CON PODERES DIVINOS, así se encuentra un día el reportero de la tele Bruce Nolan, cuando le llega un mensaje inesperado que lo cita con el propio Tatica Dios, quien anda por ahí en busca de merecidas vacaciones para olvidarse del estrés de las plegarias humanas.
Así es, el mismito Dios necesita su descanso, y con este cuento se arma el argumento de una película hecha a imagen y semejanza del actor Jim Carrey, quien interpreta a Bruce Nolan, el reportero que un día se ve con los poderes de Dios. El filme se titula Todopoderoso (2003) y llega dirigido por Tom Shadyac.
Bruce Nolan es un tipo que se siente abandonado por la suerte y, por ello, se pasa recriminándole a Dios todo lo malo que le sucede (lo que es su desgracia, para el espectador de la película es comedia). Un día Dios lo oye y decide darle sus poderes a Bruce, sacudirse las manos e irse a dar un vueltín por ahí.
"Hágase mi voluntad", grita Nolan, y sus primeras actuaciones divinas son la parte más vacilona de la cinta, aunque Bruce debe cumplir con dos condiciones: no puede decir que él es Dios y debe respetar el libre albedrío de los demás.
Sus decisiones primeras son de la más humana debilidad: se venga de quienes lo han molestado, busca el lujo egoísta y le afloja cuerda al más exaltante placer sexual con su novia (a quien, ¡vaya sorpresa!, le crece de repente el busto). Su novia se llama Grace y es encarnada por la actriz Jennifer Aniston.
Luego todo cambia, porque hasta los dioses cambian, pero esto no lo vamos a contar. Lo cierto es que -en todo momento- la película sirve para que Jim Carrey le dé rienda suelta a su exagerado histrionismo, lleno de contorsiones y de elasticidad facial (esta vez ayudado por trucos pasados por computadora).
O sea, estamos ante el Jim Carrey del que gustan algunos y que cae mal a muchos otros, el de cintas como Ace Ventura (1994) o como Mentiroso, mentiroso (1997). ¡Claro! Precisamente esos dos filmes (al igual que Todopoderoso) son dirigidos por Tom Shadyac, así que ya sabemos por dónde anda la procesión.
Por supuesto que, al final, Dios debe regresar a su trabajo esclavizante, no en vano Dios es negro (¡sí!, y lo encarna el actor Morgan Freeman). Aquí la comedia se pone cursi y agudiza el bajonazo de humor que ya se le sentía. Es que la película se descoyunta como los garabatos de Carrey.
Que a un actor le paguen tanto por hacer una comedia como esta, confirma lo dicho por el propio Carrey: "Es para darte cuenta de lo ridículo que es este negocio". ¡Que Dios nos agarre confesados!.