L a frase más famosa sobre Paradjánov la pronunció Jean-Luc Godard, director abundante en sentencias dramáticas: “En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Serguéi Paradjánov era el maestro de ese templo”. Paradjánov, el gran desconocido, fue un místico del cine, y por ello padeció la persecución, la prohibición y el silencio. Contra las grises barreras del realismo socialista imperante en su época, el director opuso los enigmas ebrios de color que conforman su patrimonio fílmico.
La vida del poeta. En la película más célebre de Paradjánov, Sayat Nova (o El color de las granadas , 1968), el poeta protagonista se lamenta: “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. El director preveía su sufrimiento: el alegre carácter de Paradjánov se topó siempre con una mala estrella.
Serguéi Paradjánov nació en Tiflis, Georgia, en 1924, de padres armenios. Su primer matrimonio se realizó en 1950 con una musulmana; al casarse, ella se convirtió al cristianismo ortodoxo del marido; por ello, sus familiares la persiguieron y asesinaron. Debido a esto, Paradjánov emigró a Ucrania, donde inició su carrera cinematográfica.
Como estudiante de cine fiel al realismo soviético, dirigió obras como Un cuento moldavo (1952, cortometraje) y Andriesh (1954).
Bajo la égida del famoso realizador Alexánder Dovzhenko y cercano al documental, formó una sólida carrera que conocería un cambio al inicio de los años 60.
Amigo cercano de Andréi Tarkóvsky, el armenio experimentó una verdadera revelación con La infancia de Iván (1962). Entonces despreció su obra previa a 1964, año en el cual concibió Caballos salvajes de fuego (o Sombras de nuestros antepasados olvidados ).
Esa cinta es una adaptación de una obra del escritor ucraniano Mijaíl Kotsiubynsky , y resalta tradiciones de la cultura hutsul a través de la historia de dos amantes condenados por la sociedad.
Debido al rescate de las culturas periféricas de la Unión Soviética que hacía Paradjánov, fue incluido en la lista negra, y su siguiente proyecto, Frescos de Kíev (1965), fue detenido en pleno rodaje.
Iconos en movimiento. “De los colores y los aromas de este mundo, mi infancia hizo una lira de poeta y me la ofreció”, reza un verso del bardo armenio Sayat Nova. Recuerda así los paisajes y, sobre todo, las tradiciones del Cáucaso (la región situada entre el mar Negro y el mar Caspio, en Asia), que dan el tono distintivo a las obras de Paradjánov –y que usaron para condenarlo–.
Sayat Nova (1968) fue una verdadera revelación. Se trata de una biografía impresionista de Harutyun Sayatyan, llamado “Sayat Nova” (Maestro de los Cantares), clásico armenio del siglo XVIII.
El aedo inició su vida en el campo, tiñendo telas con su familia. Llegó a ser poeta de la corte de Erekle II de Georgia , hasta que se enamoró de la hermana del rey, y fue expulsado. Sayat Nova pasó entonces a un monasterio y vivió como monje hasta su asesinato, cometido por negarse a rechazar su fe cristiana ante las exigencias de los musulmanes invasores del reino.
De esa vida convulsa, Paradjánov teje una serie de retablos vivientes cargados de símbolos unidos al folclor. La cámara se mueve muy poco (con movimientos mínimos), así que los actores encarnan imágenes vivas de un pasado rico en cultura, de explosivo color y textura, similares a iconos orientales.
El diálogo es inexistente: solo hay cantos, recitaciones sueltas de versos, líneas pronunciadas en off por personajes silenciosos en la imagen. El director deja que su poesía visual hable por sí sola.
La acción es lenta y rítmica, resaltada por música hipnótica y sobrecogedora. Los actores desarrollan una coreografía simbólica y sencilla en gestos, narrando poco a poco, no la biografía directa del poeta, sino su estado de ánimo en diversos momentos.
Sayat Nova relata una vida cíclica y sensible, que empieza y termina en el mismo punto: las telas manchadas de rojo por las dagas, las granadas partidas y los tintes. Es como si la existencia tiñera la poesía del protagonista, de forma imparable e involuntaria.
