Las sociedades actuales en general padecen ciertas enfermedades que se muestran con carácter de incurables pues se manifiestan: más diversas pero menos tolerantes; más conciliadoras pero más violentas a la vez; más informadas pero con poco criterio; más ricas y opulentas pero con más miseria. Son también sociedades más tecnológicas pero menos saludables y menos accesibles; más interculturales y sociables pero más despersonalizadas; más interdependientes pero más aisladas; más profesionales y técnicas pero menos éticas; más entretenidas y sensuales pero menos felices'
Subversión de valores. Para el filósofo Alfonso López Quintás, lejos de ser un fenómeno cultural, la subversión de los valores es el evento más demoledor de toda auténtica cultura. Esta subversión consiste en invertir la escala de valores concediendo primacía a los más bajos sobre los más altos y negándose a jerarquizarlos para fomentar aquellos que procuran halago inmediato.
Es decir, esta insubordinación de los valores humanos y sociales nos lleva a dejarnos arrastrar por reduccionismos inferiores condicionando los valores superiores que atraen y respetan plenamente nuestra libertad. Por ejemplo, la belleza es hoy invertida o desplazada por la sensualidad y el erotismo; el gusto se confunde con el consumo sin límite y la excentricidad; el amor es malentendido como simple afectividad y cariño; la creatividad es superada por la falsa astucia y la improvisación.
También podríamos decir, parafraseando a Herman Broch, que hemos entrado en una época de absoluta desintegración de valores. Un estado en el que cada valor entra en conflicto con los demás e intenta dominarlos a todos. Empero, el problema no lo tienen los valores en sí mimos sino el hombre que pretende dominar las cosas y las personas; o bien, que se deja dominar por ellas comprometiendo seriamente su libertad y auténtica felicidad.
Siguiendo lo anterior, hoy observamos cómo los valores son desarraigados de su esencia: el sacrificio se entiende como opresión o castigo; perdonar es sinónimo de derrota y debilidad; la prudencia y la serenidad se entienden como falta de carácter. Igualmente, el optimismo, la fe y la esperanza son interpretados como ingenuidades o ignorancias humanas que tienen reemplazo en la ciencia y la tecnología; el recogimiento, la meditación y la vida interior parecen restar tiempo a la inteligencia; y la confianza y la transparencia si se utilizan para algo distinto a los negocios no sirven de mucho.
Renuncias o elecciones. El hombre como tal necesita ser orientado por una concepción sólida del ser humano que asuma como principios de conducta los valores. Los valores a diferencia de las conductas humanas, no pasan de moda. Los valores no tienen fecha de caducidad. Un valor es un bien que nos permite desarrollarnos como personas y el valor que fundamenta todos los valores es la persona misma.
Resulta sorprendente que en la actualidad el hombre dispone de todo tipo de medios para concederse toda clase de gratificaciones y alegrías; no obstante, hoy como en el pasado, encontramos múltiples manifestaciones de violencia, destrucción, dominación, desenfreno, y explotación, no sólo contra la naturaleza sino contra el hombre mismo. Esta agresión humana no halla otra explicación sino en el egoísmo del hombre y en su conducta de autocomplacencia que condicionan seriamente su libertad.
López Quintás dice que el hombre no es libre cuando elige arbitrariamente lo que responde a sus apetencias inmediatas. Para el filósofo esa libertad del hombre ocurre cuando elige en cada momento no lo que sacia sus apetitos, sino lo que debe elegir en virtud del ideal de la vida: su libertad plena.
Una constante de la vida humana es que para conseguir un valor superior debe renunciarse a otro inferior. Tal “sacrificio” es propio de una jerarquía de valores y esto implica renuncias. La libertad involucra renuncias o elecciones. Tomar distancia de nuestras apetencias inmediatas es optar por nuestra libertad.