La infancia es la paradójica edad en la que tenemos primas mayores que son menores de edad. En ese entonces –tempranos años 60–, las primas oscilaban ambiguas, centristas, entre el chachachá y el rocanrol, que al fin resultó ser la primera globalización de las cinturas.
Hoy sabemos que el chachachá fue grande hasta en la derrota: forma bella de decir que fue el gran derrotado; mas la charanga de Enrique Jorrín sigue rutilando en You Tube con la elegancia de un Christian Dior de los violines.
En tal entonces, toda prima de pro se peinaba a lo bomba o lo bombé; pero hoy nadie recuerda el bombé pues se ha perdido en la noche de los tiempos, época que –parece– comenzó cuando se apagó el Iluminismo. Sin embargo, in illo tempore , en los domingos y con peinado a lo bombé, las primas se sentaban en familia, y entonces parecía que Sofía Loren se hubiese juntado con los primos a comerse unos tamales.
Como el francés indica, el bombé era un diseño abombado, más inflado que poeta joven.
Crecer es pasar de los años 60 a los 60 años, inversión de términos que los rétores titularon quiasmo ; mas las primas crecieron antes y se hicieron señoras; dejaron el rocanrol –o viceversa–, pero a veces añoran su peinado cuando ven alguna película en la que se alza el bombé superdotado de María Antonieta.
El peinado de María Antonieta era como una Bastilla capilar que había que demoler; como una pajarera desde la que volarían los sueños sin camisa de los republicanos.
Despeinar a María Antonieta era tomar el pelo a la monarquía.
Esa reina se mandaba a hacer permanentes más complicadas que las chicas de 1968. Al fin, fue lo único permanente que ella obtuvo pues la monarquía le duró menos.
Entre otros –o sea, todos–, María no leyó a los poetas y nunca conoció la ironía de que, a veces, un peinado persiste más que un reino. “Huyó lo que era firme, y solamente / lo fugitivo [el río Tíber] permanece y dura”, genializó Francisco de Quevedo, y Jorge Guillén concordó: “Feliz el río que pasando queda”.
El bombé ya no es torre de soberbia pues ofende al Cielo; es bombé de clase media, mesobombé amigo de la física cuántica. En los años 30, el químico Linus Pauling supuso que las moléculas de queratina (la materia del cabello) son “escaleras” espirales unidas por “peldaños” de azufre y de hidrógeno.
En laboratorios llamados peluquerías , la modesta química de las permanentes probó que el cabello se suelta y se riza si se deshacen y se rehacen tales “peldaños” (Teresa Audesirk: Biología , cap. I). Todo esto fue un paso de gigante hacia la revelación del misterio del ADN.
Lo único malo es que ahora hay más estilistas en las peluquerías que en la literatura.