esa persona anda buscando. Vean qué problema. No tengo idea qué anda buscando esa persona, menos voy a estar seguro si coincido con dicho ideal. No me queda más que acercarme a lo que dicen que serían esos rasgos básicos que las personas buscan al desear emparejarse y tratar de parecerse a dicho ser. Es un rol, un personaje el que estoy intentando actuar. Sí, es una actuación.

Luego, lo saben ustedes bien, esas máscaras se corren. Algunos las corrimos, a otros se las corrieron de un golpe. A otros simplemente se les cayeron. Ahí quedan entonces dos personas que creían estar haber encontrado a su ideal. Vayan sumando: 2 personas reales + 2 ideales + 2 personas sin máscaras. ¿Cuánto les dio? Usen la calculadora del celular, no hay problema. Yo les doy tiempo...
Sí, tendría que haberles dado 6. Que resultado más abultado. Allí donde parecía estar interactuando una pareja (2), en realidad se está dando un juego de mezclas entre realidad y fantasía que da mucho más que dos. No quisiera complicar esto -se verá que ya es suficientemente complicado- pero, si a eso le sumamos que alguna de esas personas no se conoce a sí mismo -misma- muy bien y logra conocerse (espero que así sea), entonces ya no serían 6. Serían 7 si uno de los dos finalmente se conoce y 8 si los dos lo logran. Como podrán ver, las matemáticas del amor son más complejas que las ecuaciones cuadráticas o que los ángulos de elevación y depresión. Ahí donde creíamos que no había nada más complejo que calcular el coseno de 929, nos damos cuenta que lidiar con la presencia de la pareja es artiméticamente difícil.
¿Y cómo evita uno esto? Fácil -en realidad no, es muy difícil, pero totalmente lograble-. Primero: conocerse a sí mismo. Luego reconocer los ideales que cargamos. Después de esto, entender que los ideales son ideas, las cuales podrían -o no- hacerse realidad. Si ya lograste todo esto, todavía tenes que recordar que la persona que tenés en frente no es un constructo de tu mente, y por ende no tiene por qué ajustarse a tus ideales y carencias. Reconocer que esa persona puede cambiar en cualquier momento y -espero que al menos esto haya quedado claro- está esperando de vos ciertas cosas que ni vos sabés que esa persona espera.
¿Qué sienten? ¿Les motiva la idea de emparejarse? Yo francamente se los recomiendo. Es más fácil crecer -y entrarle a ciertas pruebas existenciales- cuando estás emparejado (quiero decir bien emparejado, con la persona indicada, con aquella cuyos números suman bien con los tuyos). Ah, y el título? ¿Cómo? ¿Llegaron hasta acá y no ven la relación con el título? Pues bien. ¿Esperaban más de su relación? Lo siento. Son sus ideales los que no le están permitiendo tratar su relación de un modo realista. O, eligieron mal. No le sacaron suficiente punta al lápiz. Hicieron cálculos a la carrera y no les dio el resultado esperado.
Que sea este intento aritmético/psicológico un pequeño tributo para mi esposa, quién me ha enseñado a sumar -felicidad-, a restar -miedos-, a multiplicar -energía- y a dividir -tareas-. Estamos a punto de cumplir un aniversario más, lo cual me llena de gran orgullo. Si ella sigue acá, es que mis calificaciones aún son favorables. No seré un alumno distinguido, pero deseo continuar aprendiendo junto a ella.
Allan Fernández, psicólogo clínico / 8663-5885 / https://www.facebook.com/psicologoallanfernandez / jorgeallan@icloud.com