El breve evangelio de hoy tiene dos partes: la primera es una sentencia y la podríamos titular: el poder de la fe; la segunda es una parábola, que podría llevar el título de servir con humildad.
Con frecuencia también nosotros, quizás, le pedimos al Señor que nos dé más fe, pues reconocemos que es poca la que tenemos. Y no es que esté mal, y de hecho el “auméntanos la fe” es una de las oraciones que figuran en la Biblia y que es, por tanto, inspirada por Dios.
No obstante, en el texto que comentamos, Jesús nos enseña que no es la cantidad lo que importa sino la “calidad” de la fe que profesamos externamente, el corazón que se manifiesta en la boca.
“Si tuvierais fe como un grano de mostaza...” Poca fe, pero auténtica, fe verdadera, pura fe es lo que se necesita para que, tratándose de algo común al querer de Dios, se nos conceda incluso antes de solicitarlo; que eso es lo que se nos quiere expresar con los verbos en griego de “habrías dicho... y os habría obedecido”, para darnos a entender el enorme poder que tiene la fe.
La fe es una virtud teologal por la que todo lo referimos a Dios, lo que quiere y lo que permite en nuestras vidas. El tenerla de verdad y vivirla consiste en que, en efecto, en la práctica todo lo veamos a su luz para hacer siempre la voluntad del Señor y aceptar los males que en su providencia tenga a bien permitir en nuestro beneficio. Calidad, más que cantidad.
Viene a continuación la parábola. Los entendidos notan que está dirigida a los apóstoles, a los mismos que antes le han pedido que les aumente la fe; en consecuencia, ha de entenderse como una amonestación a que, por más que hayan trabajado por la extensión del Reino, no les parezca que ya es suficiente y se den por satisfechos. San Lucas es el evangelista de la entrega total a Jesús y a su causa.
Aquí la severa reflexión que para sí mismo (y para todo evangelizador que se precie de serlo) hace san Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!”. (Primera Corintios 9, 16).
También pudiera ser que la parábola fuese dirigida a los fariseos contemporáneos de Jesús o los primeros judeo-cristianos, y entonces el significado sería que las obras, sin la debida fe, son insuficientes para la justificación. Y de este modo, la parábola guardaría relación con el texto anterior.
En todo caso, todo el evangelio de hoy nos invita a la humildad: en primer lugar, para reconocer que necesitamos de una fe más “cualificada”; y, en segundo lugar, para aceptar que por más que trabajemos por las cosas de Dios, jamás haremos lo que es debido, y que igualmente nuestras buenas obras necesitan ser animadas por la fe, don de Dios.