En el seno inefable de Dios la relación entre las tres divinas personas es una relación de amor. Dios es esencialmente amor. Y fruto de ese amor, a través de Jesús, somos nosotros, los cristianos, su cuerpo místico, la Iglesia: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Y el “permaneced en mi amor” significa que creamos en ese amor, que confiemos en él, en su fidelidad. Esa permanencia se logra con la reciprocidad del que, haciendo lo que Jesús quiere, le muestra también su amor, siguiendo su ejemplo en relación con el Padre. El amor es entre dos o más. Y en la reciprocidad está su plenitud. Como en la Trinidad de Dios.
El amar y ser amados es fuente de gozo que crece en la medida en que aumenta el amor: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros..." Ese amor y esa alegría se acrecentarán sobremanera con la venida del Espíritu Santo, el Amor substancial de Dios.
Aunque antiguo, el mandamiento del amor es de Jesús ("mi mandamiento") y es nuevo en cuanto a universal y sobre todo por el ideal de amar "como yo os he amado", al que nos invita Jesús; reflejo del amor que el Padre tiene al Hijo y el amor que los dos muestran a la Iglesia.
Es obvio que no hay amor más grande que el dar la vida por otro. Ahora bien, lo que impresiona de la frase es que Jesús la ha rubricado con su ejemplo: él ha dado la vida por nosotros. San Juan, testigo ocular de la muerte de Cristo, escribe: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros" (1 Juan 13, 16).
La amistad y el amor se muestran haciendo lo que el amante desea. Y ya sabemos lo que Jesús nos manda que hagamos: que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado.
Jesús nos quiere amigos y no siervos. No es que esta expresión (la de siervos) sea de menosprecio, pues ser siervos de Dios o de Jesús es siempre honroso. Pero en nuestra condición de cristianos, el término amigo refleja mejor la actitud de mutuo conocimiento y trato, de intimidad, de amor, que ha de caracterizar las relaciones entre los discípulos y Jesús.
Dios es gratuidad, y Jesús, que es también Dios, es igualmente gratuidad; es decir, es pura iniciativa de amor y predilección: "No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido". Estas palabras son eco de aquellas otras: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo" (1 Juan 4, 10). Ahora el Hijo enviado elige a los discípulos y los manda para que cumplan con la misma misión de anunciar la buena nueva de la salvación.
Jesús insiste: “Esto os mando: que os améis unos a otros”. Para que no quede duda de que ese es su mandamiento; todo lo que hemos de hacer para salvarnos.