Los helicópteros que cargaban los postes ya dejaron el escándalo de sus vuelos y los trabajadores que montaron la armazón ya no van ni vienen laboriosos por los senderos; ahora y poco a poco, todo vuelve la normalidad en la Finca Piedra Bruja, el lugar en el que se instaló el nuevo Teleférico del Bosque Lluvioso- Pacífico.
Desde hace más de un mes que abrió al público, las 18 goacute;ndolas que lo componen pasean silenciosas por encima de los árboles llenas de turistas nacionales y foráneos que encuentran en las posiciones de altura una ventaja sobre el resto de mortales.
Para llegar al nuevo Teleférico hay que doblar a la izquierda una vez que se arriba a la segunda entrada de Jacó. El ingreso es un camino de lastre transitable que luego de unos quince minutos nos brinda en paisaje de fincas cargadas de ganado a las que nunca les habíamos prestado atención en esta zona henchida de playa, sol, bohemia y surfos descalzos.
Un enorme lobby-salón pone a disposición del público de todas las edades, niños y personas discapacitadas una cafetería, una tienda de artesanías y los baños, al fondo siguiendo directo está el área de abordaje a las góndolas.
Alzar el vuelo
Si usted es uno de los muchos turistas que ha estado en el Teleférico del Caribe, cerca del túnel Zurquí -de Arterial Tram, la misma empresa de este nuevo proyecto- nos dirá que ya sabe de qué se trata esto de andar por los aires, pero esta es una nueva experiencia para los que ya se han montado en una góndola y todavía mayor para los que nunca han levitado por encima de los árboles.
La diferencia más evidente con su "hermano" es el tamaño, pues el primero, inaugurado hace nueve años, tiene 23 góndolas para seis personas cada una y recorre una trayecto de 2.600 metros sobre un bosque de 450 hectáreas. El nuevo destino tiene 18 cabinas con capacidad para ocho turistas cada una, anda por casi 1.600 metros en las 90 hectáreas que lo conforman.
La segunda gran diferencia es la vegetación, "esta es una zona de transición entre el clima seco del noroeste y el clima húmedo de la costa del Pacífico Sur y cuenta con bastantes especies endémicas", afirma la guía Marylin Veiman.
Entre los animales que, con un poco de suerte, es posible apreciar están: los monos cariblancos, lechuzas, tucanes, guatusas, reptiles, ranas y serpientes. Son comunes también las lapas rojas, azules y otras aves que migran a diario desde el Parque Nacional Carara. "Las aves más coloridas están en el dosel del bosque", afirma Veiman, quien por cierto se sabe todos los nombres científicos de todas las especies que habitan aquí.
El recorrido se inicia a ras del suelo y poco a poco empieza a subir por los aires, con un paso lento y silencioso. Gran parte de la reserva está cubierta por bosque primario en donde los árboles están cubiertos de gran variedad de enredaderas y epífitas. Hay árboles que alcanzan poco más de 50 metros de alto y que pueden tener más de 200 años. La otra parte es un bosque secundario con residuos de plantaciones de anona de otros tiempos.
Las góndolas son abiertas lo que nos da un ángulo total de observación: hacia los lados se ve el bosque, hacia abajo las copas de los árboles, un riachuelo y los senderos que recorreremos una vez que toquemos tierra.
Tras unos veinte minutos de viaje llegamos al punto máximo del paseo: una catarata de unos 14 metros cae al lado y cuando el carro toma la vía de regreso, el horizonte deja de lado el bosque como paisaje y ofrece un vistazo de cabo Blanco y el mar que se hace uno con el horizonte.
Cuarenta minutos después ya estamos abajo, el destino siguiente es una caminata que se convierte en un crucigrama de patas, antenas, hojas y especies descifrado solo con la ayuda de nuestra guía.