Al reflexionar sobre las múltiples expresiones de la majestuosa cultura egipcia, cabe preguntarse: ¿Se puede confiar en los documentos históricos para declarar que existió un teatro egipcio como lo entendemos hoy? O bien, ¿podemos declarar escepticismo ante fuentes muy escasas y de un período tan lejano?
En su artículo, El teatro dramático en el Antiguo Egipto, Nelson Pierrotti, dice que sí a ambas preguntas: “Para la época de Amenhotep III (S. XIV a. C.) algunos cómicos acompañaban a sus amos en las giras festivas, realizando diálogos e interpretando papeles”.
Asimismo, el Papiro de Ramesseum de 1970, a. C. contiene cuarenta y seis escenas dramáticas, además de diálogos entre personajes, sobre la vida en el Imperio Antiguo.
El escéptico aún diría que la evidencia es insuficiente. No existió, argüiría, un teatro como aquellos que nacieron en Grecia, de una evolución de los cultos a Dionisios, acompañados por cantos y danzas, que luego involucraron un coro y más tarde todos los elementos que sobreviven hoy.
Sin embargo, sí existe certeza de que la representación de la leyenda de Osiris (dios de la siembra y la cosecha), derivó en obras teatrales muy similares a las primitivas obras griegas.
“Osiris partía de su santuario en una procesión hacia su barca, luego era asesinado por Seth, más tarde le sucedía una procesión fúnebre (con danzas e himnos), hasta la encarnación de Osiris en su hijo Horus y finalizaba con su resurrección para festejo del pueblo”. (De Isis y Osiris, Plutarco).
El Papiro de Bremner Rhin (S. IV a.C.) incluso contiene instrucciones teatrales sobre los diálogos, la intervención de los actores y su vestuario. En más de 3.000 años de civilización, sería una ingenuidad negar que no hubiera un teatro puramente egipcio.
Por tanto, aunque la evidencia sea vaga; apelemos a otra de las facultades del hombre, además de la razón y la memoria, para conocerlo: la imaginación.