Sam es un tipo con retardo mental (lo que ahora llaman discapacidad cognitiva), quien tiene una hija con una mujer que lo abandona el mismo día del parto. Como Sam es declarado un deficiente mental, el Estado dice que él no tiene la entereza, inteligencia ni capacidad para educarla. Sin embargo, Sam piensa y siente lo contrario. He aquí el resumen de la trama de un filme interesante: Yo soy Sam (2001).
Con energía, sacada más allá de sus propias limitaciones mentales, Sam inicia un arduo (y si se quiere, doloroso) proceso para no perder a su querida hija Lucy Diamond, para lo que contará con el extraño apoyo de una abogada prestigiosa, pero envuelta en sus propias dificultades familiares, quien cambiará su desinterés y frialdad iniciales al descubrir el enorme amor de Sam por Lucy.
Se trata de la segunda película dirigida por la cineasta Jessie Nelson (después de Corina, Corina en 1994), y no hay duda de que se trata de un filme que quiere llegar a las fibras emocionales del espectador, sin mayores sutilezas, pero con bastante amor por sus personajes, sin triquiñuelas. Su único afán es conmover, y lo logra.
Tal vez la narración sea irregular, tal vez se alargue más de lo conveniente, pero es innegable su gentileza amorosa para alivianar la dureza de la trama; además, es admirable el trabajo histriónico colectivo. Así, Sean Penn, lleno de registros y de signos, logra una actuación hecha con el corazón y con enorme capacidad, que dignifica en mucho al personaje Sam que él representa.
Michelle Pfeifer (siempre cautivante con una belleza que no cede al tiempo) cumple muy bien, muy bien, con el personaje más estereotipado del relato: la abogada. Y también está la niña, interpretada con sagacidad y dulzura por Dakota Fanning.
Un aporte especial lo cumple la música (responsabilidad de John Powell), donde los temas clásicos de los Beatles refuerzan imágenes, porque Sam es un fanático de ese conocido grupo (su hija Lucy Diamond se llama así por la canción Lucy in the Sky with Diamonds).