(ADRIAN ARIAS )
“¡No, doctora! ¡No puedo estar embarazada!”, afirmó con total incredulidad luego de escuchar el resultado de la prueba en sangre.
¿Un embarazo? ¡Jamás! ¿Cómo podría ser eso si ella, religiosamente, se tomaba cada noche su té de condón?
Sí, ¡té de condón! Preparado con un preservativo de látex lubricado y bien hervido en agua, para asegurar su “amarre”. La mujer bebía aquella extraña infusión con fe y confianza, segura de que el tecito la protegería de los inquietos espermatozoides de su marido.
Aquel “extraño” caso de embarazo se comentó en su momento en los pasillos del hospital México, donde la paciente recibió el sorpresivo diagnóstico. Desde entonces, sigue contándose de generación en generación, entre los estudiantes de medicina que reciben allí algunas de sus clases.
Algo similar pasó en el Hospital San Juan de Dios. Apareció un señor convencido de la eficacia del mismo remedio: echaba los preservativos en un vaso de agua y se tomaba el líquido. Hasta la última gota. Pese a su convicción, el tratamiento tuvo una efectividad del 0% y así trajo dos niños al mundo.
Como estas, son muchas las anécdotas en que los pacientes se presentan ante el doctor con “extraños padecimientos”. Estos se limitan a pelar los ojos del asombro... y a reír.
Nunca, en toda su práctica clínica, la doctora Karla Masís, cirujana del hospital San Juan de Dios, había tenido que registrar en un expediente padecimientos indescriptibles, hasta que llegó a su consultorio una señora bastante acongojada.
“Doctora, me
“¿Le duele?”, le preguntó Masís, tratando de interpretar sus palabras.
“¡No! ¡Que me
“¿Le punza?”, volvió a preguntar la doctora.
“¡Que no! ¡ME
El resultado fue una anotación tan singular como ambigua en su expediente: “Paciente refiere que le
Situaciones como la anterior son el pan de cada día en los centros médicos, donde parece no haber remedio para las ocurrencias de los pacientes.
De poco sirven los largos años de estudio, escudriñando especializada literatura médica, cuando algunos enfermos insisten en explicar al doctor tratante las razones –y sinrazones– de sus padecimientos.
“A veces llegan cosas que a uno ni le pasan por la mente”, asegura la doctora Melba Vázquez Escalante, especialista en medicina familiar de la clínica de San Pablo de Heredia.
En los pasillos de los hospitales y los Ebais (Equipo Básico de Atención Integral en Salud) las anécdotas van y vienen.
De vuelta al tema de los embarazos, los mitos son numerosos. Claro, es más fácil y barato “planificar” con métodos anticonceptivos que ni siquiera hay que adquirir en una farmacia. Darle tres vueltas a la cama antes de tener relaciones sexuales, ponerse esponjas dentro de la vagina, no comer cebolla, no sentarse en inodoros sucios (porque además podrían ser la causa de que se pierda la virginidad), y darle píldoras contraceptivas al esposo, son algunas de esas prácticas.
A estos pacientes les cuesta comprender que, de aplicar tales remedios, terminarán chineando o con una infección. Si se trata de un hombre, es posible que sufra cambios hormonales fuertes. Rememora el doctor Rodrigo Núñez, médico internista, que, cuando daba consulta en Nicoya, Guanacaste, un señor llegó a decirle que tenía 12 años de tomar pastillas anticonceptivas. “Al examinarlo, detecté que ya presentaba ciertos cambios en su organismo por estar consumiendo estrógenos. Había perdido vello y hablaba con voz más clara”.
Las creencias populares abundan, y esto, sumado al desconocimiento de la población, hace que las preguntas sean muchas veces de antología.
Nos dimos a la tarea de entrevistar médicos, enfermeras y enfermeros de diversos centros de salud del país y reunimos en este reportaje algunos de esos “cuentos” reales que son imposibles olvidar.
Un hombre que apenas respiraba llegó a la sección de Emergencias del hospital de Golfito. “¡Me tragué los dientes!”, le dijo al doctor Eduardo Rodríguez Murillo, el médico de turno. En efecto, su sonrisa tenía un par de bajas en la delantera y las prótesis dentales probablemente estaban en las profundidades de su organismo. “Lo mandé a hacerse una radiografía, pero el paciente no volvió. A los tres días, me lo encontré y me dijo: ‘Doctor, ¿se acuerda de mí? Yo soy el de los dientes. No ve que ese día me comí un banano y me sentí mejor’. Le pregunté qué hizo los dientes y contestó: ‘¡Diay, aquí los ando puestos! Es que, como uno es pobre, los cagué, los lavé y me los volví a poner’”, cuenta el especialista.
