La familia no es una realidad dicotómica, re-construible en función de modelos distintos, contrapuestos y antagónicos. Pierde su centro de gravedad cuando se reduce a un ámbito de tutela de intereses. Su estructura no es sociocultural, sino antropológica. Radica en una exigencia estructural del ser mismo del hombre.
Se pretende un cambio de paradigma, un cambio en la manera de darse la familia. Para Hériter la familia es mortal. Pero la familia no es una institución accidental, meramente histórica. No es una asociación voluntaria o artificial no basada en la naturaleza. No es una articulación de la sociedad porque posee primacía en relación a la sociedad. No es una variable contingente del orden social, marcada por un increíble éxito histórico. No es una simple subestructura. No se le puede dar primacía a lo colectivo sobre lo individual, a lo social sobre lo familiar.
Institución natural. La familia es una institución natural y no se le puede despojar de esta condición. La familia es universal. Responde al dato estructural fundamental de identificación del ser del hombre: el hombre existe, como tal, en cuanto se reconoce destinatario de una norma que lo reviste de una función familiar. El hombre es un ser-con, es un ser-en-relación y es un ser-social gracias a la familia. La familia es la sociedad primera que personaliza al hombre.
El amor no es pulsión subjetiva. No es un “hermoso confuir de dos hermosas almas”. El matrimonio es el encuentro de dos personas, de dos cuerpos, de dos intimidades. Un encuentro que el derecho debe proteger. “El matrimonio es la fundamentación del amor en la fidelidad”. Una libertad comprometida con un amor libremente elegido. “Ulises no es libre cuando vaga por los mares, sino cuando puede condensar la propia añoranza y volver por fin a su casa”.
El matrimonio es una realidad de encarnación. “Amarse es engendrarse”. Platón señala que “el amor es constitutivamente fecundo: origina perfección, avance, ensanchamiento del ser en quien ama y en quien es amado”. Amar es adherirse a la realidad. Reconocerle como buena. Aunque, como diría Esquilo, la verdad solo se aprende a costa de sufrirla. El amor, la belleza y la verdad también “hieren”. Requieren aceptar la realidad, vencer el solipsismo. Dice Barth: “es la relación con la mujer lo que hace del hombre un hombre, y es la relación con el hombre lo que torna mujer a la mujer”; y, desde ella, descubre en la fecundidad que hace del género humano un único cuerpo, el sentido último de la distinción de los sexos”. Una verdad antropológica: el encuentro del matrimonio y la familia. Realidades originarias de las que se eleva una dimensión propia de lo específicamente humano.