Seguimos con el discurso que incluye los versículos del 17 al 49 en el capítulo 6 de San Lucas, y que tiene su equivalente, aunque con numerosas variantes, en los capítulos 5,6,7 de San Mateo, el famoso "sermón de la montaña".
Lo que en ambos discursos enseña Jesús es como lo más propio y original, como la quintaesencia del Evangelio. Le invito a que lea despacio el texto, objeto de este comentario. Para entenderlo, y sobre todo para vivirlo, se necesita del espíritu del Evangelio, del espíritu de Jesús. Pídalo humildemente.
Vamos, pues, a estos versículos del 27 al 38 del capítulo 6 de San Lucas. En cuanto empiece la lectura se dará cuenta de lo acertado de este otro título que se me vino a la mente para este comentario: Amor heroico.
"Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian". Dígame usted: ¿Cómo proceder así sin el espíritu de Jesús, que es el mismo del Padre, el que nos capacita para amar hasta ese extremo, el que nos muestra, en unión con Jesús, como "hijos del Altísimo"?.
Vienen después los casos concretos que, según los entendidos, tienen en San Mateo un carácter más marcadamente jurídico que en San Lucas, pero que denotan una actitud de gran desprendimiento interior, mucha comprensión y generosidad, increíble amor.
La llama "regla de oro" (cuya versión en sentido negativo leemos en Tobías 4,15) está formulada en estos términos: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten".
Como usted y como yo, también Jesús lo sabe: es fácil, es natural el amar a los que nos aman, el hacer el bien a quienes nos lo hacen, prestar con afán de lucro; pero amar a los enemigos, hacer el bien y prestar sin esperar nada... no es fácil ni natural; es, por el contrario, heroico.
Y para cumplir con todo ello, para parecernos a Jesús, para ser "hijos del Altísimo" como él, necesitamos no sólo un cambio de mentalidad, sino un nuevo espíritu, que hay que pedir insistente y humildemente. Le aconsejo que lo haga.
Jesús, pues, pone como ejemplo al Padre, que "es bueno con los malvados y desagradecidos". El término "bueno", en su original griego, implica estas delicadezas: ternura, generosidad, amabilidad. ¿Para quiénes? Para todos; también y concretamente para "los malvados y desagradecidos".
Jesús añade, insistiendo en lo mismo: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". A la luz de lo que nos cuenta el Antiguo Testamento, una de las cualidades propias de Dios, no así del hombre, es la misericordia, la compasión. Y consecuentemente, para ser sus hijos necesitamos ser compasivos. Esa compasión, semejante a la del Padre, habrá de concretarse en no juzgar, no condenar, perdonar, dar.
Mi amigo, mi amiga: ¿Verdad que no es fácil el responder en la práctica diaria a estas exigencias del evangelio de hoy? No se desanime. Con la ayuda de Dios y poco a poco le será posible; ya verá.