¿QUÉ HACEN UN MONTÓN de mujeres rencas sobre un escenario? ¿Están buscando algo o solo se están moviendo? En primer lugar, bailan Sique Siqué, el primer espectáculo del año de la Compañía de Cámara Danza UNA, bajo la dirección de Ileana Álvarez. Lo demás es especulación, interpretación, sensación o todas esas cosas a la vez.
Lo cierto es que sobre el escenario, la vida es otra cosa. Para Álvarez, coreógrafa y directora de la compañía, Sique Siqué es un espectáculo fragmentario -para nada narrativo- que le permitió engarzar todo tipo de abalorios vitales sin necesidad de contar una historia. El espectáculo es una sucesión de preguntas; trivialidades; poemas; contradicciones; movimientos; símbolos; sueños.
El contexto elegido es la ciudad pero, además, la ciudad como experiencia de dos caras: ciudad/intimidad; vivencia colectiva/vivencia individual. Mediante los efectos de luz, la escenografía revela o no estos ámbitos, que a su vez regulan el tránsito de los bailarines.
"Toda la coreografía es como encontrada", explica Álvarez, "un personaje siempre enfrenta a otro".
A los cientos de metros de malla metálica -eso es lo que parece- y al inmenso ventilador industrial de la escenografía, se suman millones de sonidos, algunos elementos y un nutrido repertorio de objetos que, para la coreógrafa, recalcan la individualidad. A saber: sillas, paraguas, zapatos, manojos de llaves, anteojos oscuros y chicles, además de sonidos de campanas, sirenas, voces y chilindrines, y unos cuantos litros de agua -suponemos que limpia-.
La sique de quién
Cada cosa tiene su función o, por lo menos, tiene su lugar. Los 7 bailarines del espectáculo sortean estas instancias haciendo uso de todos y cada uno de los elementos dispuestos a su alrededor y, bailan tanto, que hasta bailan los 70 verbos, de Leo Masliah, un poema del escritor uruguayo que no requiere sino eso: verbos. De hecho, hay partes del espectáculo donde se suspende la música y sólo queda el movimiento.
"Somos débiles espiritualmente", dice Álvarez. "Somos presos del inconsciente y vivimos la sociedad como sentimiento de masa: celebramos lo mismo, comemos lo mismo, usamos la misma ropa, tenemos las mismas creencias... Para mí, por dentro, estamos rencos y la renquera es como un símbolo de esa debilidad espiritual".
Mientras los bailarines bailan, cada uno en su silla, el espectador lo hará en la suya: el espectáculo comienza con una música del brasileño Tom Zé, contagiosa, por decir lo menos, y continua con la poesía -que también es columna vertebral de la banda sonora-, toda extraída de los textos de Masliah.
El vestuario es pura desintegración, como si cada pieza fuera la pieza pero de un rompecabezas: una manga si y otra no; un solo puño y una sola pierna. Su despedazamiento viene a reforzar otra idea de Álvarez que, junto con la presencia del agua, dan pie a lecturas casi inevitables: "Nosotros también estamos fragmentados", dice ella. "Esta es una sociedad de aguas estancadas. Nuestras vidas son como caudales que necesitan renovación; estamos tan enfermos como el medio ambiente".
"En todo caso", concluye, "sigo pensando que el arte es inútil; puede provocar pero no profetizar".