Madrid .
A sus 65 años, este tótem del cine español se jacta de no haber rodado nunca una película que no quisiera hacer. La última, Tango, es el fruto de varios años de trabajo e investigaciones sobre un ritmo universalmente asociado a la pasión, el engaño y la desgracia.
Carlos Saura tiene el mismo aire despistado y algo tímido de cuando empezó, hace casi treinta años, a hacer cine. Aún lleva las enormes gafas sujetas con un cordón y el pelo revuelto y, según dicen los que lo conocieron entonces, sigue poniendo ilusión en todo lo que hace. Esta mañana de invierno está encerrado en una sala de montaje en Madrid, viendo, en una computadora, las últimas secuencias que se han montado de Tango. Está satisfecho.
-¿Baila tango Carlos Saura?
-Yo bailo el europeo, el que sabemos bailar todos, que es un poco arrastrado. Es el que impuso en Europa Rodolfo Valentino, que no sabía bailar el tango, no tenía ni idea: lo bailaba así, con una cara muy tremenda; o como en las películas de Bertoluci: tiran para adelante y para atrás como si fuera un tango, pero, de eso, nada.
-Y ¿desde cuándo tiene esa afición?
-Toda mi vida he sido muy bailón. Dominaba la samba y el rock and roll y el tango a la europea, pero no he vuelto a bailar el tango desde que he visto como lo bailan en Argentina.
-¿Qué es lo que vamos a ver en la película?
-Es una mezcla de Carmen y Flamenco. Tiene una línea argumental muy básica: una mujer abandona a un hombre y él trata de reconstruir su vida mientras trabaja. Está tratando de montar una película sobre el tango, busca a los bailarines, vemos los ensayos, escuchamos la música... En las milongas, los locales de baile, se bailan tres cosas: el vals de ellos, que se llama criollo; luego, la milonga; después, el tango. El vals es más parecido al centroeuropeo, pero tiene acentos de pasos diferentes; la milonga es más alegre: es un baile aparentemente superficial pero muy bonito, y el tango es mucho más trágico.
-¿Cómo surgió Tango?
-Es un encargo. Yo tenía en mente un musical sobre el Caribe que se paralizó porque los músicos cubanos que viven en Estados Unidos nos dijeron claramente que, si trabajábamos en Cuba, no contáramos con ellos. Como a mí me parece imprescindible rodar en La Habana, pues de momento se "aparcó" el proyecto, y entonces fue cuando un productor argentino me propuso este tema, que se enganchó desde el principio. Me fui a Buenos Aires, estuve recorriendo lugares, tomando notas, buscando las músicas, y poco a poco fue surgiendo el guión.
-¿Qué fue lo que más le sorprendió en ese viaje?
-Todo me parecía precioso. Iba a una clase y veía a unos niños en el colegio con guardapolvos blancos y me acordaba de la España de los años cuarenta. Luego veía un sitio lleno de viejitos, todos muy elegantes, con sus corbatas, trajes oscuros. Es como estar un poco en el presente y el pasado, Argentina es un poco eso y al mismo tiempo hay mucha gente que está innovando, buscando nuevos caminos. El tango no está muerto, es un baile muy hermoso y siempre renovable.
-¿Hay mucha diferencia entre el tango de arrabal y el de salón?
-El tango se puede bailar de una manera más refinada o más popular, nosotros teníamos un profesor de baile, Copes: es un hombre que viene de un estrato popular y que baila la milonga como la bailarían hace 40 años. Ahora hay una forma más estilizada. Ana María Stekelman ha hecho un tango con una música de zarzuela para Julio Bocca y otro para Rivarola, trabajo que es una preciosidad y que se sale del tango tradicional. Son músicas más hacia el futuro.
-¿Qué significa la palabra "tango"?
-Hay muchas acepciones. Hay quien dice que viene de una palabra negroide; otros, que del tango español, con el que no tiene nada que ver. Seguramente es la mezcla de varias cosas: por un lado, de música española, de habanera, la música que hacían los españoles en Cuba -si se toca despacio es como una habanera-. También dicen que tiene algo de los grupos negros que había en Río de la Plata; luego, de la aportación italiana, sobre todo en las letras. Todo esto de "la mama", la cosa trágica, no es española: eso de hablar de las mujeres que te dejan, de la familia y el barrio, no existe en España en las letras de las canciones populares.
-¿Tiene este baile mucha relación con el sexo?
-Los grandes expertos rechazan esa relación: dicen que se baila por bailar y que es una especie de ritual, pero yo encuentro que hay una relación sexual evidente. Eso sí, hay que bailar con una pareja atractiva, pero sobre todo que baile bien. Si vas a "ligar", ya es otra historia.
-¿Tienen el mismo protagonismo el hombre y la mujer?
-El hombre controla la situación, es el que manda en el baile, va marcando los cambios, pero la mujer tiene una gran libertad.
-¿Hay en la película un recorrido por los tangos más famosos?
-No, esta película no es un documental sobre el tango, se escucha uno de Gardel, uno de Adriana Varela, pero sobre todo se trata de ver cómo ha evolucionado esta música, qué se hace ahora, cómo se baila... Está rodada con mucha libertad. Yo necesito tener la sensación de hacer cada día algo nuevo y, como Vitorio Storaro, el genial director de fotografía, es también muy aventurero, pues hemos experimentado con muchas cosas.
-Y ahora, ¿cuáles son los próximos proyectos?
-Creo que por fin voy a poder rodar la película que tengo pensada sobre la guerra civil española y que se titula ¡Esa luz! Es una frase que se me ha quedado grabada de cuando era pequeño. Durante los bombardeos, los serenos la gritaban para que se apagaran las luces y así no atraer las bombas. Está basada en la vida del escritor Ramón J. Sender, que pasó toda la contienda separado de su mujer. En realidad, son dos películas: en una se ve lo que le pasa a ella, y en otra lo que le ocurre a él. También me gustaría poder hacer algún día una película sobre Goya. No hay que tener prisa: hasta ahora, todo lo que he querido hacer ha ido saliendo.
-¿Qué recuerdos tiene de su paso por Costa Rica?
-No tengo más que buenos recuerdos: lo pasé muy bien. No tengo malos recuerdos de ninguna película. El Dorado fue toda una aventura: construir el barco, ir a Tortuguero, a la selva tropical, con todas las bestias... Fue como una vuelta a esa memoria ancestral, viejísima, que se dice que se tiene y yo no sé si queda o no. Yo entraba en esos bosques, donde no se veía nada, y luego salía el sol, y salían los monos, las iguanas, las mariposas... era como una sensación de que yo ya había estado allí, en un jardín como el del Edén, que yo me lo imagino así.
"Además, la gente de Costa Rica que trabajó en la película era fantástica, actores, gente de utilería..., todos tenían muchos conocimientos. Hay una gran tradición teatral, los actores son muy buenos. Sí: me sentía, como dicen ellos, "pura vida".