Una de las historias más memorables que le tocó ver al cirujano pediatra Roberto Galva Jiménez, fue la de una señora enferma de cáncer gástrico. “Le dije a la familia que podían licuar la comida y dársela ‘a
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En otra ocasión, llegó a su consultorio un niño con un collar de ajos y todo untado de manteca de chancho. La madre decía que en su casa había un murciélago y podía chuparle la sangre a su hijo, y decidió prevenirlo de ese modo.
Al consultorio de la doctora Alicia Cajina Vázquez, en la Clínica Central, una señora que aseguraba tener “lombrices en la panza”, sacó del bolso un papel higiénico con las heces, para enseñarle a la doctora que, en efecto, “tenía bichos”.
Y el cirujano Eduardo Rodríguez narra que un día le llegó a consulta una mujer que aseguraba tener “un aire en la nuca”. Le dijo que eso no existía, pero ella insistió: “¡Claro que sí! Vea”. Se empezó a frotar la nuca y de repente le salió un gran eructo. “¡Ve, qué gran aire!”.
Los disparates también han asustado a veces a médicos y enfermeras. En la zona de Puriscal, las mordeduras de serpientes son muy comunes. Los pacientes llegan a la sala de emergencias diciendo que los mordió “una bicha” y, cuando los doctores preguntan qué tipo de serpiente fue, más de uno saca al reptil vivo de una bolsa plástica.
Drogadictos y maleantes figuran entre los pacientes más ingeniosos. El anestesiólogo Sebastián Vargas Jarquín se ha enfrentado a este tipo de personajes. “Trajeron a un paciente con un balazo en el abdomen y tenía la mano izquierda cerrada. Le pusimos anestesia y, aun dormido, no aflojó el puño. Cuando se lo abrimos, tenía una piedra de
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Los orificios del cuerpo son tentadores y es común encontrarse en los hospitales con objetos de toda clase que se introducen los pacientes. Botellas, pepinos, zanahorias y ¡hasta salchichón!, son parte de esa vasta lista.
El uso de los medicamentos daría historias jocosas para llenar muchos libros. A juzgar por lo que sucede a veces, los médicos nunca deberían dejar en manos del sentido común la forma de aplicar un tratamiento. Cuando han omitido la instrucción de uso de unos supositorios, por ejemplo, es frecuente que lleguen pacientes quejándose del “sabor rancio” o de “lo difícil que fue tragárselos”.
Lo mismo sucede cuando se recetan óvulos vaginales, ya que muchas mujeres los ingieren o se los introducen en la vagina con el empaque de plástico, lo cual puede causar infecciones.
La cirujana Karla Masís recuerda la ocasión en que le tocó atender a un señor con una herida en el brazo. “Luego de suturarlo, le mandé terramicina, que es un antibiótico en crema. Aunque normalmente se usa para los ojos, se puede aplicar sobre la piel. A los días, llegó el hombre con la herida infectada y me dijo: ‘Doctora, no sé qué pasó; todos los días me pongo la crema en los ojos y no veo que la herida mejore’”.
También recuerda casos de pacientes que lavan los condones para reutilizarlos y el de una señora que le cortaba la punta al condón porque “le sobraba un pedacito”.
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Tras años de lidiar con este tipo de casos, la doctora Melba Vázquez opina que, para evitar malentendidos, es mejor explicar a los pacientes cada cosa desde cero.
Máxime porque, como dice la enfermera Marielos Fernández Hincer, “a la gente le da miedo preguntar, aunque están en todo su derecho de pedir explicaciones y respuestas”.
Claro, muchos pacientes se creen grandes conocedores en materia de salud y hasta le recomiendan a cualquiera la medicina casera infalible.
Hace un tiempo, el doctor Galva recibió a un niño con paperas a quien le habían amarrado dos sapos muertos sobre la zona de la inflamación. “¡Eso no cura nada, más bien es un problema para este niño, porque lo puede contaminar!”, le dijo a la familia.
La leche materna es otro de esos remedios caseros altamente cotizados. Hay quienes acuden donde la vecina lactante para pedirle “unas gotitas regaladas” para tratar la conjuntivitis o el dolor de oído.
Justamente para el dolor de oído, es usual que algunos hagan un cono de papel periódico y le prendan un cigarro adentro, para que el “calorcito” que emana sane el dolor.
¿Y qué pensaría de usar Fanta Kolita para curar la anemia, o Sani Pine o Baygón para matar los piojos? No pocos le colocan un hilo en la frente a los chiquitos para quitarles el hipo, ponen café sobre las heridas, o echan sal en el ombligo para la cistitis.
Todos los médicos consultados repiten sin cansarse que hay que tener cuidado, pues “los remedios populares a veces enferman más, sobre todo a los niños, y producen atrasos para dar un diagnóstico y prescribir el tratamiento adecuado”, explica la doctora Melba Vázquez.
