"Todavía hoy las imágenes de aquel día me despiertan por las noches. Puedo ver el momento en que una bola de fuego cayó sobre la escuela, puedo escuchar los gritos y ver los muertos como si el tiempo no hubiera pasado. Es como si una bomba atómica cayera cada día de mi vida".
Al igual que Hideko Murota, miles de japoneses no logran borrar de su memoria aquel 6 de agosto de 1945. Seis décadas más tarde, el recuerdo de la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima les lastima una herida que todavía está abierta.
Ella tenía 6 años el día del estallido. Estaba en la escuela, a un kilómetro de donde explotó la bomba. Sobrevivió de milagro, mas lleva en su mente y su cuerpo las marcas de esa mañana.
Su historia se repite en más de 280.000 sobrevivientes, no solo de Hiroshima sino también de Nagasaki, la ciudad vecina sobre la que, tres días después, el ejército de Estados Unidos lanzó otra bomba atómica.
Infográfico: El hongo de la muerte
Al cumplirse 60 años de los ataques que, para muchos, marcaron el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la era nuclear, los relatos de los protagonistas permiten al mundo recrear esa página de la historia.
El 6 de agosto de 1945, el avión Enola Gay partió de las Islas Marianas a las 2:45 a. m. Debía llegar a Hiroshima cinco horas y media después, para cumplir una simple misión: lanzar a Little Boy, una bomba de cinco toneladas y salir "corriendo" de ahí.
Esa mañana no hubo una sola nube sobre Hiroshima. Los radares japoneses detectaron un pequeño escuadrón de tres aviones enemigos, pero las autoridades no vieron en ellos una amenaza para el invencible imperio.
A las 8:15:17 a.m., la bomba de uranio explotó a 580 metros sobre la ciudad. Dio lugar a una bola de fuego que, en un segundo, alcanzó un diámetro de 280 metros, calentó la superficie a más de 10.000 grados centígrados y provocó vientos superiores a los 500 kilómetros por hora.
"Lo primero que vimos fue una luz brillante. Después intentamos ver nuestro objetivo, pero la ciudad entera estaba cubierta por una nube de polvo y humo negro", aseguró a la revista Time, el hoy octogenario Theodore Van Kirk, miembro de la tripulación del Enola Gay.
Abajo, en tierra, Etsuko Kanemitsu, una estudiante de 14 años, vio la misma luz. Le pareció un gran flash fotográfico que no tardó en hacerla caer. Cuando volvió en sí, todo era destrucción.
"Miré hacia arriba y una luz cegadora me quemó el rostro. Una gran fuerza me empujó y caí en el patio del instituto donde estudiaba. Caí de frente y, al levantarme, vi que la parte delantera de mi cuerpo estaba intacta, pero toda la ropa había desaparecido de la parte trasera y la piel de mi espalda ya no estaba. Todo a mi alrededor había desaparecido, incluidas mis compañeras", contó al diario español El Mundo.
El fuego y la radiación se esparcieron en todas direcciones, vaporizando a miles de personas, animales y edificios, reduciendo al polvo 13 kilómetros cuadrados de ciudad y 400 años de historia.
Unas 66.000 personas murieron instantáneamente debido a la explosión, pero las muertes no acabaron ahí. El 9 de agosto, otra bomba cayó sobre Nagasaki.
El explosivo de plutonio, llamado Fat Man, explotó a las 11:02 a. m. y mató a 74.000 personas.
"Hubo una gran explosión que me lanzó unos 40 metros por el aire hacia un campo de arroz. La piel de mis brazos estaba calcinada y colgaba de mis dedos. No tenía mi oreja derecha", contó a la agencia Gurdian Katsuji Yoshida, un sobreviviente que aún vive en Nagasaki.
Marcas . El llamado Proyecto Manhattan había echado a andar solo unos años antes. Los científicos más sobresalientes de la época se habían enclaustrado en Los Alamos, una ciudad de Estados Unidos que no figuraba en ningún mapa.
