Jesús afirma que ha venido a prender fuego en el mundo, y desea vivamente que esté ya ardiendo. ¿A qué fuego se refiere? Se trata, definitivamente, de un fuego simbólico con significaciones distintas según el contexto: el Espíritu Santo, o también el fuego que purificará y abrasará los corazones y que debe encenderse en la cruz. Ambas acepciones son aplicables en el presente caso, según se atienda a lo del "bautismo" (que equivale a la pasión y muerte inminentes) o a la división que provoca la aparición de Jesús en el seno de los grupos humanos.
El fuego es habitualmente una figura del juicio (en el significado de separación) que separará y purificará a los destinados al Reino. Ese fuego actuará mediante la palabra de Jesús y su Espíritu.
Nada nos impide, pues, el ver en el fuego un elemento que simultáneamente, purifica, quema todo lo viejo, da calor, alegra, fomenta la vida; también juicio de Dios, destructor de todo aquello que, a la hora de vernos con él cara a cara, no ha sido aún del todo transformado, hecho apto para la gloria del cielo.
Y, ¿lo del bautismo? Con este término Jesús alude al penoso trance, por el que ha de pasar muy pronto, de su pasión y muerte, en las que literalmente se "sumergirá", lo que supone el experimentar los terribles sufrimientos (físicos y psicológicos) que le aguardan de acuerdo con su condición humana. Aquí, la imagen del Salmo 124, 4-5: "Entonces, las aguas nos habrían anegado, habría pasado sobre nosotros un torrente, habrían pasado entonces sobre nuestra alma aguas voraginosas".
Los entendidos notan la fuerza del vocablo "bautizar" o "bautismo", en el original griego, como el sumergirse en un abismo de insoportables padecimientos.
Obviamente, que no es para quedarse ahí sino como un paso, aunque muy angustioso, para la resurrección. En cierto sentido, también nosotros entramos en ese bautismo de fuego al ser bautizados con el agua; en el sacramento del bautismo cristiano se cumple lo dicho por Juan Bautista: "El os bautizará en Espíritu y fuego" (Lucas 3,16).
El trozo del evangelio que comentamos es de San Lucas. El mismo evangelista (1, 79) consigna, dentro del Benedictus de Zacarías, aludiendo al Mesías, que una luz vendrá de la altura para "guiar nuestros pasos por el camino de la paz". Y, en otro lugar (7,50), lo que le dice a la mujer pecadora: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz". ¿Por qué ahora la desconcertante afirmación de que no ha venido a traer la paz al mundo sino la división?
Ciertamente no hay contradicción. La paz verdadera, la de Cristo, implica el ejercicio de la justicia y el amor, compartir la fe auténtica -la que une, y no la falsa que separa-; supone el acoger todos a Cristo, nuestra paz. (Efesios 2,14).