Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés. La palabra "pentecostés", asociada a la venida del Espíritu Santo, significa etimológicamente "cincuenta días después", que es cuando sobrevino a María y a los Apóstoles, reunidos en una casa de Jerusalén, el Espíritu Santo, que Jesús resucitado les había prometido. Usted puede leer un relato breve pero completo del acontecimiento en Hechos 2,1-11.
El evangelio es de San Juan y ha sido elegido para esta solemnidad por aquello de "recibid el Espíritu Santo" que les dice Jesús a sus discípulos en una de sus apariciones después de la resurrección. Vamos a comentarlo un poco.
El "primer día de la semana" es el que ahora llamamos domingo o "día del Señor" porque en él Cristo resucitó, y muy pronto los discípulos comenzaron a reunirse para celebrarlo. Conviene notar este detalle porque el don del Espíritu Santo es fruto de la Pascua, es decir, del paso en Jesús de la muerte a la resurrección.
El hecho de que las puertas estén cerradas por miedo a los judíos carece de importancia; lo que sí nos ha de llamar la atención es que Jesús entre a través de elementos materiales compactos y se les haga presente a los discípulos. Juan simplemente da cuenta de lo acontecido, sin más explicaciones.
"Paz a vosotros", shalom en hebreo, era y es el saludo habitual de los judíos. El término significa más que paz; es armonía y comunión con Dios en la alianza; es tranquilidad de espíritu; es salvación; es Jesús mismo que se nos da. San Pablo afirma que Cristo es "nuestra paz" (Efesios 2,14).
Obviamente, el cuerpo de Jesús resucitado posee cualidades espirituales. Pero el hecho de que les muestre las llagas de las manos y del costado nos da a entender que es el mismo que padeció y murió, el Cristo histórico, el mismo con el que los discípulos convivieron familiarmente.
Ante Jesús resucitado, que se les aparece, cabe que los discípulos se asusten, como lo señala San Lucas (24,37) y cabe que se alegren, como lo nota San Juan. Es la alegría mesiánica, que anunciaron los profetas, por la presencia de Jesús resucitado.
La misión que han de cumplir los discípulos es la misma que el Padre le ha confiado a Jesús, la que ha de llevar a cabo la Iglesia: anunciar la buena nueva de la salvación realizada en Cristo. Para ello reciben una efusión especial del Espíritu Santo.
Lo que sigue, según los entendidos, es como una parábola en acción, un signo, un sacramento, en el que se nos indica de forma gráfica que, en efecto, los discípulos reciben el Espíritu Santo y, en este caso, el poder de perdonar los pecados. Como si de una nueva creación se tratara, Jesús exhala su aliento sobre ellos y con él les da el Espíritu, del don por excelencia del Padre y del Hijo, el fruto más precioso de la Pascua, de la pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo.
El Espíritu Santo se nos da a todos en el bautismo y la confirmación. Ojalá que este día de Pentecostés sirva para renovarnos en esos sacramentos y para un aumento de la presencia del Espíritu Santo en nosotros.