Entre las experiencias exitosas para reducir los factores de riesgo de la delincuencia merecen destacarse, además de las llevadas a cabo en Costa Rica (Hatillo, 1996 – 1998) y Chile (Programa Comunas Seguras, desde el 2000), la realizada en Bogotá (Colombia).
Desde 1995 se observa en la ciudad de Bogotá una disminución espectacular de las formas más graves de criminalidad, en especial del homicidio, cuyas tasas pasaron de cerca de 80 por cien mil habitantes en 1993 a 28 en el 2002. Una caída similar se dio con respecto a las muertes por accidentes de tránsito. Estos resultados se suelen atribuir a dos importantes factores: los grandes cambios realizados en la Policía Nacional colombiana por el general Rosso José Serrano, su director general entre 1994 y el 2000, y la introducción por las autoridades municipales de nuevas reglas y enfoques para gobernar la ciudad y sanear sus finanzas y, en particular, para abordar el manejo de la seguridad.
Ante tal situación, esta institución, con base en la Constitución y en el marco de los programas propuestos en el “Plan de transformación cultural y mejoramiento institucional”, diseñado en 1993 por un equipo interdisciplinario, decidió aplicar en Bogotá, a partir de 1998, el modelo de policía comunitaria, en especial de su variante española, la “policía de proximidad”.
Previamente se había llevado a cabo una depuración interna: entre 1995 y 1999, unos 7.000 policías de todos los rangos –el 10% del total de los efectivos– fueron relevados de sus cargos.
Durante su primer mandato, Mockus puso en práctica un nuevo discurso político y una forma de gobernar hasta entonces desconocida que, a través de la pedagogía y la comunicación, buscaba armonizar los sistemas reguladores básicos de los ciudadanos y la sociedad: la ley, la moral y la cultura.
Considerando la defensa de la vida como una prioridad de su agenda, y partiendo de una doble hipótesis (la violencia homicida era un fenómeno generalizado que tenía su origen en la intolerancia, el uso de armas de fuego y el consumo de alcohol; la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil eran la reproducción de la “cultura de la violencia”), aplicó medidas para desarmar a sus conciudadanos y propiciar el consumo responsable de bebidas alcohólicas.
Basando su programa de gobierno en un modelo de ciudad “a escala humana”, Peñalosa emprendió, en el marco de la llamada “Misión Bogotá”, acciones destinadas a la recuperación del espacio público (grandes ejes viales, zonas de la ciudad altamente deterioradas).
En su segundo mandato, Mockus siguió desarrollando sus propias iniciativas de cultura ciudadana a través de campañas masivas y las de Peñalosa en materia de defensa y ordenamiento del espacio público. Todas estas medidas, basadas además en el enfoque epidemiológico desarrollado por el Dr. Guerrero cuando fue alcalde de Cali, se completaron con el otorgamiento de mayores recursos para la policía, financiados por el municipio.
La experiencia de Bogotá se considera como un excelente ejemplo de las múltiples y variadas posibilidades que se le pueden presentar a un gobierno local para manejar los problemas de seguridad y convivencia ciudadana, a condición de que se den circunstancias tan importantes –y tan raras en la mayoría de los países latinoamericanos– como la aceptación del tema en una agenda de gobierno, la cesión de recursos considerables y una continuidad que supere las opiniones políticas o ideológicas temporales de las autoridades municipales.