El poeta acepta su destino de artista, acostado en una posición similar a la de Cristo en la cruz, entre libros antiguos cuyas páginas pasa el viento.
Al principio, el monje que lo educa le advierte que la vida está en los libros, y que sin ellos todo sería ignorancia. En la película se extrapola este juicio a la totalidad de la cultura: los vestidos, las canciones, las construcciones, las esculturas, los iconos y los tapices.
De aquel modo, el filme deviene provocación: afirma que la cultura debe ser preservada por encima de cualquier gobierno temporal y terrenal, y que el artista debe aceptar su responsabilidad como un sacrificio. Sayat Nova fue prohibida a pesar de su éxito en festivales internacionales, y Serguéi Paradjánov fue castigado.
Impulso creador. En diciembre de 1973, el director fue detenido luego de que se lo acusara de “violar a un miembro del Partido Comunista y de propagación de pornografía”.
La bisexualidad y la vida libre de Paradjánov no ayudaban mucho a evitar una imagen de subversivo. El régimen soviético lo sentenció a cinco años de trabajos forzosos en una cárcel siberiana.
Su querido amigo Andréi Tarkóvsky, Jean-Luc Godard, Yves Saint-Laurent, Luis Buñuel y una multitud de artistas europeos pidieron su liberación, pero las autoridades se negaron a concederla. Se le prohibió filmar por 15 años.
Mientras estuvo en prisión, Paradjánov no calló. “No se me permitía hacer películas y empecé a hacer collages . Un collage es un filme comprimido”, afirmaba el creador. Creó fascinantes collages volumétricos e instalaciones que retomaban el simbolismo hermético y el colorido de su obra fílmica.
Su castigo acabó en 1977 debido a gestiones que el poeta francés Louis Aragon realizó ante el líder soviético Leónid Brézhnev para liberarlo. Las relaciones entre el director y el régimen se mantuvieron tensas, y en 1982 fue encarcelado de nuevo, esta vez bajo el cargo de soborno. Un año tras las rejas minó su salud, pero al salir retomó su oficio.
En 1984 filmó La leyenda de la fortaleza Suram en Georgia, basada en una novela de Daniel Chonkadze . Una obra mística, cruzada por leyendas y, de nuevo, entretejida por tableaux vivants , preparó el camino para su último filme.
Ashik Kerib (1988), inspirada en una novela de Mijaíl Lérmontov , es una celebración de la milenaria cultura de Azerbaiyán a través de una historia de amor legendaria.
El errante bardo protagonista quiere casarse con una doncella, “hija del cielo”, pero su padre espera un mejor pretendiente que el pobre cantor. Ella le promete esperarlo durante mil días hasta que Kerib regrese con riquezas que impresionen al padre. Las aventuras del trovador permiten ver una muestra de la confluencia del islam y el cristianismo en el Cáucaso.
Silencio y eco. La salud de Serguéi Paradjánov se resintió a causa de los años de labores forzosas y de encarcelamiento. Aunque el director había sido rehabilitado y logró filmar La leyenda de la fortaleza Suram y Ashik Kerib en los años 80, falleció el 20 de julio de 1990.
A su muerte, ya se intuía la recuperación del trabajo de Serguéi Paradjánov, y se restauraban las películas que habían sido tan discutidas en décadas anteriores.
En 1988, el gobierno armenio aprobó la construcción de un museo dedicado a su obra en Ereván, pero, debido al terremoto que asoló la capital en ese año, la apertura se retrasó hasta 1991.
Según datos suministrados por el Museo Serguéi Paradjánov , la base de su colección se compone de 627 trabajos plásticos del artista; 56 de ellos fueron preservados por el Museo Armenio de Arte Folclórico, y la gran mayoría fueron donados por el artista en vida pues sabía que su muerte se avecinaba.
“Un poeta puede morir, pero jamás lo hará su musa”, cantaba Sayat Nova. Serguéi Paradjánov desapareció, pero ni su musa –la cultura del Cáucaso entero– ni sus obras han muerto.
