¿Recuerda usted la parábola del amo y el criado, que se nos proclamó el domingo pasado? En ella enseñaba Jesús a prescindir de la gratitud del primero con respecto al segundo (que le sirvió a la mesa), por la simple razón de que no había hecho más que lo mandado. "Lo mismo vosotros, concluía Jesús: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer". No esperar; pues, que los demás nos agradezcan lo que hacemos por ellos; menos aún el exigírselo. Ser serviciales, ser humildes, y contentarnos con hacer el bien.
Ahora, ¿cuando los beneficiados somos nosotros? El evangelio de hoy nos enseña a ser agradecidos.
En ambos casos hemos de proceder con fe. En el primero, los apóstoles piden a Jesús: "Auméntanos la fe". En el segundo, es Jesús quien le dice al samaritano: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado".
Algo más adelante, el mismo evangelista Lucas trae las parábolas del juez inicuo y la viuda inoportuna, el fariseo y el publicano. Unidas al relato milagroso de los diez leprosos (para algunos, otra parábola), constituyen la declaración de las tres disposiciones que han de acompañar a una buena oración de petición: humildad, perseverancia y gratitud.
¿Por qué se dice que los diez leprosos que "vinieron a su encuentro" (el de Jesús) "se pararon a lo lejos" y desde allí le gritaron pidiendo se compadeciese de ellos? Así se prescribía en Levítico 13,46: "Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada".
Ahora bien, en el presente caso, son un total de diez leprosos. Hay más: entre ellos, un samaritano; alguien considerado por los judíos extraño, hereje y enemigo. ¿Explicación? El mal de la lepra padecido por todos ellos rompe las barreras de la separación (por motivos raciales y religiosos), se les solidariza y une en la penosa situación y en la búsqueda de remedio.
Dicho sea de paso y como ocurre en la conocida parábola del buen samaritano (véase Lucas 10,29-37), es el samaritano el que procede como es debido: allí ejerciendo un amor sin límites para el caído en el camino; aquí dando gracias a Jesús y glorificando a Dios.
¿Por qué presentarse a los sacerdotes? Así como había una orden para que los leprosos permaneciesen alejados de la comunidad respectiva, había otra, según la cual, una vez sanados de la enfermedad, debían recabar de los sacerdotes un certificado de buena salud para reincorporarse a la vida común. Así lo hacen.
¿Era suficiente? No. Además de la obediencia, Jesús esperó gratitud; y ésta más que aquella. De ahí que se queje de los "otros nueve" que no le agradecen el verse limpios. Solo el samaritano (más libre en su corazón de las ataduras legales mosaicas) vuelve a Jesús a darle gracias y a glorificar a Dios por su sanación.
Lo dicho: ser agradecidos por encima de todo. Esa es la enseñanza.