Entiendo que Daniel Ortega sea un tipo que no gusta, el presidente por el que yo jamás votaría. Comprendo perfectamente que si las instituciones judiciales se han rendido a sus caprichos más espurios, no digamos ya para perpetuarse en el poder, sino para evadir incluso una investigación por violación en la que la hija de su esposa era la denunciante, aprovecharse y fabricar un pleito con Costa Rica resulte, así visto, una bagatela. Todo perfectamente maquinado para alcanzar el único objetivo que parece desvelarlo: no dejar la presidencia.
También sé que en estas circunstancias un gobierno que se siente agredido no tiene más alternativa que actuar y recurrir a las instancias formales que estime convenientes.
Patriotismo visceral. Lo que me parece deplorable es ese sentimiento pseudopatriótico con tufo a xenofobia que, de pronto, ha asaltado a muchos costarricenses. Los mismos que probablemente, como yo, sabían que isla Calero existía pero que, también como yo, habrían sido incapaces de ubicarla rápidamente en el mapa. Los mismos que antes de ir a un turno en Patarrá, por polo, prefieran irse a Terra Mall, por cool, a ver la última película del tiquísimo Harry Potter.
Los mismos que, con suerte, habrán leído algo de Paulo Coelho, pero nada de Aquileo Echeverría o de Carlos Luis Fallas. Ese patriotismo visceral, elitista y excluyente, yo no lo asimilo. La historia dice que plantear las procedencias desde visiones chovinistas y panfletarias no deja nada bueno.
Es momento de que los ticos admitamos que ni somos caucásicos, ni somos un país desarrollado, ni somos la Suiza de América, ni los nicas, que vienen huyendo precisamente de regímenes corruptos e ineficientes como el de Ortega, llegaron a Costa Rica por nuestra generosidad y bondad angelicales. Llegaron porque lo necesitaron, y de eso nos hemos beneficiado nosotros.
Indignante. Esa pantanosa zona convertida hoy en tierra mágica, pletórica de elfos buenos y unicornios, es también una vulgar excusa para exacerbar pasiones nacionalistas que me generan una profunda indignación. Las redes sociales son una muestra contundente y demoledora de lo que una sociedad egoísta y cerrada es capaz de pensar y de decir. Los comentarios y grupos que se han hecho por este tema son vergonzosos. Si ser un buen patriota es lanzar ofensas, denigrar a otros y poner banderas masificadoras en la foto de perfil del Facebook, que alguien me absuelva, porque yo no lo soy.
Durante estas semanas hemos demostrado que nuestro ser pacífico es solo un mito. Muy pocos se animarían a ir a enfrentarse, cuerpo a cuerpo, con el Ejército nicaragüense, aunque sean muchísimos los que le exigen a la Presidenta de la República fuerza y revanchismo contra los “invasores”.
Dejemos que sean los canales institucionales los que resuelvan este diferendo y nosotros sigamos con lo nuestro. Hay cosas que ahora mismo pasan alrededor del mundo, como las masacres que en este momento están perpetrando los marroquíes contra población saharaui, a la que este pueblo cristiano y amante de la paz podría prestarle algo de atención. Creo que sería mucho más edificante.
En todo caso, podríamos agradecerle a Daniel Ortega que su matonismo e histrionismo (al que, no nos damos cuenta, peligrosamente nos estamos acercando) han dado frutos. Los ingentes problemas de los que a diario nos quejamos –la violencia, la delincuencia, la reforma de la Sala Constitucional, las carreteras, los puentes y un inacabable etcétera— han desaparecido por arte de magia o por arte orteguista, da igual. Al menos, es mi sospecha, han dejado de inquietarnos. Tampoco hay que angustiarse en exceso, pronto llegará El chinamo, y eso también nos ocupará por un rato.