En España, cuando los médicos se convierten en directores de cine, no siempre acaban como Julio Medem. Él es un caso aparte. Desde la aparición de su primer largometraje ( Vacas , 1992) Medem ha cosechado premios y festivales en todas partes del mundo. España, Tokio, Inglaterra, Alejandría, Cannes, Bogotá y Venecia son para él lugares conocidos; también está acostumbrado a que sus películas sean calificadas de introvertidas, complejas, atmosféricas, intelectuales, herméticas, metafísicas y azarosas.
Julio Medem (San Sebastián, 1958) iba por la siquiatría y terminó haciendo cine. Sus cinco largometrajes lo han convertido en uno de los directores de cine español más prolíficos de la última década: Vacas (1992), La ardilla roja (1993), Tierra (1995),Los amantes del círculo polar(1998) yLucía y el sexo, estrenada el pasado 24 de octubre.
El cambio de profesiones le sentó muy bien, aunque todavía habla bajito y uno tiene que acercarse para escucharlo. Es uno de los directores mas conocidos de España pero no parece acostumbrado a que las luces lo miren a él.
"Voy superando la timidez", afirma. "Yo también pensaba que esto de dirigir cine requería una dosis de autoridad. Luego, sin embargo, cuando conocí el cine profesionalmente, me di cuenta que lo que realmente importa es tener a la gente cerquita y saberles transmitir lo que quieres contar y cómo quieres contarlo. No hace falta gritar ni tener una cosa especialmente autoritaria: simplemente tienes que convencerlos de que tienes una idea".
Sin salir de España, Lucía y el sexo ya ha sido vista por más de un millón de espectadores y está a la espera de saber si representará a España en la próxima edición de los Oscar. Medem ha demostrado cuán persuasivas pueden ser sus ideas.
La visita del director a Costa Rica se da en ese contexto, invitado a presidir un ciclo de sus películas, que acabó ayer, en la Sala Garbo.
Entre otras cosas, afirma que Hollywood no es un sitio que le interese -"hago cine desde donde sé hacerlo y desde donde me sale"- y que no fue sino hasta su última película que consiguió satisfacerse y sobrepasarse.
De algún modo, todas sus historias son de amor.
Sí, la verdad es que, en el fondo, son todas historias de amor. Sólo me lo planteé una vez, que fue con Los amantes del círculo polar . La verdad es que con estas historias quería hacer otra cosa. Con Vacas quería hablar de este absurdo que supone el odio y la rivalidad entre dos familias vecinas. La ardilla roja es un juego a través de la simulación y la mentira.
¿Qué tipo de historias le interesan?
Van surgiendo de la manera más sencilla y natural; muchas veces, al momento de un sueño o en la fase de conciliación de un sueño. Yo, que padezco de insomnio, me pongo a mirar en mi cabeza a ver qué pasa. Me dejo llevar por esa ilusión de explorar a través de personajes y situaciones inventadas y luego, sobre ellas, colocar un aspecto muy real, para que uno pueda identificarse en seguida. Nunca me resulta fácil contarlo porque tampoco son historias exactamente realistas, ni sociales ni naturalistas, aunque yo siempre intento que resulten muy naturales.
En su caso, más que las historias, parece que lo primordial es la manera en que están contadas. Es decir: el estilo.
No es un estilo desde fuera, quiero decir, no es un estilo de forma. Me interesa que los personajes resulten reconocibles y cercanos y que, sin embargo, lo que estén expresando sea esa complejidad que tiene que ver con el mundo subconsciente, de lo que no está en primer término y se refiere a aquello que no sabemos del todo de nosotros mismos. Sobre ese mundo, más complejo y aleatorio, empecé a escribir a los 14 o 15 años, cuando hacía Super 8 y escribía poesía y cuentos cortos. He intentado que esa poética esté en mis películas.
¿Hasta dónde hay un vínculo entre usted y la literatura?
A mí, desde muy jovencito, me fascinó la literatura latinoamericana y el realismo mágico. Durante mucho tiempo sólo leía a Cortázar y a García Márquez. También me gustaba Borges, con todas sus simetrías y sus vuelcos mentales. Luego tuve una época en que fui muy cinéfilo y vi mucho cine japonés, Bergman y Tarkovsky y, a la vez, me leí todo Mishima. Esa fue otra época de mi vida, en que sólo veía y leía eso: no quería más. (Ríe).
Su cine es muy distinto al resto del cine español. ¿Guardaba la ambición de ver las historias que nadie le contaba?
Sí, es posible. Yo primero quería satisfacer a una parte de mí, que era el espectador, y que quería ver ciertas películas. Entonces se me ocurrían cosas y me decía: yo quiero verlas . Yo no pensaba en el público; nunca he pensado en él. No lo digo como un acto de vanidad o de excesiva individualidad sino, simplemente, porque tengo esa idea demasiado ingenua de que, como yo, hay muchísimos espectadores que también querrían ver una película así. Lo que he ido trabajando con un perfil cada vez más claro es que es a ese espectador (que soy yo mismo) al que yo le dirijo mis películas. Me ha pasado con la última película; ésta se ha colocado por encima de lo que yo veía de ella.
¿Es Julio Medem el cineasta favorito de Julio Medem?
Para nada. Yo conmigo tengo una continua lucha, una autoexigencia terrible y sufro mucho durante el rodaje. La duda es constante y es inevitable. Hasta Los amantes , siempre me quedaba por abajo y tenía la sensación de que no llegaba nunca, al contrario. De alguna manera, mi yo, como espectador, se sentía decepcionado porque no conseguía todo lo que le había prometido. El sentido que tiene ahora mi última película está por encima del que yo quería darle y eso es fantástico.
Obsesiones personales
Vacas: Narra la historia de las conflictivas relaciones entre dos familias del País Vasco, a lo largo de tres generaciones. Apenas separados por un pequeño bosque, la proximidad de las casas de ambas familias provocará el estallido de la violencia y la locura.
La ardilla roja: Jota, un joven donostiarra, está a punto de suicidarse arrojándose desde lo alto de un malecón, cuando un motociclista choca con el otro lado de la barandilla. El accidentado resulta ser una chica que acaba de perder la memoria a causa de la contusión. Fascinado por ella, la acompaña al hospital y finge ser su novio. Juntos se van al camping La ardilla roja , donde viven una historia romántica y misteriosa.
Tierra: Ángel se considera a sí mismo mitad hombre y mitad ángel y cree que su conciencia está regida por una voz que le habla desde el cosmos. Llega a una comarca con el encargo de fumigar una plaga. Dos mujeres muy diferentes despiertan sus instintos, de forma que cada una responde a uno de los aspectos de su doble personalidad.
Los amantes del círculo polar: Una historia de amor apasionado y secreto contada por cada uno de sus protagonistas, Ana y Otto, desde que tienen ocho años hasta los veinticinco. Ambos personajes parecen predestinados a vivir la más hiperbólica manifestación del melodrama, cuyo ciclo comenzará a cerrarse al borde del Círculo Polar.
Lucía y el sexo: Es una historia de amor, protagonizada por Lucía y Lorenzo, en la que el sexo sólo es el generador de fantasías.