23/05/11 Uruca Hotel San Jose Palacio, entrevista con el esritor nicaraguense Sergio Ramirez, creador del libro "La Fugitiva" foto:Adriana Araya (Adriana Araya)
Yolanda Oreamuno ingresa formalmente en la historia de la literatura latinoamericana, más allá del ámbito local, en el ensayo de Sergio Ramírez “La narrativa centroamericana”, de 1971, en el que la considera precursora de Carlos Fuentes y de la generación del boom , y ahora, con La fugitiva, entra en la literatura latinoamericana como personaje literario sin despojarse de sus características míticas.
Sin embargo, aunque este sea su principal atractivo para el lector costarricense, la novela es mucho más que eso y alcanza la densidad textual y la riqueza oral de sus obras más reconocidas, como Castigo divino (1988) y Margarita , está linda la mar (1998).
El nicaraguense no abandona la analítica disección de los ritos sociales y de la cultura popular del siglo XX, que lo hace uno de los escritores actuales más solventes, pero la acción narrativa es parte de un juego de espejos en torno a la personalidad inquietante de Amanda Solano.
Ramírez no esconde su procedencia, así como los modelos de los que se sirvió, pero desde la portada del libro es evidente que estamos frente a un personaje que parece salido del cine clásico o que vuelve real el cine. Ya sea en Amanda, o en Yolanda, al fin y al cabo, la vida imita el arte, y Ramírez reinventa incesantemente lo efímero con la esperanza de volverlo perdurable.
Marina Carmona, la narradora del segundo capítulo, lo dice con claridad: “Su vida es la novela, y la novela es su vida cuando decimos ‘una sola novela’, porque sólo dejó una, también llevo el sentido de esa frase a que todo lo suyo fue una sola novela, su vida repartida en todo su universo literario, no importa si puesto en el papel. De esa manera, su obra parece un complejo espejismo, y unos espacios de invención se reflejan en otros, y vienen a ser parte del mismo todo, los que logramos conocer, y aun los que nunca conocimos”.
Fábula y verdad. En una de sus frases más famosas, Ernest Hemingway dijo que, si explicara cómo convierte un personaje real en personaje novelesco, “sería un manual para los abogados especializados en casos de difamación”. Quizás por esto, La fugitiva no menciona a Yolanda Oreamuno como tal, pero cualquier lector de su obra, incluso medianamente informado, podrá descubrir los ojos turbadores de “Yolis” o de “Yo”, como se firmaba, detrás del relato, y a la vez la titánica dificultad que representa para un novelista retratar un fantasma que está vivo en la imaginación colectiva y hacernos soñar un mito.
Por este motivo La fugitiva no podía ser otra cosa que ficción –que no es lo mismo que mentira o falsedad–. De lo contrario, ¿cómo darle vida a una mujer que nació, vivió y murió –varias veces– como la estrella trágica de su destino?
Aunque parezca contradictorio, Ramírez se vale del mismo recurso que García Márquez: “La mejor fórmula literaria es siempre la verdad”. Estamos hablando de una verdad literaria o de Mentiras verdaderas , como las llama Ramírez en uno de sus ensayos. “Y las mentiras son más graves en la literatura que en la vida real”, como certifica el autor colombiano.
Desde el título, Ramírez nos hace ingresar en un ámbito fabuloso y recrea la pasión que Oreamuno mantuvo por Marcel Proust, el escritor francés, al retomar el título de la quinta entrega de la saga En busca del tiempo perdido , La fugitiva –luego retitulada Albertine desaparecida –, dándonos implícitamente el tema central de su novela, la evanescencia de un personaje inaprensible, en fuga de sí mismo, encerrado dentro de sí y a la vez secreto e incomprendido para todos los demás:
“Y difícil no sólo su adolescencia. Su vida entera, por causa de esa su rebeldía, ese carácter suyo de sentirse presa entre barrotes y querer traspasarlos, de lo que hay mucho que contar; y ya no digamos la dificultad, sino la maldición que fue su belleza incomparable” –según la novela–.
A la vez, el relato está sólidamente asentado sobre la verosimilitud que otorga una investigación que le tomó al novelista años realizar y que se inició cuando llegó por primera vez a San José, con 22 años, en 1964, y el cuerpo de Yolanda Oreamuno tenía tres años de haber sido repatriado desde México. Como Ramírez confiesa, no sin un destello juvenil en la mirada, tardó medio siglo en escribir esta novela.