Los malentendidos al utilizar términos médicos son frecuentes. Un grupo de enfermeras del hospital San Juan de Dios, recuerdan a una mujer mayor a quien el doctor le pidió que expulsara las flemas. El término médico para describir esta acción es “esputar”. Por eso, el doctor le decía: “¡Señora esputa!’, y esta respondió con verguenza: “La verdad sí era puta, pero cuando estaba jovencita. ¡Por favor no le diga a mi marido!”.
Olman Morales, auxiliar de enfermería, presenció la ocasión en que una muchacha llegó a visitar a su madre que estaba internada en el hospital de Alajuela y le preguntó: “¿Mamá, qué le hicieron hoy?” Ella le respondió: “Un Estados Unidos”, para referirse a un ultrasonido.
No todos parecen tener claro que ciertos padecimientos solo pueden afectar a las mujeres. Al doctor Wágner Ramírez, jefe de Cirugía del San Juan de Dios, lo han visitado varones que se quejan de “flujo vaginal”, cuando en realidad presentan alguna infección en la uretra, o de “dolor de ovarios”. Al médico internista Rodrigo Núñez, del hospital de Alajuela, le sucedió algo similar. Quedó desconcertado cuando un señor le aseguró que estaba “muy mal vaginalmente”. Y aclaró: “Sí, ‘
“¿Quiere que le alcance un cacho (utensilio para orinar)?”, le pregunta una enfermera a su paciente. “No puedo porque soy diabético y tengo prohibida la repostería”, le respondió.
Boris Fonseca, enfermero del hospital San Juan de Dios, se acuerda de un individuo muy inquieto que no se dejaba poner una vía. Cuando lo agarramos entre varios, alguno dijo: “Alcáncenme el gigante (portasueros)”, y el hombre asustado gritó: “¡No llamen al gigante! Yo me dejo poner la vía”.
También hay madres que eligen para sus hijos recién nacidos el nombre que más escucharon durante su internamiento hospitalario, y no es broma que hay niños llamados Panadol o Paracetamol.
La enfermera Jenny Aguilar ha aprendido a utilizar las expresiones de los pacientes para hacerse entender. “Por ejemplo, hablarles de ‘retención de orina’ no era claro para muchos de los que usaban sonda. Una vez, un señor se me quedó viendo y me dijo: ‘Usted lo que me está preguntando es si se me empoza la orina”. Me quedé pensando y le dije que sí. Ahora uso esa expresión con todo paciente mayor”, comenta.
Otro de sus términos estrella es “culito nuevo”, para hablar con los pacientes a quienes les practicaron una ostomía (orificio de salida artificial en la pared abdominal para facilitar la salida de los productos de desecho del organismo). “Yo les digo que ahora tienen un culito adelante, en vez de tenerlo atrás”, agrega Aguilar.
Al respecto, el doctor Rodrigo Núñez Mora comenta: “Los médicos cometemos el error de encumbrarnos mucho y usar terminología muy técnica. El paciente no tiene la culpa. Por eso debemos hablar en términos sencillos. Esos son los médicos más queridos y aceptados, los que le hablan a la gente en el idioma que entiende”.
Hay quienes, sin quererlo, se convirtieron en personajes memorables, dignos de recordar. Es el caso del hombre con ascitis (acumulación de líquido en la cavidad abdominal, que produce una gran inflamación) a Emergencias del San Juan de Dios. Cansado de esperar sin que lo atendieran, se puso unos trapos en la cabeza, se cubrió, y fingió que estaba en labor de parto. Así logró que lo pasaran a sala ¡de obstetricia!
Sin embargo, no solo a los pacientes se les hace “un colocho” la medicina y el trajín de los hospitales. En Neurología del San Juan de Dios, un doctor le indicó a un estudiante de internado (último año de carrera) que le revisara las pupilas al paciente. El joven concluyó que el señor tenía anisocoria (una pupila más grande que otra). Pronto el doctor le espetó enojado que el paciente que revisó tenía un ojo de vidrio.
En otra ocasión, cuenta la enfermera Marielos Fernández Hincer, un estudiante avanzado de medicina estaba lavando el cuerpo de un señor que había fallecido por un paro respiratorio. De repente, el hombre se incorporó en la cama y empezó a vomitar. El joven salió corriendo asustado, mientras gritaba: “Se levantó el muerto”. En efecto, el señor estaba vivo.
¿Cómo prepararse para estos encuentros inesperados con lo insólito y lo increíble? No hay forma de preverlos. “Cada paciente es un mundo”, dice el Dr. Núñez. “Lo que resulta innegable es que nuestra capacidad de asombro nunca se agota”.