Aparece en escena "Juan, hijo de Zacarías", más conocido como el Bautista, debido a que "predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados". Y de modo semejante a como lo hacen los autores clásicos griegos, San Lucas introduce a nuestro personaje en el marco de los gobernantes contemporáneos, tanto civiles como religiosos, aunque sin mayores precisiones.
Cabe el puntualizar que ambas dirigencias, la religiosa y la civil, en nada favorecen a los israelitas, a los que se le puede aplicar lo que se dice en Jueces (2, 18): "Yahvé se conmovió ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores".
Y, bien, este es el momento en que aparece Juan Bautista. Se trata del último gran profeta del Antiguo testamento y, al igual que entre sus antecesores (Oseas, Miqueas, Ageo y en especial Jeremías), también sobre él "vino la palabra de Dios", indica San Lucas. Profeta, ya se sabe, es el que habla en nombre de Dios.
Aduciendo referencias concretas, explican los entendidos que expresamente el evangelista se propone destacar el hecho de que Juan es como el continuador del papel de Jeremías: consagrado como él antes de su nacimiento (Jeremías 1, 5; Lucas 1, 13), anuncia el juicio escatológico (Jeremías 1, 10-25; Lucas 3, 9-16s), la gloria mesiánica (Jeremías 31; Lucas 1, 14) y la nueva y definitiva alianza en la que serán admitidos hasta los más humildes (Jeremías 31, 31-34; Lucas 7, 18-23).
¿A qué "desierto" se refiere San Lucas? No interesa aquí tanto la geografía como la teología, el sentido espiritual del desierto como lugar privilegiado para el encuentro con Dios y para establecer con él una alianza o vínculo matrimonial, como acaeció con el pueblo elegido a la salida de Egipto (Deutoronomio 2, 7; 32, 10).
A orillas del Jordán, Juan Bautista predica un bautismo de conversión. A diferencia de la predicación apostólica, se trata aquí de una invitación a los no cristianos a que se arrepientan de su mala vida y se dispongan a acoger al Mesías , del que es su precursor o, al menos, a entrar a formar parte del pueblo de Dios, aunque sean soldados, publicanos o pecadores, con tal de que estén dispuestos a cambiar de conducta. La purificación exterior del bautismo es la señal de la limpieza exterior que conlleva el arrepentimiento y la decisión de enmendarse.
Con la presencia de Juan, se cumple la profecía de Isaías que anuncia el advenimiento del Señor y, con él, la salvación de Dios. La condición, entonces y ahora, para percibir tanta gracia es que facilitemos el correspondiente encuentro acondicionando el camino con el reconocimiento de que necesitamos de la venida de Jesús a nuestras vidas, con esperanza, humildad y fe.