Allí, desarrollaron un arma que debía cambiar el mundo y tuvo su gran prueba el 16 de julio de 1945. El desierto de Alamogordo, Nuevo México, fue el escenario de la primera explosión nuclear.
"Me he convertido en la muerte, el destructor de los mundos", fue la frase usada por el jefe del Proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer, quien la tomó del Baghavad Gita (texto sagrado del hinduismo). Por su parte, el responsable del ensayo, Kenneth Bainbridge, prefirió usar palabras más coloquiales: "Ahora, somos todos unos hijos de puta".
Cuatro horas después de la exitosa prueba, el buque USS Indianápolis zarpaba de California hacia la isla Tinian, en el centro del Pacífico. Dentro de sus bodegas iba Little Boy.
Con unos 245.000 habitantes, Hiroshima había sido reservada por el gobierno norteamericano como un posible blanco. Fue escogida por su tamaño, topografía y porque concentraba tropas, fábricas e instalaciones militares.
El blanco final de Little Boy era un puente en la mitad del río Ota. Sin embargo, falló por 250 metros y estalló directamente sobre la clínica Shima.
"Desde que me informaron de que esta arma podía existir, yo me dije a mí mismo: 'Si la construyen, la tiro en el blanco'. Sabía que podía, y lo hice. Si hoy me dan las mismas condiciones de entonces, no dudaría ni un segundo en repetir lo de Hiroshima", sentenció hace unos años el coronel Paul Tibbets, durante una conversación con la revista Semana, de Colombia.
El nonagenario piloto que, a los 27 años, tuvo a su cargo aquella misión nuclear, reconoció que una segunda bomba esperaba en los hangares del Pacífico para ser lanzada sobre una ciudad nipona por definir. Kioto, Kokura y Nagasaki eran los blancos.
El 9 de agosto, razones climatológicas pusieron a Nagasaki en la mira de la Fat Man y el enorme hongo se dejó ver otra vez.
A pesar de la potencia de las bombas, unas 280.000 personas en ambas ciudades sobrevivieron al ataque. La gente los bautizó como hibakushas.
Aparte de las quemaduras y heridas que les causó la explosión, el estar expuestos a las radiaciones incrementó en ellos el riesgo de desarrollar enfermedades mortales.
Docenas de bebés que estaban en el vientre de sus madres cuando explotó la bomba, nacieron con microcefalia -cabezas anormalmente pequeñas-. Menos de 10 años después, aumentaron los casos de leucemia y cánceres de pulmón, mama y estómago.
"A todos los sobrevivientes nos dijeron que tarde o temprano íbamos a morir. Mis amigos que no habían nacido cuando estalló la bomba querían ser profesionales... mientras que yo solo soñaba con cumplir 20 años", declaró Eiji Nakanishi al diario El Mundo.
Un 45 por ciento de los sobrevivientes aún está con vida, pero ellos y sus hijos no solo han tenido que soportar los daños físicos de la bomba. Muchos sufrieron después la discriminación por parte de vecinos, jefes y parejas.
"El Gobierno me reconoció como un hibakusha y me ayudó económicamente, pero jamás pude formar una familia. Todos pensaron que enfermaría y moriría pronto. Otros temían que pudiera tener hijos con malformaciones", reconoció Teruki Suga, una japonesa de 77 años.
Hoy, Hiroshima es una ciudad con 1,1 millones de habitantes, un centro para la construcción de maquinaria, la industria automotriz y la producción industrial de alimentos.
Decenas de edificios se levantan en las márgenes del río Ota, mientras en el corazón de la ciudad sobresalen un parque, un museo y un monumento para la paz, construidos en memoria de las víctimas del ataque nuclear.
Más de 80.000 hibakushas viven en la ciudad con sus descendientes. El recuerdo de la bomba atómica siguen atormenándolos, al punto de que muchos encabezan hoy campañas por la paz.
"Los hibakusha solo vivimos para eso, para pedir que no haya más Hiroshimas ni más Nagasakis", clamó Eiji Nakanishi.
Elaborado con información de la revistas Time, EPS y Semana; las agencias EFE, DPA, AFP y Gurdian.