Tres voces. Por medio de tres monólogos femeninos y tres líneas argumentales que se entrecruzan en el tiempo y el espacio, a la manera de un ciclorama en movimiento, la narración indaga en el tríptico que forman Amanda Solano, Edith Mora y Manuela Torres, tres costarricenses que emigran a México entre 1940 y 1950 huyendo de la asfixia de ciudad de provincias –que Ramírez aún llegó a respirar en los sesentas– y renegando de una nacionalidad despiadada.
En un monólogo memorable, Torres, cantante de rancheras lesbiana nacida en Santa Bárbara de Heredia, no dudará en llamar a su lugar natal “el culo del diablo” y a Costa Rica “la madre culebra”.
La fugitiva es quizás la menos caleidoscópica entre las grandes novelas de Ramírez, aficionado a darnos un mural de su tiempo tanto como de sus personajes. Aún así, el relato transcurre entre la historia social y política de la ciudad de San José –del asesinato de Tinoco y de Moreno Cañas a la guerra civil de 1948–, la vida intelectual centroamericana de 1920 a 1960, y la aventura intelectual y pasional, a veces desgarradora, en ocasiones angelicalmente diabólica, de Amanda Solano.
El artilugio, como una máquina del tiempo narrativa, se logra con rara precisión en la espiral de voces que se juntan y se distancian, se dicen y se contradicen en un laberinto de espejos fragmentarios que la oralidad mantiene unidos. Como en todas las novelas de Ramírez, La fugitiva replantea un tema central en la narrativa contemporánea: los límites entre la ficción y la realidad.
La novela, dividida en tres capítulos –además de un prólogo y un epílogo–, se narra a sí misma por medio de esas tres voces radicalmente distintas que le recuerdan al lector que, aunque estemos delante de un icono, la verdad no la tenemos y nunca la sabremos.
En la página 172, Marina lee una de las cartas de Amanda: “Recuerda lo que Proust enseña, que ‘la posesión de lo que se ama es un goce más grande aún que el amor’. Y luego advierte que, ‘muy frecuentemente, los que ocultan a todos esta posesión sólo lo hacen por miedo a que les quiten el objeto amado. Y esta prudencia de callarse amengua su felicidad’”.
El mito. Aunque para algunos de los lectores costarricenses Amanda sea un modelo real, y no serán defraudados cuando lean La fugitiva , Ramírez multiplica su imagen en las voces que quisieron poseerla, sin lograrlo, y en la contradicción esencial que encerró su vida de prisionera-fugitiva: ¿quién soy, quién quiero ser y cómo llegar a serlo, desde la diferencia más radical y absoluta?
Como ella misma lo dice en otra de sus confesiones –y en las de Yolanda Oreamuno–: “Es horrible ser diferente. Ya lo ves si es horrible, que para aquellos seres a quienes la naturaleza marca con una deformidad y vuelve diferentes en el terreno fisiológico, todo es siempre y por siempre terrible”. Amanda sabe que está marcada a sangre y fuego por el estigma de la belleza y que eso la separa de los demás.
Edith, también escritora, la green eyes , como denomina en un poema el mexicano Efraín Huerta a su modelo real, se lo dice en una frase que ha pasado a la posteridad: “Amanda hace todo lo que puede como mujer para disimular su condición de ángel”.
“['] pero era más bien una doble condición, ángel y demonio, contra los que tenía que luchar cuerpo a cuerpo, en combate con su doble condición, igual que Jacob, sin que yo quiera usar la palabra demonio en el clásico sentido peyorativo de encarnación del mal. Demonio como rebeldía. Demonio como Dionisio, enfebrecido de pasión sensual'”, concluye Marina Carmona, “la fea”.
En uno de los cuadernillos de A la sombra de las muchachas en flor –segunda parte de En busca del tiempo perdido –, Marcel Proust escribe: “Por tanto, si la obra permaneciese inédita, si sólo fuese conocida por la posteridad, esta, para dicha obra, no sería la posteridad, sino un conjunto de contemporáneos que hubieran vivido simplemente cincuenta años más tarde”. La fugitiva nos vuelve contemporáneos de un mito.
EL AUTOR ES ESCRITOR COSTARRICENSE. SU MÁS RECIENTE LIBRO ES ‘LA ÚLTIMA AVENTURA DE BATMAN’ (CUENTOS; URUK, EDITORES).