Estar colgando con ambas manos a gran altura, sujeto del ala de una avioneta en pleno vuelo, nervioso pero ansioso de saltar o soltar -que por ahora vienen a ser lo mismo-, es solo una de las emocionantes etapas del curso que imparte la Asociación Costarricense de Paracaidismo.
Minutos antes habíamos despegado del "aeropuerto" de Playa Hermosa, cerca de Jacó, en el Pacífico central. Volamos luego en círculos hasta alcanzar la altura deseada: 3.000 pies.
Durante el vuelo, repaso los movimientos que debo seguir durante el salto, y recuerdo también que el curso teórico del día anterior nos enseñó que el paracaidismo está basado en principios de la física. Debe de ser por esa razón que, cada vez que miro hacia abajo, mi duda de saltar aumenta de una forma inversamente proporcional al tamaño de todo aquello que dejamos en tierra.
Para este primer salto se utiliza el sistema de cuerda estática. Consiste en una cuerda de tres metros, uno de cuyos extremos va asegurado al avión, y el otro al pin que activa automáticamente todo el sistema del paracaídas, sin intervención del estudiante.
El alumno deberá sólo preocuparse por mantener una buena posición corporal (llamada arco) para permanecer estable en el aire hasta que el paracaídas se abra y se infle plenamente y pueda así ser maniobrado.
¡Aquí voy!
Recibo la señal del instructor: "¡Salte!". Me suelto, y mi viaje a lo desconocido comienza. La escala de la avioneta se reduce y parece alejarse a gran velocidad; sin embargo, es todo lo contrario: soy yo el que cae al vacío y se aleja rápidamente.
Pasan escasamente cinco largos -muy largos- segundos, y, sobre mi cabeza y sin saber en qué momento, el paracaídas se ha abierto y me sostiene.
Durante el intento por salir de la avioneta, un fuerte viento se burlaba de mí, moldeando algunas de las mejores -o peores- muecas de mi vida. Sin embargo, ahora, el viento se convierte en una suave, fresca y callada brisa. Disminuye la velocidad de todo, incluido mi ritmo cardiaco. Me relajo, disfruto los instantes, observo y descubro: azul, cielo, nubes, mar, costa, playa, olas y arena... Me acuerdo del altímetro y me doy cuenta de que estoy a 2.000 pies de altura.
Aún queda tiempo. Sigo planeando, sigo observando: fincas, follaje, suelo, cercas y surcos. Nuevamente reviso el altímetro y ahora estoy a mil pies.
Carretera, autos, trillos y gente crecen en tamaño... Me encuentro a 500 pies de altura. Todavía a favor del viento, sobrevuelo el lugar de aterrizaje; ejecuto un giro de 90 grados, enfrento el viento y preparo la aproximación final.
A menos de 80 pies (25 metros), y por recomendación de quienes tienen experiencia, no utilizo más el altímetro y mi referencia ahora serán los árboles y el instinto. El suelo se apresura a recibirme: viene de prisa. Jalo dos maniguetas: es el medio freno, y el suelo ya casi me alcanza... Las jalo aún más: el freno completo. Pongo un pie, el otro. Estoy en tierra, estoy corriendo...