La muerte del cine es un temor que la dinámica del sétimo arte se ha encargado de ignorar, una vez sí y otra también. El auge de los multicines, allí rebosantes en centros comerciales, compitiendo espacios, ganando devotos, ostentado vanidades, es el reflejo actual del tira y encoge de un espectáculo que todavía hace diez años tenía en nuestro país nada menos que 136 salas diseminadas por todo el territorio. Época dorada, sin duda.
Fue hace poco más de cien años que nació el cine, y con sus primeras imágenes corría la incertidumbre. Los hermanos Lumière, sus inventores, dijeron que el cine era solo una curiosidad científica y añadieron: "No tiene ningún porvenir comercial"; pero subsistió.
Corrió el tiempo y el cine lo hizo a 24 imágenes por segundo. La llegada de la televisión abrió una dura agonía para el sétimo arte, pero frente a la diversidad de la tele el cine respondió por las rutas del gran espectáculo: son los buenos tiempos de los cinemascopes, de pantallas agrandadas, de colores en buena tinta y de grandes realizaciones. El cine había descubierto sistemas inmunológicos que habría de esgrimir en sus distintas crisis.
Cine en época nueva
Según Álvaro Rovira, de la empresa distribuidora Discine, las 136 salas de hace diez años comenzaron a desaparecer con el fenómeno del cable color, luego del repunte frente a la televisión. La presencia de cables piratas incidió en la desaparición de cines de provincias.
Luego, insiste Rovira, el vídeo terminó de ahogar el cine rural, sobre todo porque las distribuidoras no tenían tantas copias para entregar y los estrenos se limitaban a pocas salas en San José. Cuando los filmes llegaban a otras comunidades, ya el vídeo había "quemado" las películas. Además, afirma Rovira, antes había más cines, pero menos películas de estreno.
De pronto surgió un fenómeno muy revitalizador para el cinematógrafo, lo que Luis Carcheri, de la empresa distribuidora Cinemas y responsable del Circuito de Cines Magaly, llama la "oferta de cines en un solo punto", casi todos en centros comerciales: multicines. Las nuevas salas, dice Carcheri, se ubican en puntos estratégicos para áreas geográficas importantes. Como confirma Álvaro Rovira, "ir al cine se ha convertido en un paseo gratificante".
Tanto Carcheri como Rovira coinciden en que ese fenómeno, todavía muy fresco para terminar de dar frutos, más los avances de infraestructura (en imagen, sonido y comodidad del espectador en la sala o en parqueos), son expresiones de vitalidad de lo que puede llamarse nueva época del cine. Un público siempre creciente es prueba de ello.
Los multicines crecen aceledaramente: dos en el Colonial, seis en Real Cariari, cinco en el Mall San Pedro, ocho en Multiplaza (Cinemark) y cuatro en el Mall Internacional (Alajuela). Ellos se convierten en los sustitutos de las viejas salas de barriadas y de provincias. Además, vienen con los adelantos de infraestructura que permiten, como en otra época, imponerse a la televisión y al vídeo, máxime que este -en general- llega en versiones piratas de muy mala calidad y con pésimas traducciones.
Racionalidad de la oferta
Álvaro Rovira nos confirma el dato de que hoy existen 34 salas para películas de estreno y se reducen las de segunda y tercera corrida de las cintas. Permanecen con tesón cines como el Zaira en San Marcos de Tarrazú, el Yira en San Pablo de León Cortés, el Chassoul en San Ramón, el Norma en Turrialba, el Valle en San Isidro de El General, el Olimpia en Liberia, el Hong Kong en Limón, el Cinema Star en Tibás, y el Futurama y el Milán en Alajuela. De alguna manera, insiste Rovira, son cines residuales.
El nuevo ordenamiento cinematográfico, comenta Luis Carcheri, ha permitido que la cantidad de gente circule tan rápido como las películas y la cantidad de estrenos se haya incrementado hasta en un 20 por ciento más de filmes (por ejemplo, el cine Magaly pasó de 11 películas a 27 por año). Dice Carcheri: "Hay más dinámica porque los cines grandes reciben y los más pequeños prolongan la presencia de las películas; se mejora la racionalidad de la oferta cinematográfica".
Desaparecieron los viejos sistemas de simultáneas, ahora hay más copias y las compañías han logrado abastecer el territorio. Discine lo hace con los sellos Columbia, TriStar, Warner y Fox; por su parte, Cinemas lo hace con Universal, Metro, Paramount, Artistas Unidos, Disney, Touchstone, Buena Vista y Miramax.
También hay que notar la particularidad de que en el país existen tres empresas independientes de las anteriores, que traen su propio cine en estilos diametralmente distintos. Por un lado tenemos el Cinema 2000, con cine erótico fuerte (incluso porno); por otro, los cines Metro, con cine mejicano en exclusiva; y, finalmente, la Sala Garbo con el llamado cine de arte y ensayo (cinearte). La Garbo, dice Álvaro Rovira, demuestra que en Costa Rica hay cultura cinematográfica.
En fin, la presencia del cine, signo de los acontecimientos, más que crónica de una muerte anunciada es testimonio de una muerte ignorada.